Victor Orban afirma ante el pleno de la Eurocámara que ningún derecho es inmutable y reivindica la pena de muerte
El primer ministro húngaro, Victor Orban, ha reclamado en el pleno del Parlamento de Estrasburgo su «derecho a discutir todos los valores europeos», incluyendo la pertinencia de la pena de muerte o de la normativa sobre la gestión de la llegada de extranjeros a su país. No ha sido la primera vez, pero si la más ácida de todas las ocasiones en las que el polémico dirigente conservador húngaro ha tenido que defenderse de las críticas. Esta vez, el debate en el Parlamento Europeo sobre la política del Gobierno húngaro y sus excesos dialécticos y conceptuales ha dejado las cosas en el límite de una crisis grave.
Orban ha intentado convertir lo que era un debate sobre su política en una crítica a la propuesta de la Comisión Europea sobre las cuotas obligatorias de refugiados, que calificó en varias ocasiones como «absurda y en el límite de la locura» y que tendrá «consecuencias fatales para nuestro continente». Reclamó el derecho de cada país a decidir «si quiere aceptar o no a inmigrantes». Pero en ningún caso dio la idea de que se le pase por la cabeza renunciar a llevar a cabo las dos cosas que han provocado esta situación: una «consulta pública» sobre la inmigración en la que se le pregunte abiertamente a los ciudadanos si creen que «la política europea sobre emigración contribuye a aumentar el riesgo de ataques terroristas» o si cree que las normas de Bruselas en este campo «perjudican» a su país, además de su obsesión por estudiar la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte como «una política para proteger a los vivos» de los delincuentes.
Las críticas contra Orban son cañonazos contra la estabilidad del grupo popular europeo al que pertenece y cuyos portavoces tuvieron grandes problemas para defenderle. Los socialistas y los liberales han aprovechado el debate para atacar al PPE a costa de los aspectos más agudos de esta polémica, mientras que los portavoces del grupo que lideran los conservadores británicos contemplaron cómodamente la disputa «que pensamos que no debió haber tenido lugar nunca» con la esperanza de que un día los 12 eurodiputados de Fides (el partido de Orban) se pasen a sus filas. Sin embargo, el primer ministro húngaro se declaró por ahora un «fiel y leal miembro del PPE», lo que no dejará de tener consecuencias cada vez más desagradables para el grupo.
El vicepresidente de la Comisión, Frans Timmermans, tuvo que salir a defender la agenda del ejecutivo comunitario sobre asilo e inmigración, que en el fondo es lo que acabó poniendo Orban sobre la mesa, pero tampoco tuvo más remedio que amenazar con que «no le temblará el pulso» para aplicar las clausulas que están previstas en los tratados para casos de actos graves contra los valores comunes en los que se funda la UE, entre ellos la abolición de la pena de muerte.
Lejos de intentar quitar hierro a las cosas, en la rueda de prensa posterior al debate Orban dejó bien claro que no tiene intención de dar marcha atrás. Cuando le preguntaron si su intención última era la de renegociar los valores europeos, no dejó ninguna duda de que sí: «Para mi no hay valores eternos, ni siquiera la relación entre el cristianismo y la pena de muerte, que a lo largo de los años ha cambiado. Ningún valor humano puede sustraerse al debate, es más el debate puede llegar a mejorarlo. Hasta los valores más democráticos se deben discutir».
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