Para ingerir los alimentos tenemos que saborearlos con nuestros labios y, con estos aproximarlos a la nariz para olerlos y, por último, depositarlos en la boca donde, pacientemente, hemos de elaborarlos para, posteriormente, pasarlos, en confianza de ser aquellos que nos son necesarios para vivir en paz con los hombres y con Dios, Nuestro Señor.
Lo hemos de hacer en comunión con nuestros hermanos, por lo que hemos de cubrir nuestra cabeza dejando plegada la capucha a nivel de nuestros ojos, a modo de como las órbitas están dispuestas. Moveremos la cabeza en compás con nuestro masticar, a uno y otro lado, en manifestación de conformidad con nuestros hermanos acompañantes. Nunca levantaremos la cabeza, en señal de respeto a nuestros hermanos que nos dan la mano. Dejaremos la mesa apoyando nuestras manos al lado de las de nuestros hermanos, en señal de acompañamiento en el camino hacia la labor que nos espera. Acompañaremos a nuestros hermanos braceando acompasados con ellos mientras que les miramos en signo de respeto al fin que perseguimos, gozosos manifestando nuestra alegría hablando con una sola voz al Señor Padre Nuestro. Por ese motivo braceamos haciendo girar nuestro tronco por la cintura y nuestra cabeza por nuestros ojos a cobijo de la cilla ósea y tomando su olor por la disposición nasal en forma piramidal. El sabor de su aliento que recordamos de nuestro hermano, la comisura de nuestros labios se desliza de un hermano a otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario