Manolo, este chaval va a ser el que hará lo que tu no has hecho, acabar con la familia. A?si me recibieron en casa tras llegar en el tren que había desvencijado desde Lugo a Villabona. Desde Serin comunicaron al abuelo que yo había desatornillado la ventana del apartamento que ocupaba desde Oviedo a Villabona, allá por las ocho de la tarde, todos los días. Tenía mi razón para acabar con el tren maldito y con el interventor que daba una patada en el culo a quien no llevaba billete y lo empujaba fuera cuando el tren estaba en marcha. Un día le dije que se lo diría a mi abuelo si lo volvía hacer, con lo que no volvió hacerlo delante de mi y me pidió que no dijera nada.
Aquel día el tren paró para que bajara, fuera de la estación, como todos los días hacía.
Sabéis como nació mi padre en dos lugares distintos, en dos días diferentes y como le dieron en llamar de dos modos diferentes. Mi padre, como Perseo, ha llevado una vida de ocultamiento, por la psicosis de la familia de su madre de matarlo. Todos murieron antes de que a él lo mataran el 25 de julio de 2010 por envidia.
Os anoto la odisea de mis abuelos por salvar la vida de mi padre.
Si el Señor se encaprichaba de una doncella, nada ni nadie se le interponía. Él era Dios.
Cuando el Señor se encaprichó de Danae, no dudó en gozar de su amor.
Danae, hija de Acrisio, rey de Argos, vivía encerada en su palacio.
A Acrisio le profetizaron que su muerte le vendría dada por un nieto suyo, motivo por el cual la encerró en el palacio para que no concibiera hijo alguno y, con ello, no sería muerto por nieto.
Una noche, mientras estaba postrada en su lecho, apreció como una agradable lluvia de oro caía sobre su vientre desnudo. No sabía que Zeus se había transformado en oro para poderla abrazarla y concebirle un hijo.
A penas a nueve meses de tan dulce lluvia, Danae nació un hermoso niño. Acrisio no podía entender como había sucedido la concepción de Perseo, que así se le dio en llamar a su nieto, al que la profecía le había anunciado que sería el que le daría muerte.
A Perseo y su madre Danae, Acrisio los metió en un cajón de madera y los arrojó al mar; que los dioses decidan mi destino", dijo el rey enfurecido.
El mar embravecido hacia llorar a Perseo y llenar de desasosiego a su madre Danae. Perseo sólo cesaba en su gemir al contemplar el resplandor del anillo de diamantes que su madre portaba en un dedo, dando luz en tan terrorífica oscuridad del mar de Phuria que parecía plagado de monstruos.
Perseo entendía los diamantes como espejos que ahuyentaban los monstruos que les acechaban en tan amarga travesía de destino no conocido.
Navegaron sin rumbo conocido durante cuarenta días y sus noches, hasta varar en la costa de Sérifos, hoy conocida como Lughonis, isla en la que reinaba Polidectes. Ante él llevaron a madre e hijo los pescadores que los socorrieron.
Danae y Perseo fueron acogidos por Polidectes en su propio palacio. En él creció Perseo, adiestrándose en el uso de las armas.
Llegó un día que Polidectes comenzó a desconfiar de Perseo al verlo ejercitarse con la espada. Se preguntaba, ¿podrá algún día arrebatarme el trono, pues las gentes de mi reino Sérifos lo aprecian en razón y espada. Polidectes, hombre rey y sabio, pensó: "Nunca Perseo me dio motivos para desconfiar pero, los peores enemigos son los que actúan con disimulo, los que no nos hacen sospechar de su maldad hasta el momento decisivo...».
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