Demasiaso tiempo he pasado quieto, que no parado. La aventura, el no querer saber lo que a mi alrrededor se cuece creyendo que no sé. Pobres gentes, razon de aventura me dan para un dia mi hazada utilizar, que no usar.
Me ha gustado leer y volver a leer, no releer, a Don Pio. Hoy de la mano del mozo lo haré a dormir y, a mas ver.
Zalacaín el aventurero
Pio Baroja
Libro tercero
Las últimas aventuras
Capitulo primero.
Los rcién casados están contentos
Catalina no fue inflexible. Pocos días después, Martín recibió una carta de su
hermana. Decía la Ignacia que Catalina estaba en su casa, en Zaro, desde hacía algunos
días. Al principio no había querido oír hablar de Martín, pero ahora le perdonaba y le
esperaba.
Martín y Bautista se presentaron en Zaro inmediatamente, y los novios se
reconciliaron.
Se preparó la boda. ¡Qué paz se disfrutaba allí, mientras se mataban en España! La
gente trabajaba en el campo. Los domingos, después de la misa, los aldeanos
endomingados, con la chaqueta al hombro, se reunían en la sidrería y en el juego de
pelota; las mujeres iban a la iglesia, con un capuchón negro, que rodeaba su cabeza.
Catalina cantaba en el coro y Martín la oía, como en la infancia, cuando en la iglesia de
Urbia entonaba el Aleluya.
Se celebró la boda, con la posible solemnidad, en la iglesia de Zaro y luego la fiesta
en la casa de Bautista.
Hacía todavía frío, y los aldeanos amigos se reunieron en la cocina de la casa, que
era grande, hermosa y limpia. En la enorme chimenea redonda se echaron montones de
leña, y los invitados cantaron y bebieron hasta bien entrada la noche, al resplandor de
las llamas. Los padres de Bautista, dos viejecitos arrugados, que hablaban solo
vascuence, cantaron una canción monótona de su tiempo, y Bautista lució su voz y su
repertorio completo y cantó una canción en honor de los novios.
Ezcon berriyac
pozquidac daudé
pozquidac daudé
eguin diralaco gaur
alcarren jabé
clizan.
(Los recién casados están muy alegres, porque hoy se han hecho dueños, uno de
otro, en la iglesia.)
La fiesta acabó, con la mayor alegría, a la media noche, en que se retiraron todos.
Pasada la luna de miel, Martín volvió a las andadas. No paraba, iba y venía de
España a Francia, sin poder reposar.
Catalina deseaba ardientemente que acabara la guerra é intentaba retener a Martín a
su lado.
—Pero, ¿qué quieres más? —le decía—.¿No tienes ya bastante dinero? ¿Para qué
exponerte de nuevo?
—Si no me expongo —replicaba Martín.
Pero no era verdad, tenía ambición, amor al peligro y una confianza ciega en su
estrella. La vida sedentaria le irritaba.
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