Jöel Deplanque. De Lyon a París. De Asturias a París. En París. Una nota en el puzzle de mi vida. No aislada, una huella imborrable.
Ayer, sentado en la escalera que lleva y trae al altar de Prometeo, leía Rayuela. En realidad, leía a Julio Cortázar y sentía una suave brisa acariciar mis manos. Sentía acariciar mis manos, si. El viento era frío y tenía cuerpo cuando rozaba mi mano izquierda. Cuando lo hacía en mi mano derecha, el viento no era frío ni caliente, no lo sentía.
De mis notas tomé aquellas que eran diferentes. Que trataban del no yo y del no él. Todo encajaba y completado el puzzle no recordaba las piezas que había usado para conseguir que no fuera puzzle, sino para quejo fuera. En realidad, hice lo posible par olvidar los huecos vacíos de palabras del texto que quería recordar. Así perdí la memoria, completando el puzzle. No pensé que completar el puzzle era olvidarlo.
Realmente completé el puzzle porque no quería entretenerme con los huecos de formas caprichosas. Cuando caminan hacia el templo lo hacía movido por un impulso irracional. Era como la vida, te provoca a llenar de hechos el puzzle del que estas hecho. Pero, yo no quiero jugar y, mucho menos, a tratar de encajar mi vida en la de los demás, caprichosa y sin ningún sentido. No quiero que mi vida encajé o deje de encajar en la vida que entre todos tenéis sobre la mesa. Yo no deseo jugar. No juego, no oculto para ganar a nadie, pongo boca arriba las cartas que poseo para entenderlas yo, no para que los demás las utilicen,... a su antojo.
Toda la vida anotada en este diario es una novela-puzzle. No está hecha para nadie, sino que son las piedras que dejó en el camino. Realmente, me gustaría retornar, no por el mismo camino. Me gustaría retornar para sentir el viento frío y caliente, el que me hace evocar aquella tarde del Otoño de 1968 paseando por el bosque, tras la fatigosa, por no inteligible. Jornada vivid en París V. Joël Deplanque, aún tengo tu mano derecha asida a la mía, izquierda, por supuesto. ¿Cómo pueden decir que la memoria se borra, que ese momento ha prescrito. Jöel, ven, sigamos caminando. Deja que mi brazo cubra el hueco de tu axila. Izquierda, por supuesto. Deja que aparté el pelo que cubre tu cara. Deja que mire tus ojos. Te digo: recordaré este momento y el rastro que hemos dejado cuando construya el camino a seguir.
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