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8 abr 2015

El silencio de una habitación de



El silencio de una habitación de matrimonio, cuando uno de los dos ocupantes duerme y el otro le contempla, está lleno de sonidos.
Voces.
A veces todavía escuchaba la de Quimera.
- Quién lo iba a decir de ti, a tus años, que tendrías una segunda oportunidad.
Feliz.
Feliz hasta la guerra, el cáncer...
No somos mas que dos mitades que se necesitan.-
Miró la forma joven y suave de Patro.
- No seas to todo. Ya sabes que me alegro.
- Sí, lo sé.
Pero aveces, en la cama, antes de abrir los ojos, pese a todo, deseaba volver strád, encontrarse en su piso de la calle Córcega, con su esposa a su lado, cuando la vida era simple y él iba a trabajar, a perseguir chorizos en una Barcelona todavía luminosa y libre.
Chorizos y algún que otro verdadero asesino.
La ciudad estaba ahora llena de ellos, caminando impunemente por las calles, vistiendo los uniformes de la victoria mientras ellos, los derrotados, se desvanecían con el tiempo, unos muertos, otros exiliados, los más callados.
Siguió mirando a Patro.
Su insultante juventud, su belleza pura, la curva de su cuerpo bajo la manta otoñal.
Dormía con la cabeza vuelta hacia él, sobre el lado derecho, con una mano bajo la almohada y la otra, la izquierda, extendida y con la palma abierta. Parecía pedir algo. Parecía pedir una limosna.
A veces también despertaba creyendo que seguía en el Valle de los Caídos. Lo hacía de golpe, envuelto en sudor, agarrotado, con el miedo fluyendo por su ser. Si era de noche, la oscuridad le golpeaba. Entonces extendía el brazo y rozaba a Patro, sentía su calor, acariciaba su piel desnuda. Se tranquilizaba, atemperaba los latidos de su corazón y volvía a dormirse en paz.
En paz.
Extraña palabra.
Por eso, al clarear el día, la contemplaba en la penumbra, blanca, espectral, absorbiendo su imagen, preguntándose qué clase de suerte era la suya o qué milagro había merecido que vivir la última parte de su vida al lado de alguien como ella.
Porque sin Patro estaría muerto.
Le pasó una mano por el pelo, apartándolo de su rostro, dejando libre la rotundidad de sus facciones llenas de dulce pureza, las cejas espesas, las pestañas largas, la nariz recta, los labios carnosos, el mentón...
Dormía desnuda.
[...]
Cinco días de octubre
Jordi Sierra i Fabra

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