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4 mar 2015

Nuestros hijos, lejos de ser nuestros.



Lejos del Árbol
Andrew Solomon, 2014


"Para John, por cuya diferencia ignoraría con gusto toda identidad existente en el mundo"

"Lo imperfecto es nuestro paraíso.
Notar que, en esta amargura, la delicia,
puesto que lo imperfecto es tan ardiente en nosotros,
reside en defectuosas palabras y tercos sonidos".

Wallace Stevens,
Los poemas de nuestro clima.




1
Hijo
No existe lo que llamamos "reproducción". Cuando dos personas deciden tener un bebé, se comprometen a realizar un acto de producción, y el uso generalizado de la palabra "reproducción" para esta acción, en la que se implican dos personas, es en el mejor de los casos un eufemismo para consolar a los futuros padres antes de implicarse en algo que está por encima de ellos. Es frecuente que en las fantasías subconscientes que hacen tan seductora la concepción seamos nosotros mismos los que queramos vivir para siempre, no un otro con una personalidad propia. Cuando anticipamos así el avance de nuestros genes egoístas, muchos de nosotros no estamos preparados para tener hijos que presentan necesidades desconocidas. La paternidad nos catapulta bruscamente a una relación permanente con un extraño, y cuanto más singular es el extraño, más fuerte es el olor de la negatividad. Queremos ver en los rostros de nuestros hijos la garantía de que no moriremos. Los hijos cuyas peculiaridades definitorias borran la fantasía de la inmortalidad son como un insulto; tenemos que amarlos por ellos mismos, no por el bien que nos hagan, y este es un reto de difícil respuesta. Amar a nuestros hijos es un ejercicio de imaginación.

Pero en las sociedades modernas, lo mismo que en las antiguas, la sangre es más densa que el agua. Pocas cosas son tan gratificantes como los hijos sanos y queridos; ellos portan genes atávicos y rasgos recesivos, y están sometidos desde el principio a estímulos ambientales que escapan a nuestro control. Pero también somos nuestros hijos; la realidad de la paternidad jamás abandona a quienes han afrontado la metamorfosis. El psicoanalista D. W. Winnicott dijo una vez: "no existe lo que llamamos <>; si nos proponemos describir a un bebé, lo haremos describiéndolo a alguien. Un bebé no puede existir solo, sino que es esencialmente parte de una relación". En la medida en que se parecen a nosotros, nuestros hijos son nuestros más preciados admiradores, y en la medida que no se parecen, pueden ser nuestros más vehementes detractores. Desde el principio les inducimos a que nos imiten y anhelamos lo que podría ser el mayor halago de nuestras vidas; que elijan vivir  conforme a nuestro sistema de valores. Aunque muchos de nosotros nos sentimos orgullosos de lo diferentes que somos de nuestros padres, nos entristece lo diferentes que nuestros hijos son de nosotros.
Debido a la transmisión de identidades..."


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