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6 may 2014

Trompetas de La Muerte. Tambores de La Guerra.

A Moro, mi amigo fiel. Donde estés, espera mi llegada, que seguro estoy ya escuchas con desazón, golpeando con tu mano derecha el suelo por donde sientes mi lento caminar, sin ya apenas braceo.


Los días pasan, los años están al acecho. Recuerdo está lectura seguida de su adaptación al cine; esta no produjo en mi más desazón del que llevé a la sala donde se  proyectaba que, por la remoción había producido en mi la obra  escrita, me produjo dolor de muerte. Si el dolor es la trompeta que anuncia la llegada victoriosa de la Muerte, prefiero el tambor que concita al combate.

Cuán contemplo con tristeza lo que suena, recuerdo a la Europa hermosa tomándola sobre la grupa de mi brioso corcel negro brillante, de ojos preguntones, de crines que cortan mi cara y de olor que me penetra, gritando para que abra la puerta de mi vivienda, sólo mía, de nadie pisada, de nadie, escuchada. Retiró las crines que se pegan a mi boca jadeante y con mi diestra acaricio su ancho cuello  al que no rodea cuero esclavo alguno. ¡Moro, sigue!. Ya no nos siguen. El horizonte sólo es de nosotros, de los dos y de la Europa hermosa a nosotros unida en nuestra libre escapada. ¡Moro sigue!



La muerte en Venecia
Thomas Mann



Recordaba al poeta melancólico y entusiasta ante quien emergieron en otro tiempo de aquellas aguas las cúpulas y las campanadas de su sueño, repetía algo de lo que entonces había cristalizado en cántico de admiración, de dicha o de tristeza, y conmovido sin esfuerzo por tales sentimientos ahondaba en su corazón ya maduro, para ver si el Destino le reservaba aún nuevos entusiasmos y emociones, o quizás una tardía aventura sentimental. 


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