La desesperación arde en Bulgaria.
Seis hombres se queman a lo bonzo en seis semanas en el país más pobre de la Unión Europea, sumido en la inestabilidad desde el inicio de la protesta contra la miseria.
El Ministerio de Sanidad lanza un plan para prevenir los suicidios.
Los políticos tratan de recuperar la confianza con iniciativas sociales.
Ayer leí esta noticia. Esperé a hoy para anotarla con el fin de saber sí había reacciones a ella.
Siento vergüenza.
Siento temor.
Se me revuelve la conciencia sobre lo leído y lo vivido.
En la Unión Europea tenemos ghettos donde encerramos a quienes nos avergüenza mirar a los ojos mientras miran a través de la ventana desde la fría calle a quienes comemos, bebemos y reímos manifestando nuestra cínica actitud de pobreza social. Y, cuando descuidamos nuestros ojos a la ventana cubierta de gélida agua otrora dadora de vida, arrojamos el vómito de "hay que asilar a los desgraciados que están locos al querer suicidarse. Decíamos que los no arios había que quemarlos o, posteriormente decíamos que los pobres de las calles que negaban el paraíso comunista estaban locos y había que encerrarlos en psiquiátricos.
Hoy seguimos hablando y expresando nuestro horror por lo que otros vemos en testimonios gráficos, no escritos, han hecho, como Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Mao, Mobutu, Obiang, Videla, Somoza, Castro, y, todos aquellos que no somos nosotros.
Estamos, estamos. Somos, somos. Seremos, seremos. Mal-nacidas bestias.
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