Cuando el Hombre, en la obscura noche su nacimiento soñó con un Medio que le abrigara en vez de expulsarle de su pecho, se sintió perplejo, descarriado, cuando al Amanecer se sintió amado por aquella Madre atormentada por el encuentro con su Hijo No Deseado. Extendió su mano el recién nacido y acarició el rostro de la Madre deseada. Con la mano temblorosa la hacia suya soplando sobre ella el calor soñado. Ese momento primero que transformó el sueño en deseo complacido quedó plasmado una y otra vez cubierto por la mano del hombre nacido.
Una y otra vez extendió el el amor vertido y no tuvo quietud complacida hasta hacer suya la Montesona y con la mano trémula la hizo suya ante los descarriados habitantes a los que indicó moviendo la cabeza: Miranda. Primero con su mano se tocó el pecho y luego la llevó a la silenciosa piel que le daba cobijo y sobre ella virtió sobre sus manos cariñosas, su aliento rojo del verde árbol que satisfizo sus entrañas doloridas. Y con las ventanas de sus ojos abiertas de par en par una y otra vez frotaba su pecho y su abrigo y de su boca salía el sonido mi tanda, mi randa.
Complacido por sentir cumplido el sueño de llevar a su pueblo a la tierra que les había prometido, quedó de nuevo sumido en el sueño del que llegó sin aliento para seguir virtiendo promesas por él deseadas y por ellos esperadas.
No deseo encontrar a mi madre en el camino, solo sueño con ella. Temo que al encontrarla no sea ella mi madre soñada.
Mi amigo José, una y otra vez me pregunta, ¿es ella?. Sigue Jose, sigue hasta dar con ella.
¡Coño!, me dice él, ¿esta no es ella?. No Jose, no es ella. No, amigo mío, no es ella. ¡Pues no sé si daremos con ella. Tú sigue, sigue, que daremos con ella.
De la Montesona
A la Miranda
Desde la Montesona
En el camino
Sentí miedo
Miré al cielo
Miré al hombre y de mis ojos brotaron lágrimas
Busqué respuestas
Y José Arias me las dió.
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