Versos de barro y muerte
Fernando Gualdoni
El País, 24-05-14
Muchos de los jóvenes que combatieron en la I Guerra Mundial legaron al mundo la poesía anti bélica moderna, nacida de la experiencia directa de estos escritores en unas trincheras en las que pasan del júbilo del idealismo a la angustia y la decepción.
Cualquier mañana de un 11 de noviembre en Londres es inolvidable. La mayoría de las personas, sin importar su edad, credo, nacionalidad o color de la piel, salen a la calle con una flor roja en la solapa. Si alguno no la tiene o se le ha olvidado, ya habrá alguna organización caritativa que le dé una a cambio de donar unos pocos peniques o una libra. La pequeña amapola conmemora el armisticio de la I Guerra Mundial y la sangre derramada por muchos jóvenes británicos y de otras partes del mundo, cuya prematura muerte privó a la humanidad de talentos en las artes y las ciencias. También simboliza la vida que emerge en medio de la devastación de una guerra, la belleza que se impone al horror. Así lo vieron los soldados en una primavera de 1915 en la batalla de Bélgica y así lo retrató una generación de imberbes poetas que pereció en las trincheras o sobrevivió solo para recordar el horror.
La idea de usar la bella amapola roja como símbolo de los caídos fue de Moina Belle Michael de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) en Nueva York. Unos días antes del armisticio del 11 de noviembre de 1918, Moina leyó en una revista el poema "We shall no sleep" (No podremos dormir), más conocido por el título "In Flanders fieles"( En los campos de Flandes), del oficial médico canadiense John McCrae, fallecido a principios de ese último año de contienda a causa de una neumonía. Tenía 45 años. Ese día, 9 de noviembre, se celebró una conferencia en el YMCA, y Moina, inspirada por el poema, corrió a una tienda a comprar amapolas para repartir entre los presentes y consiguió una veintena de flores artificiales hechas de seda en una gran tienda llamada Wanamaker's (hoy Macy's). En su autobiografía titulada "The mira le flower (La flor milagrosa), Moina relata todos sus esfuerzos para convertir la amapola en el símbolo de los caídos. [...]
Más adelante en el artículo que estoy transcribiendo
Himno a la juventud condenada
¿Qué toque de difuntos para los que mueren como reses?
Sólo la monstruosa rabia de los
Cañones.
Sólo el tartamudeo veloz de los
fusiles,
puede escupir sus apremiantes
Rezos.
Ninguna imitación para ellos de
plegarias o campanas,
ninguna voz de luto sobre los coros
-los estridentes y chiflados
coros- de las bombas que
gimen;
y las cornetas llamándolos desde
tristes condados.
¿Qué velas pueden ser portadas
para favorecerles a todos?
No en las manos de los niños, sino
En sus ojos brillará el sagrado
destello de la despedida.
La palidez de las frentes de las
niñas será su mortaja;
sus flores, la ternura de las mentes
pacientes,
y cada lento crepúsculo, un bajar
de persianas.
Wilfred Owen
Traducción de Borja Agulló y Ben Clark
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