Manuel Domínguez tenía un peligroso don. Sabía ganarse la confianza de los niños en pocos minutos. Su juventud –tenía 18 años– le ayudaban en su tarea. Primero los abordaba en algún rincón de las tortuosas calles del centro de la capital donde las criaturas jugaban ajenas a su mala suerte. Después, les convencía con buenas palabras para que le dejaran participar en el juego. Tras unos instantes, cuando ningún adulto pudiera verles, el conocido como «señorito Anglada», tornaba su sonrisa en una macabra mueca y desvalijaba a sus inocentes víctimas.
El ladrón, de origen cubano, dejaba atemorizados a los niños. Sus descripciones eran tan imprecisas que la policía no lograba dar con él. Durante años campó a sus anchas por la ciudad creando una gran alarma entre las familias. Los bulos multiplicaron el miedo entre los padres e incluso se llegó a comentar que el caco «cazaba» a sus víctimas con un lazo cuando trataban de huir.
Su primera reseña llegó cuando tan solo tenía doce años. ABC llevó a su página de sucesos la fechoría. «El cabo de la Guardia Civil de la Comandancia del Sur, detuvo ayer, y entregó á la Comisaria de la Inclusa, a José Almazán, de doce años, y a Manuel Anglada Domínguez, de la misma edad, porque hace un mes aproximadamente cogieron a un hijo del referido cabo, llamado Francisco, lo metieron en un portal y, después de quitarle la ropa que llevaba puesta, le llenaron la boca de papeles para que no pudiera gritar y luego le maltrataron», informó este diario el 3 de agosto de 1907.
El sagaz inspector Fernández-Luna
Tuvo que pasar un lustro para que el «señorito Anglada» volviera ser detenido, pero no por ello dejó de robar a los niños. Tras su pasos estaba la figura de un brillante inspector de policía, Ramón Fernández-Luna. Era el jefe de la Brigada de Investigación y su sagacidad a la hora de resolver casos le valió el apodo del «Sherlock Holmes madrileño». Enmarzo de 1913, el caco mantuvo en jaque a los agentes durante tres noches.
En la calle del Príncipe, le robó una bufanda a un chico. Después se dirigió a la calle Jardines para vender la prenda a un cochero por «poco dinero». Previamente, había atracado a otros dos menores en la calle de la Abada y a una niña en la calle Segovia. La Policía detuvo a un cartero por estos hechos por su parecido físico con el autor de los robos. «El jefe de investigación dio órdenes terminantes para que los agentes a sus órdenes continuasen las pesquisas en averiguación del paradero del señorito Anglada», informó ABC un día después de su detención.
Esta se produjo después de vender la bufanda que robó en la calle del Príncipe. Tras ello, se fue al teatro Novedades donde actuaba su hermana como corista. Al regresar, a la una y media de la madrugada,fue capturado en la calle Montera por los agentes García Larrús, González Viñas y Martínez Sánchez. Interrogado por los hombres de Fernández-Luna se declaró autor de todos los robos. Aquella noche acabó en los calabozos del juzgado de guardia y su foto, publicada al día siguiente en ABC, puso rostro al «ladrón de niños» de Madrid. Días después, comenzaron a llover las denuncias contra él por robos similares.
Nueve años después otra información publicada en ABC demostraba que, pese a haber encontrado un oficio –el de fotógrafo–, seguía siendo aficionado a robar a los niños. El 6 de marzo de 1922 fue nuevamente detenido, en El Rastro, por robar el gabán a unos menores. Es la última referencia que aparece con su nombre en la hemeroteca.
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