NUNCA DISCUTAS CON UN TONTO
Quien presencie la discusión podría confundirte
Leonardo Ferrari
NUNCA DISCUTAS CON UN TONTO
Quien presencie la discusión podría confundirte
Leonardo Ferrari
Conclusiones
Es evidente que el tema de la estupidez ha dado para mucho a lo largo de la historia humana. Y aun da mucho de si, lo que pasa es que ya estamos muy acostumbrados. No sé si los medios de comunicación nos han saturado de tontuna y ya no la percibimos. Pero existir, existe.
Para Peter todo se explica porque al estar en sociedad todas las personas están en una jerarquía. Al existir posibilidades de ascenso es inevitable alcanzar el nivel de incompetencia, nivel que cada vez se encuentra mas lleno. Dilbert es una variación sobre el mismo tema.
Justin Kruger y David Dunning demuestran que ningún estúpido se tiene por tal y que cuanto mayor es su grado de necedad, más difícil es que se den cuenta de su nivel.
Carlo Cipolla va más lejos y nos advierte de no subestimar al estúpido, cuyo poder de causar el mal es superior al del malvado. Giancarlo Livraghi profundiza en esta línea y nos previene de que somos mas tontos de lo que creemos y que además, la estupidez tiende a que los individuos lerdos se junten, multiplicando su efecto mas rápidamente que la unión de individuos menos tontos.
La náusea
Jean Paul Sartre
Hoja sin fecha
Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos. Es preciso decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya que es esto lo que ha cambiado. Es preciso determinar exactamente el alcance y la naturaleza de este cambio.
Por ejemplo, ésta es una caja de cartón que contiene la botella de tinta. Habría que tratar de decir cómo la veía antes y cómo la (1) ahora. ¡Bueno! Es un paralelepípedo rectángulo; se recorta sobre... es estúpido, no hay nada que decir. Pienso qué éste es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad. Por otra parte, es cierto que de un momento a otro —y precisamente a propósito de esta caja o de otro objeto cualquiera—, puedo recuperar la impresión de ante ayer. Debo estar siempre preparado, o se me escurrirá una vez más entre los dedos. No (2) nada, sino anotar con cuidado y prolijo detalle todo lo que se produce.
Naturalmente, ya no puedo escribir nada claro sobre las cuestiones del miércoles y de anteayer; estoy demasiado lejos; lo único que puedo decir es que en ninguno de los dos casos hubo nada de lo que de ordinario se llama un acontecimiento. El sábado los chicos jugaban a las tagüitas y yo quise tirar, como ellos, un guijarro al agua. En ese momento me detuve, dejé caer el guijarro y me fui. Debí de parecer chiflado, probablemente, pues los chicos se rieron a mis espaldas.
Esto en cuanto a lo exterior. Lo que sucedió en mí no ha dejado huellas. Había algo que vi y que me disgustó, pero ya no sé si miraba el mar o la piedrecita. La piedra era chata, seca de un lado, húmeda y fangosa del otro. Yo la tenía por los bordes, con los dedos muy separados para no ensuciarme.
Anteayer fue mucho más complicado. Y hubo además esa serie de coincidencias y de quid pro quo que no me explico. Pero no me entretendré poniendo todo esto por escrito. En fin; lo cierto es que tuve miedo o algo por el estilo. Si por lo menos supiera de qué tuve miedo, ya sería un gran paso.
Lo curioso es que no estoy nada dispuesto a creerme loco; hasta veo con evidencia que no lo estoy: todos los cambios conciernen a los objetos. Por lo
[1 Espacio en blanco.
2 Hay una palabra tachada (quizá “forzar” o “forjar”); otra, agregada encima, es ilegible.]
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