Son tiempos que con tanta confusión entre saber e ignorancia, podríamos recordar .
Adorno Theodor, Popper Karl, Habermas Jurguen y otros. “La disputa del postivismo en la sociología alemana”.
Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1973.
Ponencia
LA LÓGICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
KARL R. POPPER
En mi ponencia sobre la lógica de las ciencias sociales me propongo partir de dos tesis
que expresan la contradicción existente entre nuestro saber y nuestra ignorancia.
Primera tesis: Sabemos gran cantidad de cosas –y no sólo detalles de dudoso interés
intelectual, sino sobre todo cosas de las que no cabe subrayar su gran importancia práctica sino
asimismo el profundo conocimiento teorético y la asombrosa comprensión del mundo que nos
procuran.
Segunda tesis: Nuestra ignorancia es ilimitada y decepcionante. Es precisamente el gigantesco
progreso de las ciencias de la naturaleza (al que alude mi primera tesis) el que nos pone una y
otra vez frente a nuestra ignorancia, a nuestra ignorancia en el propio campo de las ciencias de
la naturaleza. La idea socrática de la ignorancia adquiere de este modo un carácter de todo
punto diferente. A cada paso que avanzamos y a cada problema que solucionamos no
solamente se nos descubren nuevos problemas pendientes de solución, sino que se nos impone
la evidencia de que incluso allí donde creíamos estar sobre suelo firme y seguro todo es en
realidad inseguro y vacilante.
Mis dos tesis sobre el conocimiento y la ignorancia sólo aparentemente están en
contradicción, por supuesto. La aparente contradicción se debe, sobre todo, al hecho de que en
la primera a los términos “sabiduría” o “conocimiento” les corresponde un significado
totalmente diferente al que ostentan en la segunda. De todos modos, ambos significados son
importantes y también son importantes ambas tesis; tanto que voy a formularlo en la
siguiente tesis número tres.
Tercera tesis: Una tarea fundamentalmente importante e incluso una piedra de toque decisiva
de toda teoría del conocimiento es que haga justicia a nuestras dos primeras tesis e ilumine la
relación existente entre nuestro conocimiento asombroso y en constante crecimiento y nuestra
convicción –asimismo creciente‐ de que, en realidad, no sabemos nada.
Si se medita un poco, aparece casi por completo evidente que la lógica del conocimiento haya
de hundir sus raíces en la tensión entre el conocimiento y la ignorancia. En mi cuarta tesis
formulo una importante consecuencia de esta convicción. De todos modos, antes de exponer
dicha tesis deseo disculparme brevemente por las muchas que irán viniendo. Mi disculpa
radica en la sugerencia que se me hizo de exponer sintéticamente mi ponencia en forma de
tesis (con el fin de facilitar al componente la tarea de aguzar al máximo su antitesis críticas).
Debo decir, no obstante, que dicha sugerencia me pareció muy útil, aunque la forma en
cuestión pueda provocar cierta impresión de dogmatismo. Mi cuarta tesis es, pues, la siguiente:
Cuarta tesis: En la medida ñeque quepa en absoluto hablar de que la ciencia o el conocimiento comienzan en algún punto tiene validez lo siguiente: el conocimiento no comienza con percepciones u observación o con la recopilación de datos o de hechos, sino con problemas. No hay conocimiento sin problemas – pero tampoco hay ningún problema sin conocimiento. Es decir, que éste comienza con la tensión entre saber y no saber, entre conocimiento e ignorancia: ningún problema sin conocimiento –ningún problema sin ignorancia. Porque todo problema surge del descubrimiento de que algo no está en orden en nuestro presunto saber; o, lógicamente considerado, en el descubrimiento de una contradicción interna entre nuestro supuesto conocimiento y los hechos; o expresado quizá más adecuadamente, en el descubrimiento de una posible contradicción entre nuestro supuesto conocimiento y los supuestos hechos.
Frente a mis tres tesis, que por su carácter abstracto pueden dar quizá la impresión de estar un tanto alejadas de mi tema, es decir, de la lógica de las ciencias sociales, de la cuarta es mi intención afirmar que precisamente con ella llegamos al centro mismo de nuestro tema. Lo cual puede ser formulado como sigue en mi tesis número cinco.
Quinta tesis: Al igual que todas las otras ciencias, también las ciencias sociales se ven acompañadas por el éxito o por el fracaso, son interesante o triviales, fructíferas o infructíferas, y están en idéntica relación con la importancia o el interés de los problemas que entran en juego; y, por supuesto, también en idéntica relación respecto de la honradez, linearidad y sencillez con que estos problemas sean atacados. Problemas que en modo alguno tienen por que ser siempre de naturaleza teorética. Serios problemas prácticos como el de la pobreza, el del analfabetismo, el de la opresión política y la inseguridad jurídicas, han constituido importantes puntos de partida de la investigación científico‐social. Pero estos problemas prácticos incitan a meditar, a teorizar, dando paso así a problemas teoréticos. En todos los casos, sin excepción, son el carácter y la cualidad de los problemas – juntamente, desde luego , con la audacia y singularidad de la solución propuesta‐ lo que determina el valor o falta de valor del rendimiento científico.
De manera, pues, que el punto de partida es siempre el problema: y la observación únicamente se convierte en una especie de punto de partida cuando desvela un problema: o, con otras palabras, cuando nos sorprende, cuando nos n muestra que hay algo en nuestro conocimiento – en nuestras expectativas, en nuestras teorías‐ que no está del todo en orden. Las observaciones solo conducen, pues, a problemas en la medida en que contradicen algunas de nuestras expectativas conscientes o inconscientes. Y lo que en tal caso se convierte en punto de partida del trabajo científico no es tanto la observación en si cuanto la observación en su significado peculiar – es decir la observación generadora de problemas.
Con ello accedo al punto en que me es posible formular mi tesis principal como tesis número seis. La cual consiste en lo siguiente:
Sexta tesis (tesis principal)
a) El método de las ciencias sociales, al igual que el de las ciencias sociales de la naturaleza, radica en ensayar posibles soluciones para sus problemas en las que se hunden sus raíces‐.
Se proponen y critican soluciones. En el caso de que un ensayo de solución no resulte accesible a la crítica objetiva, es preciso excluirlo por no científico, aunque acaso solo provisionalmente.
b) Si es accesible a una crítica objetiva, intentamos refutarlo: porque toda crítica consiste en intentos de refutación.
c) Si un ensayo de solución es refutado por nuestra crítica, buscamos otro.
d) Si resiste la crítica, lo aceptamos provisionalmente; y, desde luego, lo aceptamos
principalmente como digno de seguir siendo discutido y criticado.
e) El método de la ciencia es, pues, el de la tentativa de solución, el del ensayo (o idea) de solución sometido al más estricto control crítico. No es sino una preocupación
crítica del método del ensayo y del error (“trial and error”)
f) La llamada objetividad de la ciencia radica en la objetividad del método crítico; lo cual
quiere decir, sobre todo, que no hay teoría que esté liberada de la critica y que los medio lógicos de los que se sirve la crítica – la categoría de la contradicción lógica‐ son objetivos.
La idea básica que subyace en mi tesis principal también podría ser quizá sintetizada como sigue:
Séptima tesis: La tensión entre el conocimiento y la ignorancia lleva al problema y a los ensayos de solución. Pero no es superada jamás, dado que no puede menos de verse claramente que nuestro conocimiento no consiste sino en tentativas, en propuestas provisionales de solución, hasta el punto de conllevar de manera fundamental la posibilidad de evidenciarse como erróneo y, en consecuencia, como una auténtica ignorancia. De ahí que la única forma de justificación de nuestro conocimiento no sea, a su vez, sino igualmente provisional: radica en la crítica, o más exactamente, en que nuestros ensayos de solución parezcan haber resistido hasta la fecha incluso nuestra crítica más acerada.
No hay justificación positiva alguna que vaya más lejos de esto. Nuestros ensayos de solución, sobre todo, no pueden revelarse como probables en el sentido del cálculo de probabilidades.
Este punto de vista podría recibir quizá el calificativo de criticista.
Con el fin de iluminar un tanto el contenido de esta tesis principal mía y s u importancia para la sociología, no deja de ser útil una confrontación de la misma con ciertas otras tesis de una metodología muy extendía y a menudo absorbida de manera plenamente inconsciente.
Tenemos, por ejemplo, el erróneo y equivocado naturalismo o bien eficismo metodológico, que exige que las ciencias sociales aprendan por fin de las ciencias de la naturaleza lo que es método científico, Este equivocado naturalismo impone exigencias como éstas: comienza con observaciones y mediciones, es decir, con sondeos estadísticos, por ejemplo, y avanza inductivamente a posibles generalizaciones y a la formación de teorías. De este modo te aproximarás al ideal de objetividad científica en la medida, al menos, en que ello es posible en las ciencias sociales. Al mismo tiempo, sin embargo, debe ser perfectamente consiente de que en las ciencias sociales la objetividad es mucho más difícil de alcanzar (si es que es en absoluto alcanzable) de lo que lo es en las ciencias de la naturaleza; porque la objetividad equivale a neutralidad valorativa, y solo en casos muy extremos el científico social emanciparse de las valoraciones de su propia capa social accediendo a cierta objetividad y asepsia en lo tocante a los valores.
En mi opinión, todas y cada una de las frases que acabo de poner en boca de dicho erróneo naturalismo son radicalmente falsas y descansan en una equivocada comprensión del método científico‐natural, es más, en un mito – el mito demasiado extendido, por desgracia, e influyente del carácter inductivo del método de las ciencias de la naturaleza y del carácter de la objetividad científico ‐natural. En lo que sigue en propongo dedicar una pequeña parte del valioso tiempo del que dispongo a elaborar una crítica de dicho erróneo naturalismo.
Aunque no cabe duda de que buena parte de los cinéticos sociales se opondría a una y otra de las diversas tesis de este erróneo naturalismo, resulta también innegable que dicho naturalismo disfruta en las ciencias sociales – fuera de la economía política‐ de una auténtica supremacía por lo menos, en los países anglosajones. Me propongo formular los síntomas de esta victoria en mi tesis número ocho.
Octava tesis: En tanto que antes de la Segunda Guerra Mundial la idea de la sociología aún era la de una ciencia social teorética general – comprobable quizá a la física teorética‐ y la idea de la antropología social era la de una sociología aplicada a sociedades muy especiales, es decir, a sociedades primitivas, esta relación se ha invertido actualmente de la manera más asombrosa. La antropología social o etnología se ha convertido en una ciencia social general; y parece que la sociología se encuentra en vías de irse convirtiendo cada vez más en una rama de la antropología social, en una antropología social aplicada a una forma muy especial se la sociedad‐ en una antropología, en fin, de las formas de sociedad altamente industrializada de Occidente. Para repetirlo de manera más breve: la relación entre sociología y la antropología se ha invertido por completo, La antropología social ha avanzado hasta convertirse en una ciencia especial aplicada a una ciencia básica y el antropólogo ha pasado a convertirse de en un modesto y algo miope fieldworker en un teórico social de vastas miras y hondo aliento, así como en un psicólogo social profundo. El viejo sociólogo teórico debe darse, de todos modos, por satisfecho con encontrar su actual acomodo como fieldworker y especialista: observando y describiendo los totems y tabús de los naturales de raza blanca de los países de la Europa Occidental y e los Estados Unidos.
De todos modos, no hay porqué tomarse demasiado en serio esta mutación en el destino de los científicos sociales; sobre todo porque no hay cosa en sí que sea una especialidad científica. Todo lo cual formulado como tesis, da lugar a la tesos número nuevo.
Novena tesis: Una especialidad científica – tal y como se la llama‐ no es sino un conglomerado delimitado y construido de problemas y ensayos de solución. Lo realmente existente, no obstante, son los problemas y las tradiciones científicas.
A pesar de esta novena tesis, la citada transformación de las relaciones entre sociología y antropología es extremadamente interesante; y no en virtud de las especialidades o de sus nombres, sino por constituir buena muestra del triunfo del método pseudocientificonatural. Así llego a mi tesis número diez.
Décima tesis: El triunfo de la antropología es el triunfo de un método pretendidamente basado en la observación, pretendidamente descriptivo, supuestamente más objetivo y, en consecuencia, aparentemente científico – natural. Pero se trata de una victoria pírrica: un triunfo más de este tipo y estamos perdidos – es decir, lo están la antropología y la sociología.
Reconozco abiertamente que mi décima tesis está concebida en términos quizá excesivamente rigurosos. No pretendo en modo alguno negar que debemos a la antropología social el descubrimiento de cosas incesantes e importantes, ni que es una de las ciencias sociales a las que mayor éxito ha acompañado. Reconozco asimismo de buen grado que para los europeos no deja de ser altamente interesante y atractiva la posibilidad de observarnos y examinarnos a nosotros mismos a través del prisma del antropólogo social. Ahora bien, aunque este prisma es quizá más coloreado que otros, no por ello es más objetivo. El antropólogo no es ese observador de Marte que cree ser y cuyo papel social intenta representar no raramente ni a disgusto: tampoco hay ningún motivo para suponer que un habitante de Marte nos vería más “objetivamente” de lo que por ejemplo nos vemos a nosotros mismos.
Quiero aludir, en este contexto, a una historia que puede parecer, sin uda, extrema, pero que en modo alguno constituye algo aislado o excepcional. Es una historia verdadera, pero lo que en este contexto axial importa no es precisamente eso. En el caso de que les parezca en exceso improbable les ruego que la acepten como una libre invención, como una ilustración fabulada que con la ayuda de crasas exageraciones no pretende sino iluminar un punto importante.
Hace unos cuantos años tuve la ocasión de participar en un Congreso de cuatro días de duración, organizado por un teólogo y en el que participaban filósofos, biólogos, antropólogos, y físicos –uno o dos representantes de asa especialidad; en total éramos unos ocho participante. Como tema: “Ciencia y Humanismo”. Superadas algunas dificultades iniciales y, sobre todo, eliminado un intento de impresionarnos a fuerza de profundidades sublimes, se consiguió, a los tres días del congreso y gracias a los esfuerzos conjuntos de cuatro o cinco de los participantes, elevar la discusión a un nivel de altura realmente desusada. Nuestro congreso había accedido así ‐o al menos tal me lo parecía a mí‐ a ese estadio en el que todos teníamos la sensación satisfactoria de aprender alguno unos de otros. En todo caso, estábamos metidos de lleno en materia cuando el antropólogo social allí presente tomó la palabra.
“Quizá les haya parecido extraño”, vino a decir poco más o menos, “que hasta el momento no haya pronunciado palabra en el congreso en curso. Ello se debe a mi condición de observar. Como antropólogo he venido a este congreso no tanto para participar en su conducta verbal, como para observarla. Cosa que efectivamente he hecho. Al hacerlo no me ha sido posible seguir siempre sus discusiones objetivas; pero quien como yo ha estudiado docenas e grupos de discusión sabe que al que, es decir, a la cosa, no le corresponde demasiada importancia. Nosotros, los antropólogos”, decía casi literalmente el citado congresista,
“aprendemos a observar semejantes fenómenos sociales desde fuera y desde una ángulo de visión mucho mas objetivo. Lo que nos interesa es el como; es, por ejemplo, el modo como éste o aquél intentan dominar el grupo y cómo sus intentos son rechazados por otro, bien solo, bien con ayuda de una coalición de fuerzas; como al cabo de diversos intentos de este tipo de se forma un orden jerárquico de rango y, con él, un equilibrio de grupos, y un ritual en la actividad vernal de los grupos. Cosas todas éstas que son siempre muy similares, por diferentes que parezcan los planteamientos de los problemas elegidos como tema de discusión”.
Escuchamos a nuestro antropológico visitante de Marte hasta el final, y acto seguido le pregunté dos cosas: primero, si tenía alguna observación que hacer a nuestras conclusiones objetivas y, segundo, si no creía en la existencia de algo así como razones o argumentos objetivos susceptibles de ser verdaderos o falsos. Contestó que se había visto demasiado obligado a concentrarse en la observación de nuestro comportamiento grupal como para poder seguir con detalle el curso de nuestras discusiones objetivas. Por otra parte, de haber hecho esto último peligrado su objetividad, ya que no habría podido de verse envuelto en nuestras discusiones, dejándose al final llevar por ellas hasta el punto de convertirse en uno de nosotros, lo que habría la anulación de su objetividad. Había aprendido, además, a no enjuiciar literalmente el comportamiento verbal o a no tomárselo demasiado enserio en el plano literal (utilizaba una y otra vez expresiones como “verbal behaviour” y “verbalismo”). Lo que importa, nos dijo, es la función social y psicológica de este comportamiento verbal. Y añadió lo siguiente: “Si bien a ustedes, en su calidad de participantes en la discusión, lo que les impresiona son las razones y argumentos, a nosotros lo que nos importa es el hecho de la impresión mutua o la influencia que pueden entre ustedes ejercerse unos sobre otros, y, fundamentalmente, los síntomas de dicha influencia, nuestro interés se entra en conceptos como insistencia, vacilación, transigir y ceder. En lo tocante al contenido real de la discusión, sólo puedo decirles que no nos incumbe; lo que verdaderamente nos importa es el curso de la discusión, el papel que juega cada uno de ustedes en ella, el cambio dramático en cuanto a tal: el llamado argumento no es, desde luego, sino una forma de comportamiento verbal, y no más importante que otras. Es una mera ilusión subjetiva creer que es posible distinguir tajantemente entre argumentos y otras verbalizaciones susceptibles de ejercer una gran impresión; ni siquiera es tan fácil distinguir entre argumentos objetivamente válidos y objetivamente inválidos. A lo sumo cabe dividir los argumentos en grupos correspondientes a los que en determinados sectores y en determinadas épocas han sido aceptados como válidos o inválidos. El elemento temporal resulta igualmente visible en el hecho de que ciertos argumentos –o como tales llamados‐ que acepta un grupo de discusión como el presente, pueden ser posteriormente atacados o dejados de lado por uno y otro de los participantes”
No voy a continuar describiendo aquel incidente. Por otra parte , en este círculo no sería necesario hacer demasiado hincapié en el hecho de que el origen, en el ámbito de la historia de las ideas, del tajante un poco extremo de mi amigo antropológico no sólo acusa la influencia del ideal de objetividad propio del behaviori mo, sino asimismo de ideas crecidas en suelo alemán. Me refiero al relativismo en general, al relativismo histórico que considera que la verdad objetiva no existe, que sólo existen verdades para la, o cual época histórica, y al relativismo sociológico que enseña que hay verdades o ciencias para éste o aquel grupo o clase, que hay, por ejemplo, una ciencia burguesa o una ciencia proletaria: pienso asimismo que la llamada sociología del conocimiento juega un papel importante en la prehistoria de los dogmas de mi antropológico amigo.
Aunque no deja, desde luego, de parecer innegable que mi antropológico amigo asumió en aquel congreso una postura realmente extrema, no por ello puede negarse que dicha postura, sobre todo si se la suaviza algo, es todos menos infrecuente y toda menos poco relevante.
.
Pero dicha posición es absurda. Como ya he sometido en otro lugar a crítica detallada el relativismo histórico y sociológico y la sociología del conocimiento, renuncio aquí a repetirme. Voy a redefensa nacional, el de una política nacional agresiva, el del desarrollo industrial o el del enriquecimiento personal.
Es, por supuesto, imposible excluir tales intereses extracientíficos de la investigación científica: y no deja de ser menos imposible excluirlos tanto de la investigación científico – natural – de la física, por ejemplo‐, como de la científico‐social.
Lo que es posible e importante y confiere a la ciencia su carácter peculiar no es la exclusión, sino la diferenciación entre aquellos intereses que no pertenecen a la búsqueda de la verdad y el interés puramente científico por la verdad. Pero aunque constituye el valor científico rector, no por ello es el único: la relevancia, el interés y el significado de una afirmación en orden a una situación problemática puramente científica son asimismo valores científicos de primer rango e igual ocurre con valores como el de la riqueza de resultados, el de la fuerza explicativa, el de la sencillez y el de la exactitud.
Con otras palabras, hay valores positivos y negativos puramente científicos y hay valores positivos y negativos extracientíficos. Y aunque no es posible mantener totalmente separado el trabajo científico de aplicaciones y valoraciones extracientíficas, combatir la confusión de esferas de valor y; sobre todo, excluir las valoraciones extracientíficas de los problemas concernientes a la verdad constituye una de las tareas de la crítica e la discusión científica.
Esto no puede, desde luego, llevarse a cabo de una vez para siempre por decreto, sino que es y seguirá siendo una de las tareas duraderas de la crítica científica recíproca. La pureza de la ciencia pura es una ideal, al que acaso quepa considerar inalcanzable, pero por el que la crítica lucha y ha de luchar ininterrumpidamente.
En la formulación de esta tesis he calificado de prácticamente imposible el intento de desterrar los valor extracientíficos del quehacer de la ciencia. Ocurre lo mismo que con la objetividad: no podemos privar al científico de su partidismo sin privarle también de su humanidad. De manera harto similar ocurre que tampoco podemos privarle de sus valoraciones o destruirlas sin destruirle como hombre y como científico. Nuestras motivaciones y nuestros ideales puramente científicos, como el ideal de la pura búsqueda de la verdad, hunden sus raíces más profundas en valoraciones extracientíficas y, en parte, religiosas. El científico objetivo y “libre de valores” no es el científico ideal. Sin pasión la cosa no marcha, ni siquiera en la ciencia pura. La expresión “amor a la verdad” no es una simple metáfora.
De manera, pues, que hay que ser conscientes no sólo de que no hay, en la práctica, científico alguno al que la objetividad y la neutralidad valorativa le resulten alcanzable, sino de que incluso la objetividad y la neutralidad valorativa constituyen en sí valores. Y como la neutralidad valorativa es un sí mismo un valor, la exigencia de una total ausencia de valores, de una completa neutralidad valorativa viene a resultar paradójica. Esta objeción no es precisamente muy importante pero sí importa observar, no obstante que la paradoja desaparece por sí misma con solo que en ligar de exigir neutralidad valorativa exijamos como una de las tareas más significativas de la crítica científica, la desvelación de las confusiones de esferas de valor y la separación de cuestiones concernientes a valores puramente científicos como la verdad, la relevancia, la sencillez, etc, de problemas extra-cientificos.
Hasta este momento he intentado desarrollar la tesis de que el método de la ciencia radica en la elección de problemas y en la crítica de nuestros ensayos de solución, ensayos a los que considerar siempre como tentativas provisionales. Y he intentado asimismo mostrar, a la luz de dos problemas metodológicos harto discutidos de las ciencias sociales, que esta teoría de un método criticista (como acaso pueda llamarlo) lleva a resultados metodológicos no poco razonables. Pero aunque haya podido decir un par de palabras sobre teoría o lógica del conocimiento y aunque haya podido decir asimismo un par de palabras criticas sobre la metodología de las ciencias sociales, no he dicho , en realidad, sino bien poco de positivo sobre mi tema, la lógica de las ciencias sociales.
No quiero, de todos modos, perder el tiempo aduciendo motivos o justificaciones de por qué considero tan importante identificar desde un principio método científico y método crítico. En lugar de ello prefiero entrar directamente en algunos problemas y tesis puramente lógicos.
Cuarta tesis: En la medida ñeque quepa en absoluto hablar de que la ciencia o el conocimiento comienzan en algún punto tiene validez lo siguiente: el conocimiento no comienza con percepciones u observación o con la recopilación de datos o de hechos, sino con problemas. No hay conocimiento sin problemas – pero tampoco hay ningún problema sin conocimiento. Es decir, que éste comienza con la tensión entre saber y no saber, entre conocimiento e ignorancia: ningún problema sin conocimiento –ningún problema sin ignorancia. Porque todo problema surge del descubrimiento de que algo no está en orden en nuestro presunto saber; o, lógicamente considerado, en el descubrimiento de una contradicción interna entre nuestro supuesto conocimiento y los hechos; o expresado quizá más adecuadamente, en el descubrimiento de una posible contradicción entre nuestro supuesto conocimiento y los supuestos hechos.
Frente a mis tres tesis, que por su carácter abstracto pueden dar quizá la impresión de estar un tanto alejadas de mi tema, es decir, de la lógica de las ciencias sociales, de la cuarta es mi intención afirmar que precisamente con ella llegamos al centro mismo de nuestro tema. Lo cual puede ser formulado como sigue en mi tesis número cinco.
Quinta tesis: Al igual que todas las otras ciencias, también las ciencias sociales se ven acompañadas por el éxito o por el fracaso, son interesante o triviales, fructíferas o infructíferas, y están en idéntica relación con la importancia o el interés de los problemas que entran en juego; y, por supuesto, también en idéntica relación respecto de la honradez, linearidad y sencillez con que estos problemas sean atacados. Problemas que en modo alguno tienen por que ser siempre de naturaleza teorética. Serios problemas prácticos como el de la pobreza, el del analfabetismo, el de la opresión política y la inseguridad jurídicas, han constituido importantes puntos de partida de la investigación científico‐social. Pero estos problemas prácticos incitan a meditar, a teorizar, dando paso así a problemas teoréticos. En todos los casos, sin excepción, son el carácter y la cualidad de los problemas – juntamente, desde luego , con la audacia y singularidad de la solución propuesta‐ lo que determina el valor o falta de valor del rendimiento científico.
De manera, pues, que el punto de partida es siempre el problema: y la observación únicamente se convierte en una especie de punto de partida cuando desvela un problema: o, con otras palabras, cuando nos sorprende, cuando nos n muestra que hay algo en nuestro conocimiento – en nuestras expectativas, en nuestras teorías‐ que no está del todo en orden. Las observaciones solo conducen, pues, a problemas en la medida en que contradicen algunas de nuestras expectativas conscientes o inconscientes. Y lo que en tal caso se convierte en punto de partida del trabajo científico no es tanto la observación en si cuanto la observación en su significado peculiar – es decir la observación generadora de problemas.
Con ello accedo al punto en que me es posible formular mi tesis principal como tesis número seis. La cual consiste en lo siguiente:
Sexta tesis (tesis principal)
a) El método de las ciencias sociales, al igual que el de las ciencias sociales de la naturaleza, radica en ensayar posibles soluciones para sus problemas en las que se hunden sus raíces‐.
Se proponen y critican soluciones. En el caso de que un ensayo de solución no resulte accesible a la crítica objetiva, es preciso excluirlo por no científico, aunque acaso solo provisionalmente.
b) Si es accesible a una crítica objetiva, intentamos refutarlo: porque toda crítica consiste en intentos de refutación.
c) Si un ensayo de solución es refutado por nuestra crítica, buscamos otro.
d) Si resiste la crítica, lo aceptamos provisionalmente; y, desde luego, lo aceptamos
principalmente como digno de seguir siendo discutido y criticado.
e) El método de la ciencia es, pues, el de la tentativa de solución, el del ensayo (o idea) de solución sometido al más estricto control crítico. No es sino una preocupación
crítica del método del ensayo y del error (“trial and error”)
f) La llamada objetividad de la ciencia radica en la objetividad del método crítico; lo cual
quiere decir, sobre todo, que no hay teoría que esté liberada de la critica y que los medio lógicos de los que se sirve la crítica – la categoría de la contradicción lógica‐ son objetivos.
La idea básica que subyace en mi tesis principal también podría ser quizá sintetizada como sigue:
Séptima tesis: La tensión entre el conocimiento y la ignorancia lleva al problema y a los ensayos de solución. Pero no es superada jamás, dado que no puede menos de verse claramente que nuestro conocimiento no consiste sino en tentativas, en propuestas provisionales de solución, hasta el punto de conllevar de manera fundamental la posibilidad de evidenciarse como erróneo y, en consecuencia, como una auténtica ignorancia. De ahí que la única forma de justificación de nuestro conocimiento no sea, a su vez, sino igualmente provisional: radica en la crítica, o más exactamente, en que nuestros ensayos de solución parezcan haber resistido hasta la fecha incluso nuestra crítica más acerada.
No hay justificación positiva alguna que vaya más lejos de esto. Nuestros ensayos de solución, sobre todo, no pueden revelarse como probables en el sentido del cálculo de probabilidades.
Este punto de vista podría recibir quizá el calificativo de criticista.
Con el fin de iluminar un tanto el contenido de esta tesis principal mía y s u importancia para la sociología, no deja de ser útil una confrontación de la misma con ciertas otras tesis de una metodología muy extendía y a menudo absorbida de manera plenamente inconsciente.
Tenemos, por ejemplo, el erróneo y equivocado naturalismo o bien eficismo metodológico, que exige que las ciencias sociales aprendan por fin de las ciencias de la naturaleza lo que es método científico, Este equivocado naturalismo impone exigencias como éstas: comienza con observaciones y mediciones, es decir, con sondeos estadísticos, por ejemplo, y avanza inductivamente a posibles generalizaciones y a la formación de teorías. De este modo te aproximarás al ideal de objetividad científica en la medida, al menos, en que ello es posible en las ciencias sociales. Al mismo tiempo, sin embargo, debe ser perfectamente consiente de que en las ciencias sociales la objetividad es mucho más difícil de alcanzar (si es que es en absoluto alcanzable) de lo que lo es en las ciencias de la naturaleza; porque la objetividad equivale a neutralidad valorativa, y solo en casos muy extremos el científico social emanciparse de las valoraciones de su propia capa social accediendo a cierta objetividad y asepsia en lo tocante a los valores.
En mi opinión, todas y cada una de las frases que acabo de poner en boca de dicho erróneo naturalismo son radicalmente falsas y descansan en una equivocada comprensión del método científico‐natural, es más, en un mito – el mito demasiado extendido, por desgracia, e influyente del carácter inductivo del método de las ciencias de la naturaleza y del carácter de la objetividad científico ‐natural. En lo que sigue en propongo dedicar una pequeña parte del valioso tiempo del que dispongo a elaborar una crítica de dicho erróneo naturalismo.
Aunque no cabe duda de que buena parte de los cinéticos sociales se opondría a una y otra de las diversas tesis de este erróneo naturalismo, resulta también innegable que dicho naturalismo disfruta en las ciencias sociales – fuera de la economía política‐ de una auténtica supremacía por lo menos, en los países anglosajones. Me propongo formular los síntomas de esta victoria en mi tesis número ocho.
Octava tesis: En tanto que antes de la Segunda Guerra Mundial la idea de la sociología aún era la de una ciencia social teorética general – comprobable quizá a la física teorética‐ y la idea de la antropología social era la de una sociología aplicada a sociedades muy especiales, es decir, a sociedades primitivas, esta relación se ha invertido actualmente de la manera más asombrosa. La antropología social o etnología se ha convertido en una ciencia social general; y parece que la sociología se encuentra en vías de irse convirtiendo cada vez más en una rama de la antropología social, en una antropología social aplicada a una forma muy especial se la sociedad‐ en una antropología, en fin, de las formas de sociedad altamente industrializada de Occidente. Para repetirlo de manera más breve: la relación entre sociología y la antropología se ha invertido por completo, La antropología social ha avanzado hasta convertirse en una ciencia especial aplicada a una ciencia básica y el antropólogo ha pasado a convertirse de en un modesto y algo miope fieldworker en un teórico social de vastas miras y hondo aliento, así como en un psicólogo social profundo. El viejo sociólogo teórico debe darse, de todos modos, por satisfecho con encontrar su actual acomodo como fieldworker y especialista: observando y describiendo los totems y tabús de los naturales de raza blanca de los países de la Europa Occidental y e los Estados Unidos.
De todos modos, no hay porqué tomarse demasiado en serio esta mutación en el destino de los científicos sociales; sobre todo porque no hay cosa en sí que sea una especialidad científica. Todo lo cual formulado como tesis, da lugar a la tesos número nuevo.
Novena tesis: Una especialidad científica – tal y como se la llama‐ no es sino un conglomerado delimitado y construido de problemas y ensayos de solución. Lo realmente existente, no obstante, son los problemas y las tradiciones científicas.
A pesar de esta novena tesis, la citada transformación de las relaciones entre sociología y antropología es extremadamente interesante; y no en virtud de las especialidades o de sus nombres, sino por constituir buena muestra del triunfo del método pseudocientificonatural. Así llego a mi tesis número diez.
Décima tesis: El triunfo de la antropología es el triunfo de un método pretendidamente basado en la observación, pretendidamente descriptivo, supuestamente más objetivo y, en consecuencia, aparentemente científico – natural. Pero se trata de una victoria pírrica: un triunfo más de este tipo y estamos perdidos – es decir, lo están la antropología y la sociología.
Reconozco abiertamente que mi décima tesis está concebida en términos quizá excesivamente rigurosos. No pretendo en modo alguno negar que debemos a la antropología social el descubrimiento de cosas incesantes e importantes, ni que es una de las ciencias sociales a las que mayor éxito ha acompañado. Reconozco asimismo de buen grado que para los europeos no deja de ser altamente interesante y atractiva la posibilidad de observarnos y examinarnos a nosotros mismos a través del prisma del antropólogo social. Ahora bien, aunque este prisma es quizá más coloreado que otros, no por ello es más objetivo. El antropólogo no es ese observador de Marte que cree ser y cuyo papel social intenta representar no raramente ni a disgusto: tampoco hay ningún motivo para suponer que un habitante de Marte nos vería más “objetivamente” de lo que por ejemplo nos vemos a nosotros mismos.
Quiero aludir, en este contexto, a una historia que puede parecer, sin uda, extrema, pero que en modo alguno constituye algo aislado o excepcional. Es una historia verdadera, pero lo que en este contexto axial importa no es precisamente eso. En el caso de que les parezca en exceso improbable les ruego que la acepten como una libre invención, como una ilustración fabulada que con la ayuda de crasas exageraciones no pretende sino iluminar un punto importante.
Hace unos cuantos años tuve la ocasión de participar en un Congreso de cuatro días de duración, organizado por un teólogo y en el que participaban filósofos, biólogos, antropólogos, y físicos –uno o dos representantes de asa especialidad; en total éramos unos ocho participante. Como tema: “Ciencia y Humanismo”. Superadas algunas dificultades iniciales y, sobre todo, eliminado un intento de impresionarnos a fuerza de profundidades sublimes, se consiguió, a los tres días del congreso y gracias a los esfuerzos conjuntos de cuatro o cinco de los participantes, elevar la discusión a un nivel de altura realmente desusada. Nuestro congreso había accedido así ‐o al menos tal me lo parecía a mí‐ a ese estadio en el que todos teníamos la sensación satisfactoria de aprender alguno unos de otros. En todo caso, estábamos metidos de lleno en materia cuando el antropólogo social allí presente tomó la palabra.
“Quizá les haya parecido extraño”, vino a decir poco más o menos, “que hasta el momento no haya pronunciado palabra en el congreso en curso. Ello se debe a mi condición de observar. Como antropólogo he venido a este congreso no tanto para participar en su conducta verbal, como para observarla. Cosa que efectivamente he hecho. Al hacerlo no me ha sido posible seguir siempre sus discusiones objetivas; pero quien como yo ha estudiado docenas e grupos de discusión sabe que al que, es decir, a la cosa, no le corresponde demasiada importancia. Nosotros, los antropólogos”, decía casi literalmente el citado congresista,
“aprendemos a observar semejantes fenómenos sociales desde fuera y desde una ángulo de visión mucho mas objetivo. Lo que nos interesa es el como; es, por ejemplo, el modo como éste o aquél intentan dominar el grupo y cómo sus intentos son rechazados por otro, bien solo, bien con ayuda de una coalición de fuerzas; como al cabo de diversos intentos de este tipo de se forma un orden jerárquico de rango y, con él, un equilibrio de grupos, y un ritual en la actividad vernal de los grupos. Cosas todas éstas que son siempre muy similares, por diferentes que parezcan los planteamientos de los problemas elegidos como tema de discusión”.
Escuchamos a nuestro antropológico visitante de Marte hasta el final, y acto seguido le pregunté dos cosas: primero, si tenía alguna observación que hacer a nuestras conclusiones objetivas y, segundo, si no creía en la existencia de algo así como razones o argumentos objetivos susceptibles de ser verdaderos o falsos. Contestó que se había visto demasiado obligado a concentrarse en la observación de nuestro comportamiento grupal como para poder seguir con detalle el curso de nuestras discusiones objetivas. Por otra parte, de haber hecho esto último peligrado su objetividad, ya que no habría podido de verse envuelto en nuestras discusiones, dejándose al final llevar por ellas hasta el punto de convertirse en uno de nosotros, lo que habría la anulación de su objetividad. Había aprendido, además, a no enjuiciar literalmente el comportamiento verbal o a no tomárselo demasiado enserio en el plano literal (utilizaba una y otra vez expresiones como “verbal behaviour” y “verbalismo”). Lo que importa, nos dijo, es la función social y psicológica de este comportamiento verbal. Y añadió lo siguiente: “Si bien a ustedes, en su calidad de participantes en la discusión, lo que les impresiona son las razones y argumentos, a nosotros lo que nos importa es el hecho de la impresión mutua o la influencia que pueden entre ustedes ejercerse unos sobre otros, y, fundamentalmente, los síntomas de dicha influencia, nuestro interés se entra en conceptos como insistencia, vacilación, transigir y ceder. En lo tocante al contenido real de la discusión, sólo puedo decirles que no nos incumbe; lo que verdaderamente nos importa es el curso de la discusión, el papel que juega cada uno de ustedes en ella, el cambio dramático en cuanto a tal: el llamado argumento no es, desde luego, sino una forma de comportamiento verbal, y no más importante que otras. Es una mera ilusión subjetiva creer que es posible distinguir tajantemente entre argumentos y otras verbalizaciones susceptibles de ejercer una gran impresión; ni siquiera es tan fácil distinguir entre argumentos objetivamente válidos y objetivamente inválidos. A lo sumo cabe dividir los argumentos en grupos correspondientes a los que en determinados sectores y en determinadas épocas han sido aceptados como válidos o inválidos. El elemento temporal resulta igualmente visible en el hecho de que ciertos argumentos –o como tales llamados‐ que acepta un grupo de discusión como el presente, pueden ser posteriormente atacados o dejados de lado por uno y otro de los participantes”
No voy a continuar describiendo aquel incidente. Por otra parte , en este círculo no sería necesario hacer demasiado hincapié en el hecho de que el origen, en el ámbito de la historia de las ideas, del tajante un poco extremo de mi amigo antropológico no sólo acusa la influencia del ideal de objetividad propio del behaviori mo, sino asimismo de ideas crecidas en suelo alemán. Me refiero al relativismo en general, al relativismo histórico que considera que la verdad objetiva no existe, que sólo existen verdades para la, o cual época histórica, y al relativismo sociológico que enseña que hay verdades o ciencias para éste o aquel grupo o clase, que hay, por ejemplo, una ciencia burguesa o una ciencia proletaria: pienso asimismo que la llamada sociología del conocimiento juega un papel importante en la prehistoria de los dogmas de mi antropológico amigo.
Aunque no deja, desde luego, de parecer innegable que mi antropológico amigo asumió en aquel congreso una postura realmente extrema, no por ello puede negarse que dicha postura, sobre todo si se la suaviza algo, es todos menos infrecuente y toda menos poco relevante.
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Pero dicha posición es absurda. Como ya he sometido en otro lugar a crítica detallada el relativismo histórico y sociológico y la sociología del conocimiento, renuncio aquí a repetirme. Voy a redefensa nacional, el de una política nacional agresiva, el del desarrollo industrial o el del enriquecimiento personal.
Es, por supuesto, imposible excluir tales intereses extracientíficos de la investigación científica: y no deja de ser menos imposible excluirlos tanto de la investigación científico – natural – de la física, por ejemplo‐, como de la científico‐social.
Lo que es posible e importante y confiere a la ciencia su carácter peculiar no es la exclusión, sino la diferenciación entre aquellos intereses que no pertenecen a la búsqueda de la verdad y el interés puramente científico por la verdad. Pero aunque constituye el valor científico rector, no por ello es el único: la relevancia, el interés y el significado de una afirmación en orden a una situación problemática puramente científica son asimismo valores científicos de primer rango e igual ocurre con valores como el de la riqueza de resultados, el de la fuerza explicativa, el de la sencillez y el de la exactitud.
Con otras palabras, hay valores positivos y negativos puramente científicos y hay valores positivos y negativos extracientíficos. Y aunque no es posible mantener totalmente separado el trabajo científico de aplicaciones y valoraciones extracientíficas, combatir la confusión de esferas de valor y; sobre todo, excluir las valoraciones extracientíficas de los problemas concernientes a la verdad constituye una de las tareas de la crítica e la discusión científica.
Esto no puede, desde luego, llevarse a cabo de una vez para siempre por decreto, sino que es y seguirá siendo una de las tareas duraderas de la crítica científica recíproca. La pureza de la ciencia pura es una ideal, al que acaso quepa considerar inalcanzable, pero por el que la crítica lucha y ha de luchar ininterrumpidamente.
En la formulación de esta tesis he calificado de prácticamente imposible el intento de desterrar los valor extracientíficos del quehacer de la ciencia. Ocurre lo mismo que con la objetividad: no podemos privar al científico de su partidismo sin privarle también de su humanidad. De manera harto similar ocurre que tampoco podemos privarle de sus valoraciones o destruirlas sin destruirle como hombre y como científico. Nuestras motivaciones y nuestros ideales puramente científicos, como el ideal de la pura búsqueda de la verdad, hunden sus raíces más profundas en valoraciones extracientíficas y, en parte, religiosas. El científico objetivo y “libre de valores” no es el científico ideal. Sin pasión la cosa no marcha, ni siquiera en la ciencia pura. La expresión “amor a la verdad” no es una simple metáfora.
De manera, pues, que hay que ser conscientes no sólo de que no hay, en la práctica, científico alguno al que la objetividad y la neutralidad valorativa le resulten alcanzable, sino de que incluso la objetividad y la neutralidad valorativa constituyen en sí valores. Y como la neutralidad valorativa es un sí mismo un valor, la exigencia de una total ausencia de valores, de una completa neutralidad valorativa viene a resultar paradójica. Esta objeción no es precisamente muy importante pero sí importa observar, no obstante que la paradoja desaparece por sí misma con solo que en ligar de exigir neutralidad valorativa exijamos como una de las tareas más significativas de la crítica científica, la desvelación de las confusiones de esferas de valor y la separación de cuestiones concernientes a valores puramente científicos como la verdad, la relevancia, la sencillez, etc, de problemas extra-cientificos.
Hasta este momento he intentado desarrollar la tesis de que el método de la ciencia radica en la elección de problemas y en la crítica de nuestros ensayos de solución, ensayos a los que considerar siempre como tentativas provisionales. Y he intentado asimismo mostrar, a la luz de dos problemas metodológicos harto discutidos de las ciencias sociales, que esta teoría de un método criticista (como acaso pueda llamarlo) lleva a resultados metodológicos no poco razonables. Pero aunque haya podido decir un par de palabras sobre teoría o lógica del conocimiento y aunque haya podido decir asimismo un par de palabras criticas sobre la metodología de las ciencias sociales, no he dicho , en realidad, sino bien poco de positivo sobre mi tema, la lógica de las ciencias sociales.
No quiero, de todos modos, perder el tiempo aduciendo motivos o justificaciones de por qué considero tan importante identificar desde un principio método científico y método crítico. En lugar de ello prefiero entrar directamente en algunos problemas y tesis puramente lógicos.
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