Los caprichos de la suerte
Pío Baroja
Unas notas sobre Pío Baroja y la Guerra Civil
José-Carlos Mainer
[...] A lo largo de muchos años, estos lectores habían sido estos jóvenes radicales, más de un obrero cultivado y la clase media más avanzada; en los años cuarenta perseveraron los de siempre; algo más viejos y desengañados, y empezaron a serlo otros descontentos de toda laya. Y todo esto le llevó a escribir febrilmente acerca de la guerra, dando la razón a Antonio Machado en aquella carta de 1938 que no había leído...
En 1937 ya publicó su primera apreciación de la guerra, Todo acaba bien... a veces, en forma de diálogo teatral, y en 1938, Susana (luego titulada Susana y los cazadores de moscas); de 1939 fue Laura o La soledad sin remedio, que es la mejor de todas las narraciones que escribió sobre ese tema, y contemporánea de la publicación en Santiago de Chile de sus artículos y reflexiones sobre la guerra, Ayer y hoy, que no satisfarían a ninguno de los bandos contendientes. En todas estas obras el escenario principal era París, adonde llegan testigos, noticias y bulos de la guerra,como también sucede en El hotel del Cisne (1946), sobre cuya trama ya planean los agoreros inicios de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue al final del decenio de los cuarenta, instalado en Madrid en su nuevo domicilio de la calle Ruíz de Alarcón, restablecida su rutina y rodeado de su tertulia vespertina (donde supo de nuevos acontecimientos, brutalidades y exageraciones), cuando trabajó más denodadamente sobre su imagen de la contienda. Allí escribió un nuevo tomo destinado a completar sus memorias Desee la última vuelta del camino: el VII, La guerra civil en la frontera, que vio la primera luz en el 2005, y los libros inconclusos Ilusión y realidad y Rojos y blancos. Nunca terminó una trilogía, Días aciagos, que había iniciado la ya citada novela El hotel del Cisne, pero sí dedicó mucho tiempo a otra, Las saturnales, que decidió ambientar en España y cuyo primer fruto, El cantor vagabundo, se concluyó ytimó en 1950. Pero en 1949 andaba ya escribiendo otro volumen de la serie, Miserias de la guerra, que en octubre de 1951 - Baroja se lo contó a su amigo y administrador Eduardo Ranch- no habia logrado la autorización de la censura.
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