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12 ago 2015

Hablemos de república en la constitución.

De la República
CICERÓN
Libro II

Cuando Scipión vio a todos sus amigos deseosos de escucharle, comenzó a hablar de esta manera:

SCIPIÓN.- Comenzaré citándoos unas palabras de Catón el viejo, a quién, como sabéis siempre he profesado cariño profundo y más profunda admiración; a cuya influencia me entregué por completo desde la juventud, tanto por consejo de mis padres, natural y adoptivo, como por mi propio gusto, y a quién jamás me cansé de escuchar: tanta era su experiencia en los negocios públicos, que había dirigido en paz y en guerra por tanto tiempo y con tanta gloria; ¡tan mesurado encontraba su lenguaje, grave y agudo a la vez, tan celoso en instrucción (1) y de propagar la instrucción, y tan conforme su vida entera con sus palabras! Frecuentemente día que nuestro gobierno era superior al de las demás naciones, porque estas solamente habían tenido hombres aislados que habían constituido repúblicas a su manera, dándolas leyes e instituciones particulares; Creta de Minos; Lacedonia, de Licurgo; Atenas, cuya constitución ha experimentado tantos cambios, de Teseo, después de Dracón, de Solón, de Clistenes, y posteriormente de otros muchos, hasta que extenuada y moribunda las recibió de un varón sabio, Demetrio de Falerio, que la reanimó un poco, mientras que nuestra República no ha sido constituida por un ingenio solo (2), sino por el concurso de muchos; ni se consolidó por una sola edad, sino por el trascurso de bastantes generaciones y bastantes siglos. No es posible encontrar un ingenio tan grande, decía, que todo lo abarque; y el concurso de todos los varones esclarecidos de una época no conseguiría, en achaques de previsión y prudencia, suplir las lecciones de experiencia y del tiempo. Voy, pues, siguiendo su ejemplo, a remontarme en mi discurso al origen del pueblo romano, agrandándome emplear esta frase de Catón. Además, con mayor facilidad conseguiré mi propósito si os presento nuestra República en su origen, en sus primeros progresos, en su juventud y vitalidad, que si, como el Sócrates de Platón, acudiese a una imaginaria.-

Habiendo aprobado todos, continuó diciendo

Scipión.- ¿Acaso existe alguna otra república cuyo origen sea tan brillante, tan conocido de todos como la fundación de esta ciudad por Rómulo. Marte fue su padre (respetemos una tradición, no solamente muy antigua, sino que también muy sabia, pensando, como nuestros mayores, que los bienhechores de los hombres, no solamente recibieron de los Dioses el talento; si no que también la generación). Dícese que poco después del nacimiento de Rómulo, fue abandonado con su hermano Remo en las orillas del Tíber, por orden de Amulio, rey Albano, temeroso de que algún día vacilase su poder: amamantado allí por una fiera (1), unos pastores recogieron a poco al niño, educándole en los rudos trabajos del campo: creció, y por sus robustas fuerzas y energía de ánimo adquirió tanta superioridad sobre sus compañeros, que todos los que habitaban los campos donde hoy se alza esta ciudad, se le sometieron de buen grado. Puesto a su frente, añaden dejando la fábula y pasando a la realidad, se apoderó por asalto de Alba Longa, ciudad muy fuerte y poderosa en aquellos tiempos, y mató al rey Amulio.

conseguida esta victoria, dícese que imaginó por primera vez fundar una ciudad, consultados los auspicios, y establecer un Estado. Mucho ha de atender al emplazamiento de la capital quien desee fundar un Estado duradero; Rómulo lo eligió admirablemente (1). No buscó la proximidad al mar, aunque lera Conseguida esta victoria muy fácil avanzar con su aguerrido ejército por el territorio de los Rótulos y de los Aborígenas, o establecer una nueva ciudad en la desembocadura del Tíber, en el paraje mismo adonde muchos años después el rey Anco llevó una colonia; pero aquel varón tan extraordinariamente previsor comprendió que la posición marítima no convenía a una nación para la que deseaba duración y poderío. En primer lugar, lss ciudades marítimas están expuestas a muchos peligros que no pueden prever. Lavtierra firme revela con muchos indicios la aproximación del enemigo, no solo esperado, sino repentino, indicando su presencia el ruido y transmitiendo el rumor de sus pasos. Nunca puede haber por tierra ataque tan repentino que no solamente sea el enemigo, sino quién es y de donde viene; mientras las naves pueden llevar a una ciudad marítima un ejército que la invada antes de que se sospeche su v sepa por donde bienvenida. Ni tampoco cuando llega muestra con señal alguna quién es, de donde viene y qué quiere, si es amigo o enemigo.
[...]

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