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23 dic 2014

No; no abandonaré esta ciudad sin una herida en el alma.


Recuerda mi bella Promesa que un día has sido sin quererlo quien me ha herido. Piensa que jamás has sido como para mi has sido memoria no perdida en mi juicio ajeno a lo que he sido.
À. Pérez soy sin haberlo sido. Siente mis palabras enredarse en tus rubios y ensortijados lisos.

El Profeta 
Gibrán Khalil Gibrán (1923)




Almustafá, el elegido y bienamado, el que era un amanecer en su propio día, había esperado doce años en la ciudad de orfalese la vuelta del barco que debía devolverlo a su isla natal.

A los doce años, en el séptimo día de Yeleol, el mes de las cosechas, subió a la colina, más allá de los muros de la ciudad, y contempló él mar. Y vio su barco llegando con la bruma.

Se abrieron, entonces, de par en par las puertas de su corazón y su alegría voló sobre el océano. Cerró los ojos y oró en los silencios de su alma.



(Subrayo)

Sin embargo, al descender de la colina, cayó sobre él una profunda tristeza, y pensó así, en su corazón. ¿Cómo podría partir en paz y sin pena? No; no abandonaré esta ciudad sin una herida en el alma.

Largos fueron los días de dolor que pasé entre sus muros y largas fueron las noches de soledad y, ¿quién puede separarse sin pena de su soledad y su dolor?

Demasiados fragmentos de mi espíritu he esparcido por estas calles y son muchos los hijos de mi anhelo que marchan desnudos entre las colinas. No puedo abandonarlos sin aflicción y sin pena.





No es una túnica la que me quito hoy, sino mi propia piel, que desgarro con mis propias manos. Y no es un pensamiento el que dejo, sino un corazón, endulzado por el hambre y la sed.
Pero, no puedo detenerme más.
El mar, que llama todas las cosas a su seno, me llama y debo embarcarme.

Porque el quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y cristalizarse y ser ceñido por un molde. Desearía llevar conmigo todo lo de aquí, pero, ¿cómo lo haré?

Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron alas. Sola debe buscar el éter.

Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol. Entonces, cuando llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su barco acercándose al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su propia tierra.

Y su alma los llamó, diciendo:

Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas veces habéis surcado mis sueños! Y ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño más profundo.

Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas,, esperan el viento.

Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez tan sólo hacia atrás, amorosamente.

Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. Y tú, inmenso mar, madre sin sueño.

Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo. Permite un rodeo más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada.

Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin límites.

Y, caminando, vio a lo lejos cómo hombres abandonaban sus campos y sus viñas y se encaminaban apresuradamente hacia las puertas de la ciudad. 

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