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28 dic 2014

Tratado de Ateologia. Física de la Metafísica.



Tratado de ateología Física de la metafísica
Michel Onfray
Traducción de Luz Freiré
2005

Prefacio
1. La memoria del desierto.
Después de recorrer varias horas el desierto mauritano, la visión de un viejo pastor con dos dromedarios, la joven esposa y la suegra, la hija acompañada de sus dos hijos montados en burros, cargando en conjunto todo lo que forma parte de lo esencial de la supervivencia, es decir, de la vida, me da la impresión de estar frente a un coetáneo de Mahoma. Cielo blanco y ardiente, árboles calcinados y escasos, matas de espinas arrastradas por los vientos de arena a través de las extensiones infinitas de arena anaranjada, el espectáculo me transporta al paisaje geográfico -es decir, mental- del Corán, a los tiempos intempestivos de las caravanas de camellos, de los campamentos de los nómadas, de las tribus del desierto y de los avala res de su vida.

Pienso en las tierras de Israel y de la Judea Samaría, de Jerusalén y Belén, en el lago de Tiberíades, aquellos lugares donde el sol quema las cabezas, reseca los cuerpos, deja sedientas las almas y provoca deseos de oasis, ansias de paraísos donde el agua corre fresca, límpida, abundante, y el aire es dulce, perfumado y grato, en los que abunda el alimento y la bebida. Los mundos subyacentes me parecen de pronto mundos contrarios, concebidos por hombres fatigados, exhaustos, consumidos por  el trajín continuo a través de las dunas y las huellas de grava calcinada al rojo vivo. El monoteísmo surge de la arena.

En la noche de Ouadane, al este de Chinguetti, adonde he venido a consultar las bibliotecas islámicas ocultas bajo la arena de las dunas que con paciencia y sin tregua devoran pueblos enteros, Abdurahmán -nuestro chófer- extiende afuera su alfombra, en el suelo del patio de la casa que nos aloja. Me encuentro en una pequeña habitación, sobre un colchón improvisado. La noche gris azulada reluce en su piel negra, la luna llena suaviza los colores y su cuerpo adquiere un tono violeta. Con lentitud, como inspirado en los vaivenes del mundo, animado por los ritmos ancestrales del planeta, se agacha, se arrodilla, apoya la cabeza en el suelo, y reza. La luz de las estrellas extinguidas nos alumbra en el calor nocturno del desierto. Me parece que estoy en presencia de una escena primitiva, que soy espectador de una manifestación tal vez idéntica al primer arrebato místico del hombre. Al día siguiente, durante el trayecto, le pregunto a Abdurahmán sobre el islam. Le asombra que un blanco occidental se muestre interesado por el islam y rechaza que se le haga cualquier referencia al texto. Acabo de leer el Corán, pluma en mano, y recuerdo algunos versículos, palabra por palabra. Su fe no tolera que se recurra a su libro sagrado para cuestionar los fundamentos de ciertas tesis islámicas. Para él, el islam es bueno, tolérame, generoso y pacifista. ¿La guerra santa? ¿La jihad decretada contra los infiele s? ¿Las fetuas lanzadas contra un escritor? ¿El terrorismo hipermoderno? Actos llevados a cabo por locos, pero, sin duda, no por musulmanes...

No le agrada que una persona no musulmana lea el Corán y se remita a tal o cual sura para decirle que tiene razón si elige los versículos que confirman sus tesis, pero que hay muchos otros textos en ese mismo libro que le dan la razón al combatiente armado que ciñe la cinta verde de los sacrificados a la causa, al terrorista de la Hezbollah cargado de explosivos, al ayatolá Jomeini que condena a muerte a Salman Rushdie, a los  kamikazes que lanzan aviones civiles contra las torres de Manhattan, a los émulos de Ben Laden que decapitan a los rehenes civiles. Rozo la blasfemia... Vuelta al silencio en los paisajes devastados por el calor del sol.


2. El chacal ontológico
Después de varias horas de silencio en el mismo paisaje de desierto inmutable, vuelvo al Corán, en este caso, al Paraíso. ¿Creerá Abdurahmán en esta geografía fantástica por completo, o la tomará como un símbolo? ¿Los ríos de leche y vino, las huríes de grandes ojos, los lechos de seda y brocado, las músicas celestes, los magníficos jardines? Sí, afirma: «Es así...» ¿Y el infierno, entonces? «También como dicen.» El, que vive tan cerca de la santidad, solícito y delicado, generoso, atento al prójimo, apacible y tranquilo, en paz consigo mismo, y por lo tanto con los demás y el mundo..., ¿verá algún día esas delicias? «Así lo espero.» Se lo deseo con toda sinceridad, mientras mantengo en mi fuero interno la certidumbre de que se engaña, que le mienten y que, por desgracia, no llegará nunca a conocer nada de eso...

Luego de unos instantes de silencio, me explica que, no obstante, antes de entrar en el Paraíso tendrá que rendir cuentas de su vida como hombre de fe, y que es probable que no le alcance toda su existencia para expiar una culpa que bien podría costarle la paz y la eternidad... ¿Un delito? ¿Un asesinato? ¿Un pecado mortal, como dicen los cristianos? Sí, de algún modo: un chacal que un día aplastó con las ruedas de su vehículo... Abdú iba muy rápido, no respetaba los límites de velocidad en las carreteras del desierto -donde se puede distinguir el resplandor de un faro a kilómetros de distancia-, y no lo vio venir. El animal salió de entre las sombras y dos segundos después agonizaba bajo el chasis del auto. 

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