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15 jul 2015

La gloria del que insulta






De la catáfora al insulto
ABC, 15-07-15, Luis Del Val 

Hace unos años, almorzando con Matías Prats Cañete (padre de Matías) y una tercera persona, nos contaba esta que, en un Ateneo de provincias, en el año 76, un señor sentado en la primera fila, nada más comenzar a hablar el conferenciante, le interrumpió para saber cuando tendría lugar la controversia. El presidente del Ateneo, que presidía también el acto, le indicó que el coloquio tendría lugar al final de la conferencia. Como el disertante se alargaba, el señor volvió a interrumpir para conocer el inicio de la "controversia". Volvió a informarle el presidente que al final de la conferencia, y continuó el orador. Al final, el presidentes se dirigió al impaciente oyente y le explicó que se iniciaba el coloquio, y que le concedía la palabra. "¿Ya ha comenzado la controversia?", quiso asegurarse el rebelde.  Y cuando le indicaron que sí, que empezaba el coloquio, dijo alto y claro, dirigiéndose al conferenciante: "Me cago en su padre". Se levantó y se marchó".







Creo que hemos llegado ya, o estamos a punto de llegar, a la controversia., en su término más corrupto, y que la ausencia de argumenta río y la orfandad de ideas se resuelven con el insulto. El insulto posee la enorme ventaja de que evita "la perniciosa idea de pensar". Cualquiera sirve para insultar como cualquiera sirve para enterrar a los muertos, ya lo decía León Felipe. En la España de la postguerra oí de niño referirse a un hombre como un "jodido rojo". Era el lenguaje de los vencedores salvajes e incultos. Hoy, en esos movimientos pendulares que tanto florecen en Españs, los salvajes de izquierda, cuando alguien no está de acuerdo con sus propuestas, le llaman fascista. Y no hay que pensar. Ni leer. Basta con la convicción maniquíes y destructiva de que los que no piensen como yo deben ser eliminados. Primero, socialmente. Luego, ya veremos si construimos las condiciones objetivas para una eliminación más eficaz y contundente.

Hemos de reconocer que hemos dado un gran salto. Hace 2.300 años Demóstenes alcanzaba las cumbres de la Retórica, así lo reconocieron sus coetáneos como las personas que estudiaron sus discursos después de fallecido. Hoy hemos simplificado mucho, y baste que un señor se levante y se cague en el padre del conferenciante para alcanzar las cumbres de la Retórica. Nos ha costado bastantes años, pero de la catáfora hemos llegado al insulto, que se puede ejercer sin necesidad de engorrosos estudios.

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