Gracias, maestro.
Memorias de León Garzón Ruipérez
«A los 7 años, en 1935, di un mitin: la verdadera enseñanza no era la de los colegios religiosos»
«Mi madre era una maestra nacional muy de acuerdo con la República y le parecían bien las normas dictadas por el Gobierno de retirar los crucifijos de las escuelas»
León Garzón Ruipérez, en las dependencias de LA NUEVA ESPAÑA, durante el relato de sus «Memorias». / luisma murias
León Garzón Ruipérez, catedrático emérito de Energía Nuclear de la Universidad de Oviedo
J. Morán
León Garzón Ruipérez, de 85 años y catedrático emérito de Energía Nuclear de la Universidad de Oviedo, se considera un hombre «de izquierdas, evidentemente». Nació y fue criado en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), en el seno de una familia republicana cuyo padre, Francisco, murió tras ser apresado en un campo de concentración francés; y cuya madre, Leonor, maestra nacional, sufrió prisión en el penal de Santurrarán (Guipúzcoa) después de haber sido una entusiasta de las reformas educativas de la República.
Gentes trabajadoras y progresistas. «Soy de Peñaranda de Bracamonte, provincia de Salamanca, un sitio muy plano pero muy hermoso. Los que somos castellanos añoramos Castilla cuando la hemos dejado. Esa planicie, esos límites contrastados con la verticalidad, que decía quizá Unamuno. Desde Peñaranda se divisan hacia el Sur los montes de Gredos, y hacia el Norte lo que llamábamos los montes de León, azules, espléndidos; y hacia el Oeste se ve la sierra de Guadarrama. Lo demás es como la palma de mano. Y la coloración de Castilla? la presencia de las estaciones del año? La coloración de los campos de Castilla, si se sabe observar, es bellísima. El lugar es de gente muy trabajadora y progresista, quizá porque Peñaranda no es antigua, como Ávila o Madrigal de las Altas Torres. Y cito Madrigal porque mi padre era madrigaleño. Mis ancestros por la parte de mi madre venían de los límites entre Valladolid y Palencia, mientras que mi padre, ya digo, era de Madrigal, quizá de ascendencia judía conversa, pienso yo, por el apellido Garzón que es hebraica. Peñaranda es del siglo XVII, por lo tanto es un pueblo más moderno, en el trazado, en las costumbres; la proximidad con Madrid le da un cierto carácter. Y como anécdota, nuestro Príncipe Felipe ha elegido Peñaranda para sus cacerías; efectivamente, allí hay mucha perdiz».
Un castellano perfecto. «Nazco el 28 de septiembre de 1924. Al día siguiente el 29 es San Miguel, y San Wenceslao es el anterior o algo parecido. Nunca he celebrado ni santos ni cumpleaños. Mi padre, Francisco Garzón, y la gente de Madrigal en general, hablaba un castellano perfecto. Conocí a un madrigaleño que estuvo precisamente en Gijón, mucho años, de director del Banco Urquijo, José Pérez; y daba gusto oírle hablar porque uno tenía la impresión de que estaba hablando con Cervantes o con Lope de Vega. Era increíble, pero hoy día ya no se da eso. El buen castellano escrito u oral brillan por su ausencia en todos los contactos culturales de comunicación. Mi padre no tenía estudios superiores, pero los estudios de la escuela debían de ser muy buenos porque era una gente que, para empezar, hablaba correctísimamente, y sabían su aritmética, su geometría. Tenían una cultura y, sobre todo, un empuje para levantar la nación. Mi padre comenzó siendo administrativo de una de las tres fábricas de harinas que había en Peñaranda. Aquello no le daba lo suficiente y cuando conoció a mi madre y quisieron formar un hogar él se apuntó a los seguros. Fue primero agente, después inspector, y rápidamente, por su empuje, le nombraron subdirector en Jaén de la Unión y el Fénix, que era la empresa líder en seguros. A Jaén se trasladó la familia en 1935, y allí cursé primero de Bachillerato, pero la Guerra Civil nos separó en dos partes. En el verano de 1936, mi madre y cuatro hijos (un varón, que era yo y tres mujeres) nos volvimos a pasar el verano en Peñaranda. Mi padre se quedó en Jaén con el hijo mayor, mi hermano Higinio, y con un sobrino, Martín. Tenían pensado ir enseguida a Peñaranda, pero llegó el 18 de julio».
«Había la parte industrial progresista y el resto eran los terratenientes, que trajeron la rebelión militar» La Química de una vida
«Al comenzar la Guerra Mundial, con la invasión de París por los alemanes, a mi padre, como a tantos españoles que habían huido, le meten en un campo de concentración»
León Garzón, en LA NUEVA ESPAÑA.
Saturrarán, prisión de mujeres. «Mi madre, Leonor Ruipérez, era maestra nacional, y empezó a dar clases en un pueblo que se llama Terradillos, al lado de Alba de Tormes. Pero ejerció un cierto tiempo y debió de dejarlo en cuanto tuvo el primer hijo, y porque ya mi padre empezaba a tener unos emolumentos decentes. Más tarde, ya viuda y cuando los hijos nos fuimos situando, reingresó cuando pudo, porque ella había estado en la cárcel franquista. Mi madre era una maestra muy de acuerdo con la República. No era mujer dedicada a la política, pero todos sus hermanos tenían interés en la política y a ella le tocó algo. A ella le parecían bien, por ejemplo, las normas dictadas por el Gobierno republicano de la nación de retirar los crucifijos de las escuelas, entendiendo que era dar preponderancia a una de las religiones. Después vino Franco y volvió a uniformizarlo todo, y condenó a personas inocentes como mi madre, con el cargo de «auxilio a la rebelión». Pero era justo lo contrario: la rebelión no era de los condenados, era de él, de Franco. Mi abuelo materno era de un pueblecito entre Palencia y Valladolid, Valoria la Buena. Mi madre había estudiado Magisterio en Salamanca junto a su hermana Encarnación, que después sería la madre de una persona muy relevante, Germán Sánchez Ruipérez, que creó la Fundación del mismo nombre y antes había fundado la Editorial Anaya. Es decir, mi tía Encarna se casó con Germán Sánchez, y uno de sus hijos es este Germán Sánchez Ruipérez, mi primo carnal. Nuestras madres, Leonor y Encarna, estuvieron las dos encarceladas en Saturrarán, en Motrico (Guipúzcoa), donde hubo una prisión de mujeres que atendían las monjas Mercedarias».
Entusiasta del ministro de Instrucción Pública. «Durante la República, mi madre había sido entusiasta del ministro de Instrucción Pública, don Marcelino Domingo. Y lo era porque Domingo fue la primera persona después de la Monarquía que dignificó la figura del maestro, no tanto porque aumentara un poco el suelo, que seguía siendo miserable, sino por la importancia dada a los maestros. Se empezaron a construir centros de enseñanza, es decir, el presupuesto se focalizó mucho en la enseñanza y particularmente en la enseñanza primaria. Ella, como los hermanos, era por tanto republicana, y aunque no dio mítines, sí pudo dar alguna conferencia. Simpatizaba al cien por cien con la República y consideraba que con el nuevo régimen la enseñanza se abriría a horizontes desconocidos hasta entonces. Mi padre también era republicano. En aquella época, el republicanismo representaba un aire nuevo, lleno de promesas. Lo que ocurre es que, como siempre, triunfaron los ricos. Con el rey Alfonso XIII España fue tirando. Tuvo éxitos en algunos puntos, pero no era suficiente. Tenía todos los defectos inherentes a una monarquía debilitada por el uso. Se instaura la República y hay entusiasmo por cambiar este país, que podía prometer mucho. Hay que fijarse en que la renta per cápita española de 1935 no se igualó hasta los años sesenta, a pesar del bla bla bla y de la propaganda. España era un país bastante preparado por muchas razones. La República se trazó el programa de cambiar la estructura del país y, sobre todo, disminuir el analfabetismo, dar cultura al pueblo, y lo consiguió en alto grado a pesar de que fueron muy pocos los años republicanos».
Una misionera evangélica. «Fuimos cinco hermanos. Mi hermano mayor, Higinio, fue médico en un pueblo de Salamanca. Después vine yo y a continuación tres hermanas: Matilde, Julia y Gloria. Julia murió de muerte natural. Matilde fue catedrática de Latín y es monja de una congregación muy rara que fundó una hija de Torcuato Luca de Tena, el del «ABC», y se llama Misioneras Evangélicas. Van de paisano. Matilde esta jubilada y vive en Salamanca. Y Gloria, soltera, estudió Derecho en Salamanca e hizo oposiciones al Ministerio de Educación, donde fue funcionaria en Madrid. También está jubilada. Mi niñez transcurre en el ambiente de una familia en la que mis abuelos maternos tenían ocho hijos, que salieron todos tremendamente trabajadores y muy inteligentes. No conocí a mi abuelo paterno, que se llamaba León y fue secretario del Juzgado de Madrigal de las Altas Torres. Si conocí a mi abuela paterna, Dorotea, porque yo iba con mucha frecuencia a Madrigal».
Industriales progresistas contra terratenientes. «La familia de mi madre, los Ruipérez, eran, si se quiere, como un clan. Era una familia muy unida y con una fábrica de calzado que antes fue comercio. La fábrica tenía 200 obreros a los que trataban estupendamente, como progresistas liberales que eran en mi familia, que además era poderosa económicamente hablando, porque los negocios habían ido progresando en aquella época de industrialización. Yo me sentía arropado por la familia y entusiasta con aquellas ideas progresistas. Yo asistí a manifestaciones del Frente Popular y había una entidad que se llamaba Sociedad Infantil Republicana, a la que pertenecía. Tenía entonces alrededor de siete años y ya daba algún mitin que otro. Tenía madera política y en uno de esos mítines hablé de que la verdadera enseñanza no era la de los colegios religiosos privados, sino la de los centros públicos, lo cual después se vio que era cierto. Ahora ya no me atrevería a decir nada sobre el particular. Pero también te dabas cuenta de que había otra cosa, que eran los terratenientes. Había la parte industrial progresista y el resto eran los de siempre, los terratenientes, que eran monárquicos y de derechas; los que luego trajeron la rebelión militar, en realidad».
La familia en tres penales. «Cuando llega la Guerra Civil yo era un chaval que iba a cumplir 12 años en septiembre. Y ves que te quedas sin la madre, porque la meten presa. La ciudad de Salamanca queda en zona nacional enseguida, el primer día; y Peñaranda en el primer día y medio. Franco tuvo su primer cuartel general en Salamanca, en el palacio episcopal del obispo Pla y Deniel. A mí Salamanca me parecía una fábrica de curas y en realidad lo era. Hoy día todavía está rodeado por un cinturón de colegios de religiosos con unos edificios impresionantes. A mi madre la detienen hacia noviembre de 1936. Las envidias de Peñaranda actuaron mucho. Era una localidad de unos 5.000 habitantes. En una ciudad como Madrid las envidias se pueden reducir al vecino del quinto, pero cuanto más pequeña es la población? Las encerraron a ella y a su hermana Encarnación; primero en la cárcel de Salamanca, y después, no recuerdo cuándo exactamente, las llevaron a Saturrarán. Otros miembros de la familia también fueron encarcelados. El marido de Encarna estuvo en el penal de Celanova (Orense), y en el penal de Pamplona, en el fuerte de San Cristóbal, un castillo dentro de una especie de volcán, estuvieron todos mis tíos Ruipérez. No fui a visitar a mi madre a la prisión, pero sí a mi tío, en Celanova».
Una pulmonía en Biarritz. «Ella nos escribía cartas, con la censura correspondiente. Mi madre supo digerirlo muy bien porque como tenía vocación didáctica le encargaron enseguida de unas alumnas, las propias compañeras de presidio. Conectó bastante bien con ellas y gracias a eso la mujer fue tirando. Pero sufrió una barbaridad porque mientras tanto su marido las estaba pasando canutas en Francia. Y cuando mi madre salió de la cárcel y llegó a Medina del Campo, en el año 1940, nos encontró de luto. Acababa de morir mi padre y el choque fue terrible. En 1936 Jaén estaba en el bando republicano, pero no era objetivo militar y no le hacían mucho caso. Pasó la guerra como si no hubiera ocurrido nada. Con mi padre estaban en Jaén su hijo mayor, Higinio, y su sobrino, Martín Sánchez Ruipérez, el hermano de Germán. De este Martín diría que es uno de los mejores filólogos de Griego del mundo. En el presente se está quedando ciego el pobre. Están los tres en Jaén y se les suma Amador Ruipérez Domínguez, un tipo estupendo que se había licenciado en Filología Románica en Salamanca. A Amador le dan en el año 1936 una beca para ir a Santander, a la Universidad Menéndez Pelayo, pero viene la guerra y escapa a Francia. Se acuerda entonces de que tiene un tío en Jaén y desde Francia va a refugiarse con ellos. Allí, en Jaén, las autoridades socializaron la oficina de seguros de la Unión y el Fénix. No sé si a mi padre le conservaron el sueldo, pero el negocio cayó porque yo creo que nadie hacía seguros en aquellas condiciones. Mi padre hizo lo que pudo hasta que ya vio que ganaba Franco, y jugándose el tipo se marcharon desde Jaén, primero, a Alicante y allí cogieron el tren por toda la costa hasta Figueras, en la frontera. Se jugaron el tipo porque tuvieron que pasar por algún control. Mi padre era listo y recabó propaganda que enseñaba en esos controles. Ya en París tienen más o menos suerte y van tirando con el dinero que habían metido entre las páginas de unos libros. Y Amador se colocó en la Embajada. Pero llega el año 1939 y comienza la guerra mundial con la toma de París por los alemanes. A mi padre, como a muchos de los españoles que habían huido, le meten en un campo de concentración en el sur de Francia. Allí coge una pulmonía y se muere en 1940. Los últimos días vivió en una pensión de la zona de Biarritz, donde estuvo enterrado muchos años, hasta que en los setenta pudimos traer sus restos a España».
Ocho huérfanos. «Entre unos sucesos y otros, quedamos huérfanos ocho chavales: yo y mis cuatro hermanos y mis tres primos, ocho en total. Nos recogió el abuelo materno, Higinio Ruipérez Rico, que tenía dos hijas aún solteras. Mi abuelo tenía ochenta y tantos años y era el oficial mayor de una oficina de registrador de la propiedad. Ellos tenían dinero por la fábrica de calzado y demás, y nos alojaron. Me causó impresión que los vecinos peñarandinos, amigos de toda la vida, no mostraban lástima por ver a pobres criaturas como nosotros, ni decían que había que lograr que sacaran a nuestras madres de la cárcel. Parecía como si la gente se alegrara del mal ajeno. Liberan a mi madre en 1940 y vuelve a Peñaranda. Se encuentra con que su marido ha muerto. Nos instalamos entonces en nuestra antigua casa. Seguimos con los estudios porque no había otra alternativa. Nos podíamos haber intentado colocar en algo, pero yo ya mostraba ciertas dotes de buen estudiante. No tuvimos ayudas de parientes y demás, y mi madre tenía una pensión que no llegaba. Yo enseguida di clases particulares para contribuir un poco a los gastos familiares. Mi madre, cuando los hijos se casan o se independizan, reingresa en la actividad de maestra, en 1955, y se jubiló como tal. Ella vive el régimen de Franco como los demás, odiándolo por dentro».
Dos carreras en Salamanca. «Yo tenía cursado el primer año de Bachillerato, en Jaén. Seguí los estudios en un resto de Instituto que quedó en Peñaranda, y cuando lo suprimieron tuve que marchar a Salamanca. El Instituto de Salamanca estaba en el ala derecha de un edificio enorme que había sido seminario de los Jesuitas, en el paseo de San Antonio. Después obtengo una beca de los colegios mayores universitarios de Salamanca, la beca de Santiago el Zebedeo, que era de unas seis pesetas diarias; y si tenías un buen expediente te la ampliaban para el doctorado. Estudio dos carreras: Químicas y Físico-Químicas, y casi Matemáticas, porque Físico-Químicas tenía dos años comunes con Exactas. Había la carrera de Físico-Químicas, y la de Físico-Matemáticas, etcétera, es decir, mucha más variedad que ahora. Después de acabar estos estudios me dieron una beca mayor para hacer el doctorado en Madrid, que era el único lugar donde podía hacerse, ya que estaba todo centralizado».
La ciudad dorada y los habitantes doctos. «Soy un enamorado de Salamanca, no puedo evitarlo. No es que Oviedo me entristezca; es que los otoños salmantinos hay que vivirlos. Es una ciudad auténticamente dorada. No es una falacia. Cuando le da el sol poniente, arranca reflejos dorados debido a que la piedra berroqueña, unas areniscas, tiene dentro nódulos de hierro ferroso. Entonces entra el oxígeno y los oxida a férrico; todos los compuesto férricos son rojos y los iones rojos van avanzando hacia adelante y van precipitando en anillos que es lo que sale al final, cuando el corte de esferas con planos da unos anillos que se llaman anillos de Lisserant. Hay estos anillos en las piedras areniscas de un portal que hay junto a la Catedral de Oviedo. Y este fenómeno en el monasterio de Leire es fantástico. Salamanca es divina yo no sé cómo la gente no se va a vivir allí. Tiene el inconveniente de que los salmantinos somos muy doctos. A ti te coge un salmantino y te suelta la lección, y además te da golpecitos con el dedo».
León Garzón Ruipérez nace en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), el 28 de septiembre de 1924. Es hijo de Leonor, maestra nacional, y de Francisco, gerente de seguros. Obtiene en Salamanca las licenciaturas en Físico-Químicas y Químicas, en 1948, y el doctorado en 1957. Será profesor adjunto en la Universidad de Salamanca y catedrático de Instituto en Ponferrada. Se traslada a Asturias y se establece definitivamente en Oviedo. Será sucesivamente catedrático del Instituto Alfonso II, profesor adjunto de la Universidad y, desde 1970, catedrático de Energía Nuclear en la Escuela de Minas. Entre su publicaciones destacan «El origen de la vida»; «Hechos y fenómenos (reflexiones en torno a algunas cuestiones de física)»; «Historia de la materia: del big bang al origen de la vida»; «El radón y sus riesgos»; «De Mendeleiev a los superelementos: un estudio crítico de la ley periódica y una formulación de su estructura», o «Radiactividad y medio ambiente».
«Soy un ateo convencido»
«Lo que puede hacer una persona es pasarlo lo mejor posible, y sin hacer daño; ayuda oír música o investigar»
León Garzón, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA.
LUISMA MURIAS Gijón, J. MORÁN
León Garzón Ruipérez, de 85 años y catedrático emérito de la Universidad de Oviedo, finaliza el recorrido por sus «Memorias» con el repaso de vicisitudes como su actividad política en el Ayuntamiento ovetense o el recuento de sus convicciones vitales.
Pluriempleo académico. «A la vez que era catedrático del Instituto Alfonso II di el paso a la Universidad de Oviedo. Yo había tenido un expediente universitario muy bueno, pero no lo utilicé adecuadamente porque creía que estaba marcado. Vi que muchos de mis compañeros que tenían peor expediente se colocaban en la Junta de Energía Nuclear, que era mi sueño, pero yo no me atrevía ni a solicitarlo por ser de una familia no adepta al régimen. Pero obtuve una plaza en la Escuela de Minas, cuando se estaba creando, a finales de los años cincuenta. Arsuaga era el director de la Escuela de Minas de Madrid, que fue la hermana mayor de la Escuela de Oviedo, y me dio un puesto de profesor de Física. Entonces lo que se estilaba era el pluriempleo, porque te pagaban cuatro perras por cada empleo y tenías que sumar varios. Yo ya había sido adjunto por oposición en Salamanca, y en cuanto hubo aquí una vacante hice las oposiciones y entré de adjunto en la Facultad de Ciencias».
La bomba en Monte La Reina. «Y así hasta 1970, cuando obtuve la plaza de catedrático de Energía Nuclear en Minas. Me dediqué de lleno y con entusiasmo a estudiar cuestiones de energía nuclear. Tiempo atrás, en los años en los que había hecho la milicia universitaria, fui a los campamentos de verano de Monte la Reina, al lado del Duero, en un encinar lleno de polvo y con mucho calor. Debió de ser en el segundo verano cuando yo les expliqué a mis compañeros la teoría de la bomba atómica. Había comprado en Salamanca, en la librería Cervantes, algunos libros de Gamov en los que ya explicaba los fundamentos de la bomba atómica. Y estando en Monte la Reina, en julio de 1945, es cuando se hizo la primera prueba de la bomba atómica, en Álamogordo, USA. Mi maestro en Salamanca, Nogareda, había bebido directamente las cuestiones nucleares porque había estado en Cambridge haciendo la tesis sobre reacciones químicas y conoció a investigadores como Rutherford, por ejemplo. Nogareda nos contaba de primera mano todo aquello y eso contribuyó a que yo tuviera una formación un poco superior».
Hacia una idea del Universo. «En Asturias me encontré con Gustavo Bueno, que llegó a Oviedo el mismo año y que venía de Salamanca. Su mujer también es de Salamanca, y su familia era vecina de la mía. Más o menos, Bueno y yo teníamos conocimiento mutuo y a él le gustaba preguntar a la gente sobre sus disciplinas. Hablábamos de aspectos más bien filosóficos de la Física, sobre todo, y por ahí nos hicimos amigos. Yo lamento que haya desaparecido esa amistad y creo que él ha cambiado de pensamiento. Bueno me preguntaba por cosas de Física y me ofrecía lecturas. Al final, efectivamente, adquirí un poco de cultura filosófica y empecé a ver claro cuestiones que nadie me había explicado antes. Después profundicé en cuestiones de Astrofísica y todo junto contribuyó a que yo tuviera una imagen mucho más clara del mundo y del Universo. Hoy soy un ateo convencido; no me importa decirlo, aunque tampoco me gusta pregonarlo. Y puedo discutir sin acaloramientos con cualquiera que esté dispuesto a ser coherente con sus ideas. Me ocurrió una vez con Barluenga, que somos muy amigos, y como todos los aragoneses es muy cuadriculado. En una ocasión habló en la Universidad (debió de ser en una apertura de curso) de la vida y estas cosas. Él es catedrático de Química Orgánica y su nivel se puede homologar con cualquier gran investigador de cualquier país. Debe tener más de 300 trabajos de investigación. En aquella conferencia habló de la materia y también del alma. "Oiga, ¿y el alma qué estructura tiene", le pregunté después».
Retirado por la izquierda. «Cuando la izquierda comenzó a gobernar en España, tras la transición, y llegó el momento de revitalizar el sistema, tampoco lo hizo como merecía, y quizá contribuyó a empeorarlo más. Por ejemplo, cuando decidieron jubilar cinco años antes a los catedráticos, pensando que todos ellos eran de derechas. Pues no señor: había quienes no eran de derechas y aquello fue más bien un arreglo entre amigos para crear puestos destinados a ellos mismos. Y había muchos catedráticos que ni muchísimo menos éramos partidarios del régimen anterior, y sin embargo, pues para todos café con leche, y nos retiraron robándonos cinco años de nuestros derechos».
Luces para el Sagrado Corazón. «Mi etapa política fue muy interesante, pero poco participativa. Antonio Masip había cumplido dos mandatos en el Ayuntamiento de Oviedo y fue a por el tercero. Se enteró de que existía Garzón y me llamó. Yo era un concejal más en la oposición y no tenía ningún cargo, ni me interesaba tampoco. Tuve pocas actuaciones, pero voy a contar una. Resulta que en el Naranco, lo mismo que en Río de Janeiro y en muchos lugares de España, hay un Sagrado Corazón de Jesús. Se trataba de habilitar unos fondos para iluminarlo en la comisión en la que yo estaba. Yo tenía las ideas claras y dije: "Miren ustedes, ¿no saben que en el año 1936 los milicianos de la República fusilaron a un Sagrado Corazón, el más emblemático de toda España, que estaba en el Cerro de los Ángeles? Pues ese fusilamiento no fue una extravagancia, sino que hay que interpretarlo como la respuesta a una situación que había venido operando desde hacía mucho tiempo: el dominio de la Iglesia católica en España". Y añadí: "Si ustedes quieren que volvamos a las andadas pongan ahí la luz y entonces vendrán después otros a fusilarlo. Es mejor no hacerlo, aparte de que es dar prioridad al símbolo de una religión de las muchas que hay". Como ellos tenían mayoría, se votó y se iluminó el Cristo del Naranco».
Gabino, de alumno a alcalde. «Era el primer mandato de Gabino de Lorenzo, que intentó cambiarme el pensamiento, pero se lo rechacé. Gabino fue alumno mío también, en Minas, y nos llevábamos bastante bien, pero, claro, una vez que él alcanzó la Alcaldía... En el momento en que das poder a una persona, el ascenso hace que mire a los demás de otro modo. Pensó que a mí me podía aplicar la norma que él suele aplicar a la gente. Es muy listo y sabe, como dicen los franceses, dónde le aprieta el zapato a cada uno, y sabe comprar. Hemos visto tanto que ya no se rasga uno las vestiduras».
En busca de experiencias. «La etapa en el Ayuntamiento la considero como una experiencia más, y siempre me ha gustado tener experiencias. Cuando explotó el polvorín de Peñaranda, que fue uno de los hitos de mi vida, vi perfectamente con mis ojos la bola de fuego. Fue el 9 de julio de 1939, a las once y media de la mañana. Explotó el polvorín de la estación de Peñaranda, con 300.000 kilos o más de trilita y explosivos, que destruyeron prácticamente todo el pueblo. Y allí estaba yo, bastante cerca del punto cero, y aquello fue una especie de absorción, primero, y después una serie de truenos y la caída de piedras y de material incendiado en los campos que atravesábamos despavoridos. Yo dije: "Mañana salimos en el periódico", y tanto es así que lo reflejó hasta la prensa extranjera. Quería tener experiencias vitales y cuando de chaval estudiaba en Salamanca yo lo que quería es que bombardearan de una vez, porque mucha sirena, pero nunca llegaban los aviones. Hasta que un día por la tarde sonó la sirena y miré hacia arriba: vi tres o cuatro aviones plateados, hermosos. Era un día de enero, con sol. Nos metimos en los sótanos del Instituto y cayó una bomba. Hay una churrería en Salamanca, cerca de la plaza Mayor, que se llama La Bomba. Fui a casa muerto de miedo, porque llegaron las bombas, y algunos muertos, y unos agujeros tremendos».
¿Tiene esto sentido? «La ciencia es una herramienta como otra cualquiera. Una herramienta que utiliza la sociedad y ni la sociedad ha madurado ni tampoco esta herramienta. La ciencia tiene que ser coherente y estar libre de misticismo, de magias, de cábalas. Es un proceso humano influido por el ambiente y la filosofía dominante en el momento. Considero que lo que llamamos seres vivos son lo mismo que lo que llamamos inertes, producto de la evolución del Universo. Lo primario son las fuerzas. Si tú conoces la naturaleza de la fuerza, lo tienes todo. La fuerza, y la materia: todo eso empieza a actuar de manera económica y llega a dar todo lo que vemos, lo inorgánico y lo orgánico. Nosotros hemos llegado hasta aquí, hasta un cerebro que es el mayor de todos. La naturaleza ha evolucionado y ha elegido los mecanismos más sencillos para llegar al producto más elaborado, que es el ser vivo. El cerebro humano sería la apoteosis, la cumbre, el final. El final... bueno, posiblemente. ¿Para qué estamos aquí? Para formar parte de la sociedad correspondiente y el asunto es que no podemos dejar de ser lo que somos: animales, pero unos animales que hemos llamado racionales, porque saben distinguir cuestiones que otros animales no entienden. Y lo principal quizás es la comunicación, el lenguaje... y la música, que es interesantísima, ya que es lo más tardío como producto del hombre. ¿Y nuestro destino? ¿Tiene esto sentido? Lo que puede hacer una persona aquí es pasarlo lo mejor posible, y sin hacer daño. Y hay artefactos que pueden ayudar, por ejemplo, oír música, o investigar. La actividad intelectual es un elemento para hacernos más fácil la travesía de este desierto. Tenemos que saber de dónde venimos, qué es los que vamos a hacer y a dónde vamos. A mis 85 años sigo trabajando intelectualmente y publicando».
Fuente:
http://www.lne.es/siglo-xxi/2010/01/09/7-anos-1935-di-mitin-ensenanza-colegios-religiosos/855175.html
http://www.lne.es/siglo-xxi/2010/01/03/habia-parte-industrial-progresista-resto-terratenientes-trajeron-rebelion-militar-quimica-vida/855176.html
http://www.lne.es/asturias/2010/01/05/ateo-convencido/855741.html
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