La Batalla de Aljubarrota, el choque olvidado por los españoles
ABC, Belén Rodrigo/Portugal
Día 25/09/2013
Hablar de Aljubarrota representa, para los portugueses, narrar uno de los momentos altos de la historia de su país. En España, por el contrario, aunque no quede muy bien decirlo, esta batalla parece un capítulo olvidado de la historia y se desconoce igualmente su posterior repercusión. Tal y como recuerdan desde la Fundación Batalla de Aljubarrota (FBA), para Europa esta ofensiva fue una de las más importantes ocurridas en toda la época medieval mientras que para Portugal constituye uno de los acontecimientos más decisivos de su historia. “Sin ella, el pequeño reino portugués hubiese sido probablemente absorbido para siempre por su poderoso vecino castellano”, se puede leer en sus reglamentos, explicando además que sin su contribución “el orgullo que tenemos en una historia largamente centenaria, configurando el estado portugués como una de las más antiguas y homogéneas creaciones políticas del espacio europeo no sería hoy posible”. La victoria portuguesa en Aljubarrota, en 1385, ante las tropas españolas dio lugar a la preparación de la época más brillante de la historia nacional. “Una batalla que proporcionó definitivamente la consolidación de la identidad nacional”, resaltan desde la FBA.
Cada año pasan por esta fundación entre 45 mil y 50 mil visitantes, mayoritariamente en edad escolar (60%). Su director, João Mareco, recuerda a ABC que el objetivo de la FBA, a través de su centro de interpretación, “pasa por divulgar todo el trabajo de salvaguardia del monumento nacional” así como transmitir los valores de ambición “en una época en la que la soberanía nacional estuvo en causa”. Y es que un año después de la batalla Don Juan I mandó construir el monasterio de Santa María de la Victoria (más conocido como monasterio de Batalha) como agradecimiento a la Virgen por la victoria en el enfrentamiento ante los castellanos. Un edificio que tardó dos siglos en construirse y que es hoy ejemplo de la arquitectura gótica tardía portuguesa.
La fundación fue constituida en el 2002 por Antonio Champalimaud quien entendió la importancia que tendría para los portugueses, especialmente los más jóvenes, la recuperación y posterior presentación al público de los principales campos de batalla existentes en Portugal. Tal y como se recoge en la fundación, las batallas ocurridas entre la Guerra de la Independencia (1383 y 1432) y durante la Guerra de la Restauración (1640 y 1668) “asumieron una particular importancia en la recuperación y valorización de los respectivos campos de batalla, no solo para facilitar el estudio de los hechos y acontecimientos sino también como una forma de atraer un público nacional e internacional cada vez más interesado en el turismo cultural".
Antecedentes de Aljubarrota
La batalla de Aljubarrota tuvo lugar el 14 de agosto de 1385, fruto de una serie de acontecimientos que acabó por convertir este hecho en algo prácticamente inevitable. La guerra luso-castellana (1384-1397) se desencadenó por el problema de sucesión al trono portugués ante la posibilidad de ser ocupado por Doña Beatriz, esposa de Don Juan I de Castilla. El Reinado de Portugal había nacido en 1143, fecha en la que se reconoció a Don Afonso Henriques como primer Rey luso, rompiéndose así los lazos de vasallaje con su primo el emperador Alfonso VII de Castilla.
En 1383 al morir el rey Fernando, el Tratado de Salvaterra de Magos (celebrado entre la reina Leonor Teles, el conde João Andeiro y el rey de Castilla) establece que la Corona de Portugal pasase a pertenecer a los descendientes del Rey de Castilla, Juan I, y la capital del reino pasaba a ser en Toledo. Una decisión que no agradó a la mayor parte de los portugueses quienes sentían que las condiciones de vida se degradaban y peligraba la independencia de Portugal. La población de Lisboa proclama a Don João, Maestre de Avis y hermanastro de Don Fernando, como regente, gobernador y defensor del pueblo. Con la revuelta de la población portuguesa en varios puntos del reino, el rey de Castilla decide entrar en Portugal en 1384 y entre febrero y octubre crea un cerco a Lisboa, por tierra y por mar, con el apoyo de la flota castellana. Una táctica que no funcionó y en abril de 1385 las Cortes de Coimbra proclamaron alMaestre de Avis rey de Portugal y Don Juan I invade de nuevo Portugal el 8 de julio de 1385, por Almeida (frontera con la provincia de Salamanca), con un ejército de 40 mil hombres, yendo después a Trancoso, Celorico da Beira, Coimbra, Soure y Leiría. El ejército portugués estaba comandado por Nuno Álvares Pereira en posición de combate.
La batalla
En la mañana del 14 de agosto de 1385 el ejército de D. João I se instala en el terreno y horas después llegarían los castellanos que circulaban por la vía romana para evitar el choque con los portugueses. Optan por tornear la fuerte posición lusa por el lado del mar e instalarse en la amplia explanada de Chão da Feira. Los siete mil soldados que formaban el ejército luso se mueven dos kilómetros al sur para invertir su posición en la batalla y quedarse en frente al enemigo. Por la tarde se produjo el asalto castellano a la posición portuguesa y en el transcurso de la batalla la FBA destaca cinco principales momentos del combate.
Por un lado, el violento avance del rey castellano que inicia el ataque probablemente a caballo y que se encontró de forma inesperada con las obras de fortificación preparadas por la tropa de D. João I. Según el cronista galo Jean Froissart la mayor parte del ejército castellano estaba constituido por tropas auxiliares francesas que se vieron obligados a bajar del caballo frente al enemigo, en una posición crítica.
Como segundo punto destacan la decisión de Don Juan I de avanzar con el resto del ejército, también mayoritariamente a caballo, que se encuentra de nuevo con la sorpresa de que el adversario está combatiendo de pie. Los caballeros castellanos desmontan los caballos y recorren a pie el tramo que les falta. Posteriormente los hombres de armas del ejército castellano fueron cribados de flechas lanzados por los arqueros ingleses y portugueses y se fueron aglutinando en la zona central de la altiplanicie. Y mientas los laterales del ejército de Don Juan I siguen esperando subidos en los caballos a la espera de una ofensiva.
Por último, el pánico se apoderó de las tropas castellanas cuando la bandera de su monarca se derrumbó dentro del cuadrado portugués y dio lugar a una fuga desorganizada. Se produjo entonces una dura persecución portuguesa que paró al llegar la noche. Don Juan I de Castilla se da a la fuga a caballo, con algunos caballeros, cabalgando por la noche hasta llegar a Santarém. Las fuerzas franco-castellanas salen de Portugal pasando por Santarém y Badajoz o por la Beira, lugar de entrada.
En el campo de batalla murieron cerca de mil soldados portugueses mientras que en el ejército castellano las bajas fueron de cuatro mil muertos y cinco mil prisioneros. Ya fuera del campo de combate, se calcula que fallecieron otros cinco mil hombres en fuga de las tropas castellanas. Castilla permaneció de luto durante dos años, después de perder a muchos nobles y hombres de armas.
Desconocimiento español
Para los portugueses, esta batalla tuvo un valor muy importante dada la inferioridad numérica de sus tropas y la falta de equipamiento de las mismas en comparación a los españoles. Por eso el canto IV (28 a 44) deOs Lusíadas de Luis de Camões, el gran poeta luso de los tiempos de los Descubrimientos, rememora la mítica batalla. “La mayoría de los visitantes españoles tiene un gran desconocimiento sobre la materia”, afirma João Mareco. “Únicamente en el medio académico superior muestran algún conocimiento sobre este periodo de la historia”, añade. Y como gran lección que los visitantes españoles retiran de su visita es que “la historia de los dos pueblos está íntimamente conectada, lo que ocurrió a este lado tuvo repercusión al otro y viceversa”. El director de la FBA recuerda que es una de las épocas más estudiadas por los profesionales de la historia, ya sean “historiadores, profesores, arqueólogos, antropólogos...”. En lo que se refiere a los historiadores, también los españoles conocen este episodio encuadrado en las luchas entre Don Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara, padre de Don Juan de Castilla, y posteriores batallas y luchas con Portugal en las Guerras Fernandinas, que anteceden la crisis de 1383-1385.
Se estudia el reflejo de la batalla en el equilibrio geopolítico de la época
En un ámbito todavía más restricto, y encuadrado en el tema de la Guerra de los Cien Años, “algunos historiadores franceses e ingleses también se dedican al reflejo que esta batalla tuvo en el equilibrio geopolítico de la época medieval y en la definición de las fronteras de los países envueltos”. En este centro es la primera vez que esta materia se muestra al gran público, a través de medios multimedia y de la experimentación directa con los objetos expuestos. Y las investigaciones también han dado su fruto como es el caso de los huesos encontrados en las campañas arqueológicas “que nos dan mucha información tanto por la fecha por C14 como por la comparación y ADN”. João Mareco recuerda igualmente que la comparación de las fuentes escritas más o menos contemporáneas a la batalla, a través de crónicas de los Reyes y Condestable, “colocan en el mismo plano las diferentes versiones de la historia, y la convierten en una ciencia, aunque no exacta, con algún grado de realidad y verdad”.
La panadera de Aljubarrota
B. R.
Aunque no se puede afirmar que este personaje haya existido realmente, Brites de Almeida, la panadera de Aljubarrota, se ha convertido en uno de los protagonistas más recordados de la batalla. Con ese nombre existió una joven muy humilde, y muy fuerte, a quien le gustaba luchar contra los hombres quien al llegar a Aljubarrota comenzó a ser panadera. Cuenta la leyenda que tras la victoria de Nuno Álvares Pereira ante las tropas castellanas, Brites dirigió un grupo de populares que persiguieron a los españoles en fuga. Al llegar a su casa encontró a siete castellanos escondidos en el horno y sin dudarlo cogió la pala que utilizaba para poner el pan en el horno y les mató uno a uno. Como hay varias leyendas, cada una habla de un número diferente de españoles y de otras crueldades que la panadera les hizo. Esta historia es especialmente recordada en las escuelas que a día de hoy siguen escenificando este episodio en el teatro infantil.