Cuando el ébola salió del bosque
La epidemia cumple un año y sigue fuera de control tras afectar a seis países africanos y causar 7.000 muertes
En realidad, el ébola siempre estuvo allí. Desde hace décadas, los investigadores de las fiebres hemorrágicas en África saben que este virus está circulando por los bosques desde Kenia hasta Guinea. Y saben que el principal huésped natural son tres especies de murciélago. Un estudio científico de 1987 publicado en el Boletín de la Sociedad de Patologías Exóticas ya revelaba una importante presencia de anticuerpos en la población de Guinea, lo que puso de manifiesto la existencia de esporádicos contactos entre el ser humano y el virus. Y no solo en este país. Sin embargo, nunca antes se había producido una epidemia de la dimensión actual que ya alcanza los 16.169 contagios, y los 6.928 muertos. Todo comenzó el 2 de diciembre de 2013, hace ahora un año, en un pequeño pueblo de una provincia, la Guinea Forestal, llamado Meliandou.
Ese día, un niño de dos años llamado Émile Ouamouno comenzó a tener fiebre alta, vómitos y hemorragias internas. Los epidemiólogos creen que es el paciente cero, la persona que entró en contacto con el virus, se contagió y desarrolló la enfermedad. Émile falleció el 6 de diciembre y, en circunstancias normales, su nombre nunca hubiera sido famoso. Un niño más, como tantos otros, que muere en África de alguna enfermedad. Sin embargo, entre diciembre y enero murieron también su madre, su hermana y su abuela, a cuyo entierro asistieron numerosas personas de Dawa, el pueblo vecino. Y así, día tras día, funeral tras funeral, el virus se fue extendiendo. De Meliandou a Dawa y de allí a Guéckédou y Macenta. Lenta, pero implacablemente.
La primera expansión de la enfermedad fue silenciosa. Tanto que hasta marzo no cundió la preocupación por unas “misteriosas fiebres hemorrágicas muy virulentas”. El día 10 de ese mes, el Ministerio de Salud guineano envió un equipo a la zona y tomó las primeras muestras, que fueron enviadas al Instituto Pasteur de Lyón. El resultado llegó el día 22. Estaban ante un brote de una variante local de la cepa Zaire del virus Ébola, una de las más peligrosas que en brotes anteriores —todos en África central, en la zona este de la República Democrática de Congo y Uganda, sobre todo— había demostrado una mortalidad de más del 90%.
Médicos sin Fronteras y la OMS enviaron equipos a Guinea, pero la enfermedad llevaba ya dos meses y medio de ventaja y había logrado llegar a la capital, Conakry, sembrando el pánico entre la población. Por primera vez, el ébola entraba en una gran ciudad de un millón de habitantes, aunque lo peor estaba por venir.
El foco de la enfermedad se encontraba en el vértice entre la propia Guinea, Liberia y Sierra Leona, un lugar en el que las fronteras son porosas y se cruzan con extrema facilidad. Y como el virus viaja con las personas, no tardó en extenderse. Con la llegada del verano, la epidemia avanzó como una locomotora desbocada en los tres países.
Incapaces de hacerle frente, las autoridades nacionales vieron desmoronarse sus sistemas públicos de salud, que empezaron a pagar un elevado precio con la muerte de decenas de médicos y enfermeros (282 han fallecido, según el último recuento de la Organización Mundial de la Salud, OMS).
Ante una enfermedad desconocida y muy peligrosa, con una tasa de mortalidad del 60% en este brote, los ciudadanos huían de los hospitales, cundió la desconfianza, e incluso se negó la existencia de la propia enfermedad. La OMS no declaró la emergencia de salud pública internacional hasta el 8 de agosto. Con ello llegó el primer llamamiento mundial para el envío de ayuda. La situación en Monrovia degeneró a un ritmo acelerado, con barrios en cuarentena y muertos arrojados a las calles.
El virus siguió viajando y llegó a Nigeria en julio y a Senegal en agosto. Sin embargo, la combinación de una rápida respuesta y sistemas de salud mucho más sólidos permitió que ambos países hicieran frente a la epidemia de manera eficaz y que ya hayan sido declarados libres de ébola. Con la extensión de la enfermedad, los primeros cooperantes y misioneros occidentales empezaron a enfermar. Dos médicos estadounidenses, los religiosos españoles Miguel Pajares y Manuel García Viejo, un enfermero británico… Las primeras repatriaciones, que tuvieron lugar en verano, activaron el mecanismo del miedo y el ébola lograba colarse, por primera vez, en el centro de las preocupaciones de Occidente.
En la actualidad, la epidemia está aún lejos de estar controlada y sigue activa en cuatro países después de que el 24 de octubre una niña se convirtiera en la primera víctima en Malí. Aunque el despliegue de la ayuda internacional y el cambio en las costumbres locales han permitido un descenso en el ritmo de contagios en Liberia y Guinea, la situación de Sierra Leona, donde se ha intensificado el brote en los últimos dos meses, y la aparición del foco en Malí aconsejan no bajar la guardia.
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