Con motivo del 80 aniversario de la muerte de Santiago Ramón y Cajal, el Instituto Cajal (CSIC), la Real Academia Nacional de Medicina (RANM) y la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, van a organizar una serie de actos académicos y de difusión de la persona y obra de Ramón y Cajal. Entre ellos la exposición que hoy se abre al público: “Cajal: Hombre y Ciencia”, en la sede de la RANM, en la calle Arrieta, 12. Javier Sanz Serrulla y Juan Andrés de Carlos, comisarios de la exposición, desgranan algunos de los aspectos menos conocidos y más humanos del científico español de mayor proyección internacional.
Quien piense que para llegar a premio Nobel hay que nacer con una clara inclinación al estudio, se equivoca. No fue precisamente el caso de Ramón y Cajal, ni el de Einstein, por ejemplo. Como cualquier niño prodigio, o con altas capacidades, los dos tuvieron sus “problemillas” en la escuela. Ambos genios causaron en su infancia no pocos quebraderos de cabeza a sus respectivos padres por su poca afición a los estudios.
“En la biografía de Cajal aparece el niño travieso que contempla la vida continuamente, que vive en la España rural profunda, donde llegan mal las comunicaciones. Vive en el campo y estudia los animales que le rodean. Su padre quiere que estudie y sea un hombre de bien, pero él está por otras cosas”, explica Javier Sanz Serrulla, académico de la RANM, profesor de Historia de la medicina en la Universidad Complutense y comisario de la exposición.
Esas otras cosas que captaban su atención eran casi todo lo que le rodeaba, excepto los libros. Como “la caída de un rayo en la iglesia del pueblo, que le sobrecoge. Y quiere ver de dónde ha venido esa fuerza, cómo se genera y por qué produce esa destrucción. Son preguntas que quizá no se hacen los demás niños”, explica Sanz. Una atención que, para disgusto de su padre, no se mantenía mucho en los libros.
Cuando tenía diez años, su padre, harto de lo poco que se aplicaba en los estudios, le manda interno, primero a Jaca y luego a Huesca. Pero sus continuas travesuras provocaron la interrupción del bachillerato en varias ocasiones. Como castigo, le obliga a trabajar como aprendiz de barbero y también como zapatero. Ésta última ocupación, recordaría después Ramón y Cajal, le sirvió para adquirir una destreza manual que le fue muy útil en el laboratorio.
Finalmente, a los 16 años, con el bachillerato aún sin acabar, empieza a estudiar anatomía con su padre, que era médico. Allí el joven Cajal pudo «ver y tocar» lo que estudiaba y también sacarle partido al dibujo, afición que tanto disgustaba a su progenitor, por considerarla una pérdida de tiempo. Sin embargo, ahora le servía para reproducir en el papel lo que veía en el laboratorio. Así, a través del dibujo, se interesó por la Medicina, y con 21 años obtuvo el título.