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29 ago 2014

La infidelidad de mi padre.




Cuando un día volví para comer después de un paseo bastante largo, me enteré con asombro de que comería solo, que mi padre se había marchado y que mi madre estaba indispuesta. No quería comer y se había encerrado en su dormitorio. Por la cara de la servidumbre intuí que algo extraordinario había sucedido. No me atrevía a preguntar, pero tenía un amigo, el joven cocinero Felipe- muy aficionado a los versos y que tocaba muy bien la guitarra-, a quien me dirigí. Por él supe que se había producido una disputa terrible entre mis padres (en la habitación de la servidumbre femenina se oía todo, hasta la última palabra; gran parte de la conversación fue en francés, pero (María), la doncella de mi madre, había vivido cinco años con una modista en París y lo comprendía todo); que mi madre había acusado a mi padre de infidelidad, de relacionarse con la señorita vecina, y que mi padre intentó primero justificarse y luego no se pudo contener y a su vez pronunció no sé qué palabras muy crueles (parece que sobre su edad), por lo que mi madre se puso a llorar. Supe que mi madre habló de una letra de cambio extendida a favor de la vieja princesa, según decía, y que habló muy mal de ella y también de la joven señorita, y que entonces mi padre hasta la amenazó.
-Y toda esta situación- seguía Felipe- ha sido ocasionada por una carta anónima. No se sabe quién la ha escrito. Si no es así, ¿cómo hubiesen podido salir a la luz del sol cosas como éstas, si no hay razón para ello?
- Pero, ¿es que ha habido algo?- dije con dificultad, sintiendo que las manos y los pies se me helaban y que algo en mi pecho empezaba a temblar.
Felipe hizo un guiño significativo.
Sí. Eso no hay manera de ocultarlo. ¡Cuidado que ha sido su padre cauteloso esta vez, pero siempre hay que encargar un coche o lo que sea...! No se puede prescindir en estos casos de la gente. Maria, la doncella de mi madre, había vivido cinco años con una modista en París y lo comprendía todo); que mi madre había acusado a mi padre de infidelidad, de relacionarse con la señorita vecina, y que mi padre intentó primero justificarse y luego no se pudo contener y a su vez pronunció no sé qué palabras muy crueles (parece que sobre su edad), por lo que mi madre se puso a llorar. Supe que mi madre habló de una letra de cambio extendida a favor de la vieja princesa, según decía, y que habló muy mal de ella y también de la joven señorita, y que entonces mi padre hasta la amenazó.
-Y toda esta situación- seguía Felipe- ha sido ocasionada por una carta anónima. No se sabe quién la ha escrito. Si no es así, ¿cómo hubiesen podido salir a la luz del sol cosas como éstas, si no hay razón para ello?
- Pero, ¿es que ha habido algo?- dije con dificultad, sintiendo que las manos y los pies se me helaban y que algo en mi pecho empezaba a temblar.
Felipe hizo un guiño significativo.
Sí. Eso no hay manera de ocultarlo. ¡Cuidado que ha sido su padre cauteloso esta vez, pero siempre hay que encargar un coche o lo que sea...! No se puede prescindir en estos casos de la...

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