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11 nov 2014

Soy catalán al igual que lughon.


En los años 60 del pasado siglo, Josep tú, al igual que todos los demás, mirábamos a Madrid, a la "España" que no deseábamos como medio de convivencia. Hoy, al leer este artículo, me agrada ver tu largo camino, paralelo y no disjunto del seguido por los demás. 

Hoy, sigo diciendo que soy catalán. En aquellos años, cuando lo afirmaba no me explicaba lo bien que deseaba para ser entendido por vosotros. Mi nicho cultural, de la alta cultura, donde las distancias eran cortas, distaba mucho de aquel nicho cultural, de la baja cultura, en el cual el movimiento que pretendía la violencia para separarse del "pueblo ibérico" no entraba en mi concepción de "sociedad europea" ante la imposibilidad de hablar de "sociedad ibérica"; no entendía que la crisis y la lisis son el mismo concepto. Me alegra la vida exterior e interior que aún me queda.


TRIBUNA

España también es Cataluña

Estamos a tiempo de dibujar el escenario de un futuro sin falsas ensoñaciones

Cada vez parece más complicado encontrar una solución al problema que España tiene en Cataluña, a pesar de que estamos hablando nada menos que de la cohesión nacional consagrada por la Constitución y por varios siglos de historia en común. Conforme se han ido cumpliendo etapas del proceso, sin que sea la menor el pasado 9-N, el escenario central que ha ido cogiendo fuerza en las previsiones incluye unas elecciones plebiscitarias, antes, durante o después de unas municipales con el mismo sentido, seguido de una declaración unilateral de independencia, tanto por parte del Parlamento de Cataluña como de una gran mayoría de Ayuntamientos catalanes. Y ello deja pocas alternativas distintas a la suspensión de la autonomía, aplicando lo previsto en la Constitución. Y todo ello, a su vez, acompañado de relevantes movilizaciones populares en la calle, con el consiguiente impacto mediático e internacional. Una situación enormemente difícil de gestionar, en la propia Cataluña y en toda España.

Estamos convencidos de que esta eventualidad no puede resultar satisfactoria para una parte muy significativa de ciudadanos, frustrados e impotentes ante hechos consumados y viendo que, entre todos, no hemos sido capaces de explorar alternativas a este indeseable desenlace. Si seguimos estirando la cuerda, lo único cierto es que, en algún momento, se romperá, echando por tierra muchas ilusiones, mucho trabajo común y grandes posibilidades abiertas hacia el porvenir. Y una vez rota la cuerda, la marcha atrás será más costosa para todos.

Todavía estamos a tiempo de dibujar un escenario distinto. Un escenario de futuro mejor que aquel al que parecemos abocados. Un futuro sin falsas ensoñaciones, como la idea de una independencia idílica, conseguida sin costes, que provoca una desgarradora fractura interna en la sociedad catalana y otra muy dolorosa fractura externa con el resto de españoles. Pero también, sin la ensoñación de pensar que esto pasará solo y podremos volver, también sin costes, a la casilla de inicio. Tanto una como otra alternativa son falsas soluciones, por inviables, a un problema que existe y cuya realidad debemos reconocer de entrada: hay una parte muy importante de la sociedad catalana sensiblemente incómoda con el modelo actual de relaciones con el resto de España y, en base a esa insatisfacción profunda, exige cambiarlo de forma sustancial. Sin caer ahora en reproches mutuos, en análisis de psicología personal o colectiva o en debates sobre la veracidad o no de ciertas consignas exitosas sobre las relaciones económicas entre ambas partes, nos limitamos a constatar como un dato que el problema existe y que es real; pero que, sin embargo, las iniciativas de solución al mismo que se han propuesto, hasta ahora, no solo no lo resuelven, sino que lo agravan. Si queremos obtener resultados distintos a lo alcanzado hasta ahora, tendremos que hacer cosas distintas.

Como se hizo en la Transición, es la hora de alcanzar grandes acuerdos desde la lealtad

Y poner sobre la mesa lo único que no es negociable para la otra parte, no parece un adecuado método de negociación, sino más bien de confrontación. Esgrimir como banderas exclusivas el “nos vamos” o el “no hay nada que cambiar” es, precisamente, lo que nos ha llevado al peligroso escenario central actual donde lo más probable es el choque de trenes.

Proponemos una reformulación simultánea de los objetivos, para que puedan incorporar zonas compartibles en torno a las que articular un acuerdo. Nada distinto de lo que, colectivamente, supimos hacer en la Transición; desde posiciones opuestas, llegar a un objetivo común: hacer de España un país democrático homologable y capaz, por consiguiente, de integrarse en el proyecto común europeo.

Y ese objetivo común y compartido no puede ser otro que seguir juntos, compartiendo aspiraciones, ilusiones, afectos y, también, intereses. Y para ello hay que hablar, sin hechos consumados inaceptables. Pero también con mentalidad abierta. Porque nada ansiamos más que Cataluña siga, voluntariamente y con ilusión y desde el afecto compartido, siendo España. Y para que esta reformulación de objetivos sea creíble, debe abrirse explícitamente la posibilidad de una reforma de la Constitución que incluya la singularidad catalana, como ya se reconocen otros hechos diferenciales, aunque sin privilegios incompatibles con la igualdad de derechos de los ciudadanos; seguida de un nuevo Estatut que, ahora sí, pueda incorporar avances en el autogobierno compatibles con esa nueva Constitución, desde la lealtad mutua entre Gobiernos e instituciones.

Reformular los objetivos  conlleva  superar el actual bilateralismo mudo

No sería aceptable decir que la reordenación del sistema autonómico actual o la reforma de la Constitución sean asuntos que vengan impuestos, en exclusiva, por la presión del nacionalismo catalán, ante el que se cedería con un planteamiento como este. En absoluto. Desde hace años se viene insistiendo, desde diversas instancias, en la necesidad de proceder a una revisión del modelo autonómico español para que funcione mejor, así como a una adaptación de nuestra Constitución a nuevas realidades acontecidas desde su aprobación. Lo que proponemos aquí, en línea con otras propuestas provenientes de ámbitos académicos, es aprovechar ambas necesidades objetivas para buscar, explícitamente, una solución actual al problema actual.

Reformular los objetivos en el sentido señalado conlleva una importante modificación del método, empezando por superar el actual bilateralismo mudo. Hablar, para efectuar una negociación honesta y dirigida a llegar a acuerdos que satisfagan a todos y que permita llegar a una solución que garantice otros 40 años de convivencia fructífera entre el conjunto de España y una Cataluña, sin la cual, la España moderna no es concebible. Todo ello implica una renovación del pacto constitucional: un nuevo consenso político y social que tiene que ser tan o más amplio que el que, en su día, se obtuvo. Y que debe ir más allá de un acuerdo estrictamente político, ya que, en la medida en que altere la Constitución, deberá ser votado en referéndum por todos los españoles y, en la medida en que encarne un nuevo Estatuto, deberá someterse a referéndum de los catalanes. Y ante la opinión democrática y libre de los ciudadanos, dentro de la ley y el respeto a las reglas, no caben caminos alternativos.

No es nada fácil el camino propuesto. Parte de la necesidad absoluta de grandes acuerdos, desde la lealtad, y pensando en el conjunto de los ciudadanos españoles y, entre ellos, los catalanes, todos los catalanes. Pero, sin duda, cualquier otro camino nos conduce, inexorablemente, al desgarro. Es la hora de la política. Ojalá estemos a tiempo. Nosotros pensamos que sí.

Josep Piqué ocupó carteras ministeriales entre 1996 y 2003 en Gobiernos del PP.Jordi Sevilla fue ministro de Administraciones Públicas de 2004 a 2007 en un Gobierno del PSOE y en la actualidad es miembro del Foro +Democracia.

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