Ya que estoy anotando sobre lo que no se cuenta del reinado de los Reyes Católicos, entiendo que también se ha de leer lo que sí se cuenta sobre los Reyes Católicos y, para ello he tomado este texto.
Lo que no se cuenta del reinado de los Reyes Católicos
España comenzó a ser la vanguardia y la abanderada de la verdadera civilización con el glorioso reinado de los Reyes Católicos.
Toda la obra de Fernando e Isabel puede ser definida sin vacilar, como un formidable esfuerzo para crear la Monarquía, primera forma de Estado. Esta se apoyaba en un principio estrictamente religioso: la fe de Cristo era la verdad fundamental y a ella se sometía todo lo demás: ningún otro reino funcionaba de distinta manera. Antes de que Lutero estableciera su famoso principio “cuius regio eius religio”, sometiendo a la voluntad del Soberano la Fe de sus Estados, los Reyes Católicos practicaron el principio opuesto: “cuius religio eius regio”, lo que obligaba a someter todas las tareas de gobierno a los principios morales del Cristianismo. La justicia era, en consecuencia, virtud que fundamentalmente debía tenerse en cuenta. Entre las figuras institucionales creadas por los Reyes Católicos se precisó la del Procurador fiscal, para atender aquellos casos en que la administración real era acusada. Son muy abundantes las sentencias hoy conocidas en que ésta resultó condenada. Un verdadero poder judicial, la Audiencia, se ocupaba de los pleitos civiles. Su trabajo fue inmenso. También la potestad legislativa, propia de la Corona, fue delegada: en las Cortes en cuanto capacitadas para la promulgación de los ordenamientos y, en segundo grado, en el Consejo Real, en cuanto a la publicación de pragmáticas. Conforme crecía el poder soberano de la Corona se iba haciendo éste cada vez más compartido y colegial.
La Monarquía Católica española no derivó hacia el absolutismo; mientras que la francesa, edificada sobre la “razón de Estado”, sí.
La Monarquía Católica española fundada por los Reyes Católicos y prolongada después por los Austrias, y luego por los Borbones de manera ya progresivamente desvirtuada y des-hispanizada y finalmente vacilante hasta 1.833, no sojuzgó nunca a los pueblos sobre los que ejerció soberanía, como ocurrió con las demás potencias europeas a partir del siglo XVII, en particular Inglaterra y Francia, que edificaron su política sobre la inicua “razón de Estado” sin reconocer ningún principio moral objetivo sobre el que fundamentar y atener las conductas nacionales.
La Monarquía Católica Española estuvo siempre edificada sobre el fundamento del Derecho natural y de la ley divinopositiva, es decir, sobre un concepto correcto – real – de la persona y de la libertad. Por eso puede decirse que ha sido la de más alta calidad científica que en el mundo ha sido, la más humana, generosa y noble. Tal es su singular grandeza y también la causa de que sea una Historia tan tremendamente controvertida por el ignorante y pervertido mundo actual.
El reinado de los Reyes Católicos es una singular y auténtica explosión de vitalidad que, con centro y vigor esencialmente castellanos, se manifiesta en todas las actividades humanas: lo mismo en lo político-militar, que en los viajes, exploraciones, hazañas individuales y colectivas, o en la fuerza creadora del espíritu: el pensamiento, la literatura o el arte. Aquella explosión fue un derroche fabuloso de energías sin igual en la Historia de la humanidad, un “cortocircuito” como lo llama Sánchez Albornoz, que no es posible sólo humanamente explicar sin referencia providencial. Los reinos de Castilla y Aragón, en apariencia divididos y decadentes, muestran de pronto una vitalidad que les hace capaces de las más trascendentales acciones colectivas. En pocos años, a partir de la batalla de Toro en 1.476, el país se multiplica, se organiza el primer Estado moderno del mundo, concluye la Reconquista con la toma de Granada, descubre América – la aventura más transcendental y bella de la humanidad – vence a Francia en la lucha por la hegemonía, controla el espacio italiano y se transforma de la noche a la mañana en la primera potencia mundial. Nace así de forma explosiva la gran Nación Española moderna con el extraordinario vigor de lo que propiamente se ha llamado la eterna metafísica española; y nace a continuación ese ámbito maravilloso de generosidad universal que se llama Hispanidad.
Los Reyes Católicos fueron grandes estadistas de valor realmente excepcional. Pero su extraordinaria labor no podía depender sólo de las virtudes de dos personas egregias y de un poder político por perfectamente dirigido que estuviera. Se comprueba en esa época un proceso súbito en el alma española, como una explosión de vida y de ansia de transcendencia. Fue la idea de unidad, cuyos principales impulsores fueron los monarcas, uno de los factores que galvanizaron aquel impulso colectivo que parece definir la actitud creadora y constructiva de los españoles de aquella época.
La unidad moral, superior de hecho a la simple unidad jurídica, estaba alimentada entonces por la unidad religiosa. La fe católica transcendía entonces profundamente a la vida pública y a las mentalidades individuales y colectivas. Ello confiere una formidable personalidad tan marcada a nuestra singular Edad de Oro, cuya gigantesca labor creadora en el pensamiento, en la literatura, en el arte y la milicia se produce toda ella en clave estrictamente católica. Esto es una realidad positiva impresionante y única en la Historia de la civilización universal.
La reforma de la Iglesia Española, cuya reimpulsora fue principalmente la Reina con la gran colaboración del Cardenal Cisneros, tuvo un doble objetivo: cultural y disciplinar. Ello elevó notablemente la formación y el espíritu de la Iglesia española y la madurez alcanzada por el pensamiento español. Esto fue uno de los factores principales que explica el fracaso del protestantismo en España; y de la defensa por España de la Europa meridional y de América, de la gran decadencia moral introducida en el mundo por el lamentable error protestante, oscurecedor de las inteligencias y divisor de las voluntades, generador de odios y profundamente deshumanizador.
En 1.480 las Cortes de Toledo acordaron la reforma del Consejo Real, que se nutrió en adelante de juristas y universitarios salidos en general del patriciado urbano y de la clase media, peritos en leyes, en economía y en diplomacia. El Consejo se desglosaba en Salas: de Estado o Asuntos Exteriores, Hacienda, Justicia y Hermandad en el orden interior. Pocos años después vendría la de Indias. Esta especialización fue dando enseguida gran eficacia a la administración del Consejo, órgano auxiliar de gran eficacia para el mejor gobierno real. Esto, y la creación del Ejército profesional, puede decirse que consagra de una vez para siempre el Estado moderno. Pero un Ejército formado y mandado en principio por nobles y sólo nobles, se convirtió en vehículo de transmisión de las virtudes: el ingreso en sus filas significaba un ennoblecimiento.
El militar más destacado fue Gonzalo Fernández de Córdoba, universalmente conocido como el Gran Capitán. Se distinguió ya en la reconquista de Granada por su genio militar renovando el arte de la guerra, por lo que algunos autores le colocan entre los más grandes militares de todos los tiempos. Se destacó luego en las campañas de Italia y en la toma de Cefalonia a los turcos (1.500). Fundó el ejército moderno de infantería y los famosos tercios españoles que eran invencibles y dominaron absolutamente los campos de batalla durante siglo y medio.
A lo largo de toda la empresa española en América, la Corona se sometió a examen de los teólogos, juristas y funcionarios, quienes consideraron con objetividad ejemplar todas las cuestiones que planteaba una realidad inédita. Oyeron innumerables opiniones, analizaron conductas y dictaminaron de acuerdo con los principios que presidían la vida del Imperio. No hay antecedentes históricos de que una nación triunfadora haya hecho una crítica tan rigurosa de su conducta y constituye una honra imperecedera de España, que dio todo lo que tenía en la más alta jerarquía de este tiempo. Infundió ese legado en una América que lo desconocía, porque quiso que esos territorios fueran la extensión de España, que así no fueron colonias ni factorías como las inglesas, francesas y holandesas, utilizadas sólo con fines comerciales y administrativos por funcionarios alejados de los nativos por motivos culturales o raciales.
Hispanoamérica, gracias a la formidable labor evangelizadora y civilizadora de España, se había organizado de una manera admirable. Y a pesar de la posterior adopción de ideologías francesas, las instituciones seguían respondiendo a las necesidades americanas. Un ejemplo fue la perduración del Consejo de Indias y de sus leyes, que se puede considerar como la obra de la legislación para las colonias modernas. Europa no ofrece otro ejemplo de un tribunal cuyas decisiones hayan sido, durante trescientos años, tan luminosas, tan sabias como lo fueron y lo son aún las del Consejo de Indias.
Los Reyes Católicos sanearon la Hacienda desastrosa que tomaron al comenzar su reinado. Sin crear nuevos tributos, cuidaron de recaudar bien los antiguos. Los ingresos fiscales de Castilla sumaban unos 10 millones de maravedís anuales en tiempo de Enrique IV; y hacia el año 1.500 la Corona Castellana recibía anualmente más de un millón de ducados. Esta cifra bastaba entonces para fundamentar un imperio. Los Reyes trataron las cuestiones hacendísticas y económicas con particular esmero. Los Reyes Católicos hicieron todas estas cosas sin aumentar en absoluto los impuestos y tributos a que el pueblo ya estaba acostumbrado. Y mantuvieron la estabilidad en el precio del oro, lo cual constituye la gran hazaña de la vida económica de final del siglo XV.
Con este glorioso reinado se dio el impulso y se pusieron las bases de lo que sería a continuación la Edad de Oro de España y el imperio español, la mayor plenitud y extensión alcanzada por la civilización cristiana en la Historia Universal. La cultura española de la Modernidad otorgó al mundo su era de mayor nobleza, madurez doctrinal y espiritual, de mayor heroismo, magnanimidad y belleza que conoce la Historia. Tal es la esencia de la cultura moderna que España tiene legada al mundo, tal es la noble herencia española: un orden de valores cristiano y noble, una forma específica de Caballería.
Sobre tan rico y sólido fundamento se fue edificando un pensamiento, un arte, una cultura: ella produjo a Cervantes, a Calderón, a Quevedo, a Francisco Suárez, a Velázquez y a Ribera… Nadie daba tanto en el mundo del Siglo XVI; y el P. Vitoria con la escuela de Salamanca, desarrolló la Leyes de Indias ya iniciadas por Isabel, y crearon el Derecho de gentes lo que constituye a España como depositaria de la gloria jurídica de Roma, superada por su propio genio con un concepto cristiano sobre la legislación política, social y económica.
España descubrió, evangelizó y civilizó América y a otras muchas gentes por el mundo. Fue una legión de titanes del espíritu que dejó su vida en tan formidable empresa durante más de tres siglos.
Una de las mayores glorias de la Reina Isabel y con ella de España, es la abolición de la esclavitud, al menos en la gran anchura del mundo hispánico.
Isabel concebía las explotaciones y conquistas como un medio para ampliar la Cristiandad y atraer almas a la fe de Cristo. Se comprende así muy bien que en las últimas horas de su vida, entre el 12 de Octubre de 1.504 en que firmó su testamento, y el 26 de noviembre, en que murió, se sintiera obligada a introducir el codicilo en que establecía la base argumental de toda su política; aquélla que dictaba, desde el principio, la doctrina de la Iglesia: los habitantes de las islas y tierras recién descubiertas eran personas humanas, debían ser tratados como súbditos , convertidos a la fe y respetados en su libertad. Era la primera vez en la Historia que esta doctrina acerca de un derecho natural, previo a cualquier otro, se presentaba en forma imperativa, con un mandato. Realmente fue un testamento ejemplar. Porque quiso convertir de una manera especial en ley del reino, la doctrina de la Iglesia acerca de la libertad de los indios. Y aprovechó su testamento, ley fundamental, puesto que expresa la voluntad del soberano impuesta a su sucesor, para introducir un codicilo que se adelantaba a los demás países del mundo en varios siglos: y que en algunos aspectos esenciales sigue adelantado hoy. Ello dio lugar al mestizaje, fenómeno genuinamente español de generosidad universal.
Los anglosajones aniquilaron prácticamente a los indios de su territorio y el tráfico de esclavos negros se practicó durante casi tres siglos principalmente por ingleses y franceses. La introducción de esclavos en los dominios españoles es consecuencia de la influencia inglesa en el Tratado de Utrecht (1713).
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La transcendencia benéfica que el reinado de los Reyes Católicos tuvo para el mundo fue y sigue siendo enorme. Isabel tuvo parte principalísima y decisiva en ello, porque además ella tomó, entre otras, las iniciativas y las tres decisiones clave; a saber: defender con extraordinaria inteligencia y energía, a través de grandes dificultades, su legitimidad en la sucesión al trono de Castilla; su matrimonio con Don Fernando, contra todo un acoso de violentas y poderosas intrigas que a ello se oponían; su personal y decisivo apoyo a Colón para la firma de las capitulaciones que dieron origen al descubrimiento de América.
Una de las mayores glorias de la Reina Isabel y con ella de España, es la abolición de la esclavitud, al menos en la gran anchura del mundo hispánico.
Durante la Edad Media se había resuelto de un modo pragmático en la Europa cristiana, que los infieles podrían ser reducidos a esclavitud y los bautizados no. Se consideraba que los infieles, al vivir dentro del pecado original sin posibilidad de acceder a la gracia, se hallaban desprovistos de derechos naturales. De este modo los judíos y musulmanes que vivían en territorio cristiano gozaban de derechos en cuanto que las leyes o pactos emanados de los monarcas cristianos se los otorgaban. Pero en el siglo XIII una línea de pensamiento, de la que Inocencio IV y Santo Tomás de Aquino fueron las figuras más relevantes, comenzó a plantear la cuestión de otro modo: el derecho natural, incluyendo vida, propiedad y libertad personal, no se veía destruido por el pecado original. Por otra parte, era bien clara la doctrina sostenida desde San Agustín de que nadie puede ser obligado a la conversión por la fuerza: por consiguiente, el bautismo de los infieles presuponía la libertad personal de éstos y el derecho a ejercerla. Los Reyes Católicos no dejaron de hacer referencia a ella en sus relaciones con judíos y musulmanes. Toda la tradición española, desde San Raimundo de Peñafort y Ramón Llull, estaba impregnada de esta misma doctrina – recuérdese la línea tomista de la reforma católica española -, la cual no excluía que se emplearan medios persuasorios graves ni que se considerase la cruzada como el medio legítimo para arrebatar a los infieles su poder. Lull, en la Blanquerna, libro que figuraba en la Biblioteca de Isabel, lo explicaba de este modo: la guerra de cruzada era necesaria para establecer autoridades que hicieran posible la predicación e instrucción de los infieles en orden a su conversión. En las bulas que otorgaban los privilegios pertinentes, los Papas calificaban de “buena y santa” la cruzada.
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En los años en torno a 1992, con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América, hemos visto y oído innumerables panfletos de procedencia diversa y de índole calumniosa y denigrante para la figura y obra de la egregia persona de Isabel la Católica. Claro que a la vez está en marcha su proceso de beatificación.
También felizmente hemos visto publicaciones y actitudes honorables de hombres de ciencia y conciencia, de historiadores ilustres españoles y extranjeros, de numerosos obispos de Europa y América. La actitud verdaderamente científica de éstos se caracteriza por el análisis riguroso de las conductas y los acontecimientos situados en su propio contexto histórico, y no juzgando las cosas en función de parámetros actuales preestablecidos, lo cual se llama prejuicio. La actitud mental de los detractores es científicamente falsa, porque retrotraen un pensamiento actual a un pensamiento antiguo – antiguo pero correcto en las coordenadas ortodoxas y públicas de su tiempo -, con lo que cometen una tergiversación gravemente injusta de las personas y los hechos, con grave daño para la salud mental de muchas gentes.
A finales del siglo XV los turcos amenazaban gravemente a toda la Europa cristiana. Dominaban el Mediterráneo, arrasaron los Balcanes y en 1480 ocuparon Otranto. El terror sacudió a todo el Occidente porque se temía que Italia corriera la misma suerte que los Balcanes. El Papa trataba de organizar una liga para la defensa. Y el poner fin a la Reconquista en España con la toma de Granada, y el suprimir la presencia del Islam en España, suponía así un gran interés estratégico general de toda la Cristiandad.
La guerra de Granada exigió un esfuerzo enorme en todos los aspectos, pero Isabel no se quejó en ningún momento del esfuerzo realizado: Granada justificaba todos los sacrificios.
Las capitulaciones otorgadas a Boabdil, héroe extremo de la resistencia, fueron ampliamente magnánimas y generosas, respondiendo muy significativamente al perfil moral de Isabel y Fernando.
En cuanto a los judíos, habían sido ya expulsados de toda Europa en los siglos anteriores. España fue la última nación en tomar esta medida; y no fue tanto la expulsión de los judíos como la supresión del judaísmo en España por razones igualmente estratégicas de interés general de la Cristiandad. Toda la Europa cristiana celebró con la alegría el edicto de los Reyes Católicos de marzo de 1492. La Sorbona, que era como una Universidad Central de Europa, manifestó expresamente por escrito a los reyes españoles su gran satisfación por esta decisión. También hubo alegría en Roma. Se trataba de salvar a España y a Europa de un grave peligro doble: hacia dentro, más bien espiritual y en defensa de la fe; y hacia fuera, también espiritual y a la vez militar en aquel momento histórico tan crítico.
El Papa Sixto IV envió un legado especial investido de plenos poderes para la Península Ibérica. Según el Papa, sobre la Cristiandad se cernía un gravísimo peligro procedente del exterior, por la amenaza turca que crecía de día en día, y del interior, por la presencia de amplias colonias de infieles, esto es, judíos y musulmanes, en la misma retaguardia. Era España prácticamente el único país de Europa en donde todavía el judaísmo y el Islam se practicaban por un número crecido de personas al amparo de la ley. Esto había provocado el problema subsidiario de los conversos que no eran sinceramente cristianos – los falsos conversos – y que, según el Pontífice, dañaban gravemente la fe.
Y es que la Verdad cristiana, salvadora del hombre, se tenía entonces por el máximo y sumo Bien. Esto le cuesta comprenderlo al “hombre moderno”, a quien no chocará en cambio que la protección de la salud sea actualmente preocupación primordial de la autoridad pública y justifique no pocas molestias y restricciones. Pues el hombre religioso europeo puso en la defensa de la fe y en la lucha contra el error el mismo apasionado interés que el “hombre moderno” pone en la lucha contra el dolor, el cáncer, la contaminación, o en la defensa de la salud física o la democracia; y esto, a la vez que asesina a millones de seres humanos inocentes no nacidos.
Isabel actuó siempre y en todo hija fiel de la Iglesia. Si la Iglesia le hubiera dicho conserve Ud. los judíos, los hubiera conservado. Como la Iglesia le dijo suprima Ud. El judaísmo, lo suprimió.
La tumba de los Reyes Católicos en Granada fue profanada y saqueada por los soldados franceses de la Revolución atea en 1810. Hoy es una reliquia, la huella indeleble dejada por una mujer, Isabel, en cuyas manos puso la Providencia los más altos destinos de la Tierra. A lo que ella correspondió derrochando las cuatro virtudes cardinales sobre el pilar de una fe inconmovible.
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-“Cuando los Reyes Católicos tenían en Medina su casa, desde ella se habían construido muchas cosas para esa gran estructura política que en el siglo XVII Campanella llamaría Monarquía Católica. Monarquía por la unidad conseguida entre tantos Reinos y católica porque tal era la condición sobre la que se apoyaba la legitimidad. Quienes emprendían el camino de América, llevaban ambas cosas. Pues España no construyó al otro lado del mar un sistema colonial sino que fundó reinos, intentó bautizar a los indios y pretendió que, ellos también, viviesen en ciudades, como Medina, para que pudieran ser vecinos. La población indígena debía ser organizada y sometida al orden superior. Emociona pensar que, desde un pequeño rincón de esta plaza, puesta ya en trance de muerte, la Reina se ocupara de los habitantes de las Islas y Tierra Firme de la mar Océana, para recordar que eran seres humanos libres a quienes no se podía hacer agravio en personas y bienes”.
“La Monarquía es una forma – primera forma de Estado – que se apoya en la fuerte conciencia del deber. Los reyes han sido suscitados por Dios mediante la objetiva vía del nacimiento, pero sobre ellos pesa un tremendo deber, el de reinar, del que, como recuerda Isabel al final de sus días, al mismo Dios tienen que rendir cuenta. Ese deber aparece íntimamente relacionado con la existencia de la ley. No hacía muchos años que los monarcas españoles encomendaran a Rodríguez de Montalvo la codificación, en un solo cuerpo, de las leyes vigentes. Ahora, desde el Rey al último de los súbditos, todos sabían a qué atenerse, pues el cumplimiento de la ley obliga a todos. Entre Rey y reino, aunque no se diga, en esa España en que alborea el siglo XVI, existe una especie de pacto en obligación recíproca que aparece sumisa a la ley, y, a través de ella, al orden moral”.
“Esta fue la situación histórica de una sociedad en la que los hombres podían desplegar al máximo su verdadera libertad y su capacidad creadora, como lo demuestran culturalmente los incomparablemente ricos y fecundos siglos de la era española imperial. Y no la falsa libertad que se grita cada día de mil modos por el mundo desde la Revolución, como voz gritada en el desierto por una muchedumbre de nadie”.
“La virtud esencial que definen las Cortes castellanas en esta relación entre monarca y súbditos, es la lealtad. Pues no basta una obediencia fiel: es importante, sobre todo, evitar que el Rey cometa errores. Un caballero leal trataba de ser precisamente, aquel que sabe plantarse ante su jefe o su propio soberano para evitar que cometa injusticia. Y tal actitud ante la vida constituye lo que podríamos llamar (castellanidad)”.
“La nobleza, especialmente la mediana o hidalguía que no tiene patrimonio más valioso que su propia condición, el “honor”, actuó como formidable educadora de la sociedad. En esta educación entraban especialmente dos virtudes, el “artificio de lo heroico” y la “nostalgia de una vida más bella”. Nunca el valor parece tan puro y sin mancha como cuando es gratuito o se ejerce al servicio de una descomunal empresa”.
“Si tuviéramos que resumir en dos palabras aquello que España aportó para la construcción de América, término nuevo de una sociedad nueva, tendríamos que reducirnos al caballo y el Padre Nuestro. El caballo no es solamente ese cuadrúpedo que puede ser montado, cambia el arte de la guerra e imprime a los hombres esa segunda velocidad que ya no será sustituida hasta la aparición de la máquina de vapor: implica un modo de vida y un espíritu, el de la caballería, en la que las normas rigurosas de conducta y la superioridad inherente al jinete, aparecen aplicadas a todos los aspectos de la existencia humana. Los encontramos con distintos nombres en toda la geografía americana: los llamamos charros en tierras de México, huascos en Chile o gauchos en las esteparias soledades de la Pampa. Pero, en ellos, esa nostalgia de una vida más bella, como la describe Martín Fierro – “hubo un tiempo que tenía” – ese valor artificioso del “hombre macho” de la canción mejicana donde siempre “se quiere por derecho”, y esa nostalgia por un futuro, aparecen siempre”.
“La ciudad, núcleo urbano más bien, fue transplantada a América. En ella no eran posibles los abusos que se producían en el campo: de este modo la ciudad, con sus iglesias y sus regidores, pasaba a ser meta de libertad. En la ciudad no es posible la derivación de la encomienda en abuso. Después vinieron los virreyes. Todavía hoy Antonio de Mendoza o Pedro de La Gasca quedan en la memoria histórica americana como los ejemplos del bien gobernar. De este modo, mientras Europa se desgarraba, en una escalada de guerras que habrían de conducir a la terrible de los Treinta Años, guerras con el agravante de la religión, se estaba tratando de crear en América una paz hispánica que se prolongaría hasta principios del siglo XIX y aún más allá”.
“Felipe II había tenido en 1559 un sueño, el de la paz interna en la Cristiandad europea, por el tratado de Cateau Cambresis. Aunque este sueño se disipó en menos de un decenio, él había decidido plasmarlo en una realidad de piedra, que es el monasterio de El Escorial, dedicado al santo del día de la batalla de San Quintín, que estaba destinada a ser la última y la generadora de esa paz entre católicos que debía permitir el ascenso de la vieja Europa. Pero en El Escorial hay mucho más arquitectura: sus proporciones geométricas son semejantes a las de una composición musical; de ahí las excepcionales condiciones acústicas que aun experimentamos. Hay, sobre todo, una visión profunda de la existencia de los tres planos, el superior del palacio, el mediano de la iglesia, el inferior del sepulcro, todos los cuales tienen su centro geométrico en el Sagrario. Y para cubrir a éste, un cristal transparente de los Mares del Sur. El monasterio de El Escorial es el monumento máximo de la racionalidad que existe en el mundo”.
“Pues la mentalidad que España trataba entonces de defender era aquella que juzga real y verdadera esa indicación de trascendencia que la doctrina católica hace suya. De este modo de pensar, que es el que conduce a Trento, habían extraído importantes consecuencias los autores que agrupamos por comodidad en una “escuela de Salamanca”. Todo progreso, en el ser humano, consiste en un aumento de la calidad y no de la cantidad. Se trata de una conciencia que, rebotando en los siglos, llegará hasta la famosa definición de Ortega y Gasset: “ser más” y no “tener más”. Pero en ese ser la cualidad principal se atribuía entonces al hecho de ser cristianos: se ofrecía a los indios esa posibilidad como el único auténtico y deseado progreso. Si alguien hubiera sostenido la tesis de que se debe dejar a los indios en sus estructuras y formas culturales le habrían tomado por loco”.
“Todo hombre, ser humano, criatura de Dios, llega a este mundo dotado de dos condiciones esenciales; capacidad racional para el conocimiento especulativo, lo que significa saber qué es el bien y qué son lo bello y lo justo, y libre albedrío, que sólo se ejerce correctamente cuando se acomoda a los principios morales que coinciden también con el orden que reina en la Naturaleza. De este modo se entendía, como parte de ese “ser hombre”, la posesión de deberes y derechos que son, por sí mismos, naturales y humanos. Derecho de gentes lo llamaron para explicar que no se trataba de una ciudadanía ni siquiera de algo que estuviese relacionado con el ser cristiano”.
“Ahora, en los años 60, cuando las conquistas estaban suspendidas pues reinaba, en favor de los indios, una prohibición, América empezaba a madurar. México y Perú eran ya reinos, con su territorio delimitado, sus Leyes “nuevas” a las que todos estaban sujetos, y sus Audiencias, que sustituían a las Cortes porque no había al otro lado del mar estamentos. Poco a poco en las venas del mundo nuevo, iban entrando, con sus vicisitudes y también sus defectos, los valores propios de una sociedad aristocrática que repudiaba los trabajos mecánicos como inferiores, valoraba el ocio y la renta, y entendía que lo importante era crear. La América de hoy guarda estos rasgos. Porque los españoles decisivos no fueron allá para hacer fortuna y volverse con ella: pusieron los pies en tierra y echaron raíces. Así vástagos de una misma familia, separados por un millar de leguas, pudieron seguir creciendo en paralelo. Que una parte de la vieja Castilla murió desviviéndose, para que, al otro lado del mar floreciera ese mundo que hoy despierta en nosotros la admiración profunda y el amor entrañable”. (Luis Suárez Fernández: “Altar Mayor” nº 44)
modernidad hispánica y de otra centro europea, nórdica y anglosajona. En su grandiosa Edad de Oro, España creó una vigorosa cultura cristiana de influencia universal, que es el monumento más rico y valioso de toda la cultura mundial moderna que conoce la Historia. Esto sólo se explica por misterioso designio divino y porque la raza española ha demostrado la máxima categoría humana que se ha conocido en la Historia.
Además de la maravilla que es la herencia cultural española, España intervino en una serie innumerable de guerras a lo largo de su Historia. Todas las guerras que libró España fueron legítimas o en legítima defensa propia y ajena. Las libradas en generosa defensa de la Cristiandad fueron básicamente en dos direcciones geográficas: hacia Occidente, el Descubrimiento, conquista, evangelización y civilización de América, operaciones todas simultáneas en la intención española y progresivas en el orden en que lógicamente se pueden enunciar. Hacia el Oriente, en defensa de la Cristiandad del gran peligro de la invasión turca que amenzaba muy gravemente con el dominio del Mediterráneo y hasta el corazón de Europa. Gran parte de las guerras libradas por España fueron cruzadas convocadas por los Papas o respaldadas moralmente por bulas pontificias.
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