La silenciada ayuda de los cruzados
Un ensayo revela que los cronistas minimizaron la presencia extranjera en la Reconquista
Armados y a caballo, numerosos guerreros recorrieron miles de kilómetros, sobre todo entre los siglos XI y XIII, para luchar en la península Ibérica contra un enemigo al que no habían visto: los musulmanes. Caballeros, escuderos y peones llegados desde Francia, ciudades alemanas, repúblicas italianas, Inglaterra, territorios flamencos, incluso países nórdicos, ayudaron a los reyes cristianos en la Reconquista de al-Ándalus. "Su participación resultó determinante en algunos momentos”, dice Francisco García Fitz, coautor junto a Feliciano Novoa Portela de Cruzados en la Reconquista, estudio publicado a finales de 2014 por la editorial Marcial Pons y que el historiador Julián Casanova eligió como mejor ensayo de Historia de España en 2014 en una encuesta para este diario.
Los que vinieron en busca de batalla siguieron dos caminos: "Unos llegaban de paso hacia Tierra Santa, con el objetivo de luchar en el Mediterráneo Oriental, y bordeaban las costas de la Península, deteniéndose en algunos puntos". La razón de este rodeo era que la ruta terrestre era lenta y había que atravesar el Imperio Bizantino. El otro modelo fue el de quienes acudieron en cruzadas bendecidas por los papas: "La Península se consideraba otro frente, como Tierra Santa, y la cruzada era una guerra en la que se les concedían indulgencias".
Sin embargo, cuando sus espadas contribuyeron a las victorias, los méritos fueron rebajados por los cronistas, al servicio de los reyes: "En ocasiones se minusvaloró su presencia y en otras se despreció su acción", añade García Fitz (Sevilla, 1961), doctor en Historia por la universidad hispalense. "Los monarcas cristianos no querían que el mérito de la expansión se lo llevasen otros".
El libro estudia la evolución de este fenómeno "desde que comienzan a llegar, con una participación importante de hombres y armas" —entonces las crónicas dan un cariz negativo de ellos—, "hasta la guerra de Granada, donde es anecdótica", precisa Novoa Portela (Tuy, Pontevedra, 1955), doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid.
Pero como casi siempre en la historia, no existe un relato unilateral de los hechos. A los caballeros extranjeros les acompañaron sus propios cronistas. Los autores de Cruzados en la Reconquista han comprobado que las fuentes pontificias, por ejemplo, sí hablan de una actuación relevante de esta legión extranjera. Incluso historiadores europeos que contaron en sus países lo que habían visto "oscurecieron la participación hispana". Seguramente nadie escribió toda la verdad, pero "en España, este fenómeno no se había estudiado en su conjunto pues las fuentes de entonces no le dieron importancia", según García Fitz.
Sin embargo, los cruzados resultaron claves, por ejemplo, en la conquista de Zaragoza, en 1118, cuando reforzaron a Alfonso I el Batallador; en la toma de Lisboa, en 1147, año en que también se sumaron a la conquista de Tortosa, y en el cerco de Algeciras (1342). Es imposible calcular el número de los que pelearon contra los seguidores de Alá. "Las fuentes hablan de decenas de miles llegados para la batalla de Las Navas de Tolosa [1212], aunque parece un número exagerado", considera García Fitz. Este fue, por cierto, uno de los choques decisivos de la Reconquista y paradigma de lo que, como escribió un cronista toledano, acaeció con "gientes que non entendíamos". No se conoce la razón, pero algo motivó que los cruzados se dieran la vuelta semanas antes del combate.
Desencuentros similares resultaron constantes. "Provocaron problemas por su indisciplina, que puso en riesgo victorias". Otro cronista sentenció que "no eran sabedores de la guerra de los moros", porque caían una y otra vez en emboscadas como el tornafuye, en la que se hacía creer al enemigo que se huía para atraerlo, y después se revolvían para contraatacar por sorpresa. "Es que no entendieron nada; era fácil ser cruzado cuando se estaba en la retaguardia, pero era muy diferente vivir en la frontera", destaca Novoa Portela, experto en órdenes militares hispánicas medievales. Tan harto acabó de los cruzados el rey de Aragón Jaime I el Conquistador que los llamó "inútiles". En el escalafón de denuestos, la palma se la llevaron los franceses, "a los que se les llamaba de todo", añade.
La otra causa de disputa fue la crueldad con la población que se entregaba tras un cerco. Ávidos de botín, "no respetaban los pactos de rendición y, en contra de los deseos de los reyes cristianos, perpetraron masacres", incide García Fitz. Su compañero lo explica: "Los monarcas también cometieron matanzas, pero sabían que al día siguiente debían vivir en esa ciudad. Por eso, no siempre abogaban por la violencia".
Un corazón colgado del cuello
Entre las pequeñas historias recogidas por Francisco García Fitz y Feliciano Novoa en Cruzados en la Reconquista, destaca la del caballero escocés sir James Douglas, quien murió en 1330. Meses antes, había fallecido su rey, un hombre frustrado por no haber podido peregrinar a Jerusalén. Así que entre sus últimas voluntades ordenó que su corazón fuese embalsamado y llevado al Santo Sepulcro. El encargado de esta misión fue Douglas, quien atravesó media Europa con una cajita colgada del cuello con el real órgano en su interior.
Douglas intervino en el cerco de Teba (Málaga) en primera línea y en el fragor de la batalla llegó a arrojar el corazón de su señor para que, al menos en espíritu, también participara, según el cronista John Barbour. Al final, Douglas murió en una celada, pero los cristianos lograron recuperar el corazón del rey y el cadáver del noble, que cocieron para poder separar la carne de los huesos. El escatológico equipaje fue empaquetado y regresó a Escocia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario