Esta noche, a las cero horas, se le cortó el cuello a Felipe de Borbón, y se arrojó su cabeza por las escaleras de la pirámide de La Luna, se le extrajo el corazón con un cuchillo de obsidiana, hasta que su sangre llegó al suelo. Mientras el sacerdote ofrecía este sacrificio al dios, el pueblo, sediento de sangre, maldecía su origen por no haber sido él el elegido.
Desde que nació ha sido alimentado, vestido e instruido con este fin que hoy se le ha dado. Nosotros el pueblo caníbal, estamos en festín a la mesa con el dios asesino. Se dice que ha sido el mejor preparado para este sacrificio.
Felipe VI, el Borbón más preparado
El nuevo Monarca admira a su padre pero no pretende imitarlo
Sus grandes preocupaciones son Cataluña, la crisis institucional y la frustración de los jóvenes
Natalia Junquera 19 Junio 2014
“El Rey se ganó dos veces los garbanzos: en la Transición, siendo el motor del cambio, y en el 23-F”. La frase corresponde al teniente general Andrés Cassinello, director de los servicios secretos aquel día en que España contuvo la respiración y don Juan Carlos legitimó con un mensaje televisado casi 39 años de reinado. El día que muchos demócratas se hicieron juancarlistas. “Felipe no lo va a tener tan difícil como su padre, porque los enemigos de su padre tenían tanques y los de Felipe son compartidos con el resto de instituciones”, augura un veterano político que conoce bien a ambos. Pero tampoco será fácil, porque a las 00.00 de este 19 de junio de 2014 ha subido al trono el primer rey de España que tendrá que ganarse el puesto y la confianza de los ciudadanos cada día.
Sin la épica de los tanques, sin las amortizadas rentas de haber sido el salvador de la democracia, don Felipe, de 46 años, inicia hoy una batalla contra el desencanto de una población escéptica con las instituciones, que no han sabido dar solución a sus problemas y que ha agotado su margen para la indulgencia harta de escándalos y corruptelas. A ellos, a los parados, los jóvenes expatriados, los más castigados por la crisis, se dirigió en su discurso la pasada edición de los premios Príncipe de Asturias, el único que no le escribía el Gobierno. Aseguró que comprendía “la frustración, el pesimismo y la desconfianza”, pero pidió a los españoles ayuda para superar ese estado de ánimo. “Lo que de verdad necesitamos”, dijo, “es recuperar la ilusión y la confianza”.
Las enormes expectativas que ha generado en esa otra parte de la sociedad española que hoy saldrá a saludar a los nuevos Reyes en su recorrido por Madrid pueden volverse también en su contra. En España, el nuevo Rey no tiene poderes —su padre los cedió al subir al trono y la Constitución únicamente le permite ejercer el papel de árbitro o moderador—. No puede obligar a Mariano Rajoy y Artur Mas a sentarse a hablar y resolver una de sus grandes preocupaciones, el desafío soberanista catalán y la consulta programada para el próximo 9 de noviembre. Puede, como hará desde hoy, llamar a la unidad, rebajar la tensión, repetir las ventajas e insistir en la necesidad de que en tiempos difíciles, todos antepongan el interés general. Puede demostrar que se ha preocupado de hablar bien catalán y dejarse ver en Cataluña —este año ha ido seis veces y volverá el 26—. Pero si el resto de instituciones, como pidió don Juan Carlos en el mensaje en el que explicó su abdicación, no emprenden “las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando”, cada vez será más difícil dar la vuelta a ese estado de ánimo.
El nuevo Rey es consciente de esa situación. Devora la prensa. Lee incluso los comentarios de los lectores en las páginas web de los principales medios de comunicación. Cada 15 días ha sido informado, como don Juan Carlos, doña Sofía y doña Letizia, de la nota que le ponen los ciudadanos en los sondeos privados que encarga La Zarzuela. La institución, antes la mejor valorada, ha suspendido (3,72) por tercera vez en confianza, según el CIS, que la sitúa ahora en el sexto puesto, por delante de la Iglesia y el Poder Judicial, y a mucha distancia del Gobierno (2,45) y los partidos políticos (1,8), a la cola del ranking.
“Le duelen mucho los casos de corrupción. Le duelen y le cabrean”, asegura un exempleado de La Zarzuela. Incluido el que más daño ha hecho a la Corona, el caso Nóos. Don Felipe, antes muy unido a su hermana Cristina y su cuñado, Iñaki Urdangarin, cortó por lo sano. Tanto él como doña Letizia han evitado cualquier encuentro público con el matrimonio que erosiona sin freno el prestigio de la Corona desde 2011. Doña Sofía, a quien más le ha costado mantener la distancia entre la familia y la institución, entre la madre y la Reina, logró juntarles el pasado marzo en Atenas en el homenaje por el 50 aniversario de la muerte de su abuelo. Pero apenas hablaron, y cuando al final del acto hubo que posar para la foto, los Príncipes se colocaron en un extremo, separados por 17 personas de la infanta Cristina. El juez Castro decidirá en los próximos días si mantiene la imputación contra su hermana, pero es seguro que a Felipe VI le tocará vivir el juicio y la posibilidad de que su cuñado entre en prisión. “El martirio”, como se refirió al caso Nóos el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, continúa.
Don Felipe sabe que para él ya no queda margen de error e intentará contrarrestar el desgaste del caso Nóos fomentando la transparencia en la institución. Le preocupa cómo levantar ese desapego, que no solo conoce por las encuestas. Su padre es más de teléfono. Al nuevo Rey le gusta citar en La Zarzuela a políticos de distinta ideología —muchos catalanes—, empresarios, periodistas, catedráticos, actores, o cantantes, como Joaquín Sabina. Quiere tener información y opinión de primera mano. En eso nunca ha delegado. Confía plenamente en Jaime Alfonsín, el abogado del Estado que se convirtió en su sombra hace casi 19 años, pero quiere tener oídos también fuera de Palacio.
Felipe VI afrontará los desafíos —la amenaza independentista en Cataluña, la crisis institucional, social y económica...— con un carácter muy distinto al de su padre, al que admira y respeta, pero al que no pretende imitar. “Prefiero ser yo mismo y que se me enjuicie por mi”, declaró con solo 21 años, en una entrevista a Tiempo, a punto de terminar el primer curso de Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.
Don Felipe completó su formación con asignaturas de Económicas y un master en relaciones internacionales en Georgetown (Washington), los dos únicos años de su vida en los que, lejos de Palacio, disfrutó de algo muy parecido a la libertad. Ha comentado que, de no haber sido preparado desde niño para “el oficio” de rey, habría sido astrofísico. Empleados de La Zarzuela le recuerdan comentando documentales del Discovery channel. Es, como le gusta repetir a su padre, “el mejor formado de la historia de los Borbones”, pero carece del “instinto” que atribuyen a don Juan Carlos los políticos de su generación.
Tampoco cuenta con la célebre campechanía del Monarca. Don Felipe sería incapaz de decirle a nadie: “¿Por qué no te callas?”, esa frase a Hugo Chávez de la que se hicieron hasta politonos. Felipe VI es como su madre: disciplinado, reflexivo. A su padre le gusta romper el hielo con una broma, quitar hierro a lo grave con un eufemismo: “Vuelvo al taller...”. Donde don Juan Carlos tiene un chiste, don Felipe siempre ha tenido una pregunta. “El Rey conquista por simpático y el Príncipe por su interés en todo”, resume un miembro del Gobierno.
Antes de un acto o un viaje oficial, lee todo cuanto ha caído en sus manos, y cuanto más sabe, más quiere saber. En muchas ocasiones conmueve con su interés, que demuestra acribillando a preguntas al mandatario, empresario o académico que tiene delante. Así se ha ganado la simpatía de muchos líderes latinoamericanos en los 69 viajes que ha hecho para asistir a sus tomas de posesión.
Estos últimos días, don Felipe ha pensado mucho en lo que un poeta le dijo hace 33 años, cuando él tenía solo 13 y pronunciaba su primer discurso en público en los premios Príncipe de Asturias. “En medio de tantos y tan mezclados sentimientos”, comentó a los patronos de la Fundación el pasado 10 de junio, “una imagen se repetía como ninguna otra en mi mente, la de José Hierro leyendo en 1981 su discurso de recepción del Premio de las Letras. Un hermoso discurso que reconozco que entonces no llegué a entender del todo, pues era un niño”, admitió. “Habló de la alegría de la libertad, tanto tiempo anhelada, y lo hizo agradeciendo a mi padre la trascendencia histórica de su actitud en aquellos difíciles momentos cuando no permitió avanzar un paso hacia la tiranía...”.
Don Felipe admira a su padre por su papel en aquellos complicados años, que culminaron el 23-F, cuando don Juan Carlos le obligó a no separarse de él en toda la noche para ser testigo. Pero sabe que hoy uno de sus retos es acercarse a esa generación que no oyó el ruido de sables, la única franja de edad que en una encuesta publicada por EL PAÍS contestó mayoritariamente que preferiría una república presidida por una figura relevante a una monarquía con él como Rey.
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