Ayer anotaba los motivos de la corriente inmigratoria de Europa desde África.
Las poblaciones humanas de África emigran a Europa como consecuencia de su "instinto",o naturaleza de ocupar nuevos espacios geogŕáficos al alcanzar una edad, o momento ontogénico.
Las poblaciones humanas de África -y no los individuos- no van a Europa -y no digo "vienen"-para tomar un tesoro acumulado pir las poblaciones humanas de Europa. Esta concepción antropoeuropea es consecuencia de la cultura creacionista -la población de Europa, el pueblo de Europa, es el "pueblo elegido por el Dios de su patriarca Abrahan. La interpretación racional científica denominada "teoría de la evolución" de Charles Darwin, felizmente expuesta en su obra "El Origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida”.
Hace unos años se concedió el Premio Principe de Asturias a Arturo Álvarez-Buylla, pir sus estudios sobre la inmigración a áreas encefálicas "dañadas" de poblaciones celulares subependimarias. En ningún caso las células subeoendimarias emigran a territorios encefálicos "no dañadas", para "quitar" el trabajo de estas.
En mi opinión, nunca emigran al lugar de las células degeneradas, o envejecidas.
Entre unas cosas y otras, recuerdo una de mis primeras lecturas conentadas, en torno a mis nueve años de vida (no edad) y que quiero recordar que ya aludí a ella. Es la hermosísima obra de Juan Valera "El espejo de Mstsuyama" y cuyo comienzo anoto ahora con el fin de hacer sentir en el lector la poderosa fuerza atractora.
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El espejo de Matsuyama
Juan Valera
Mucho tiempo ha (100.000 años) vivian dos jóvenes esposos enbun lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en el olvido, pero diré que el sutio en que vivian se llamaba Mstduyama, en ls orovincia de Echigo.
Hubo de scontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podian acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.
La madre no habia nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considersr que su marido emprendía tan lsrgo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde elbrey y los magbates habitaban, y donde habia que ver tantos primores y maravillas.
En fin, cuando dupo la mujer que bolvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo.
No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padreble trajo. Y él no se hartaba de contar las cosas extraordinarias que había visto, durante la peregrinación, y en la capital misma.
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