“Mi objetivo es tener un Estado palestino”
Se dispone a estrenarse como jefa de la diplomacia europea con un viaje a Oriente Próximo
Consciente de que forjar esa voz europea requiere buenas dosis de proyección pública, Mogherini se estrenó el lunes en el cargo con una larga entrevista a seis diarios europeos, entre ellos EL PAÍS. “Es lo primero que hago hoy”, explica en su nuevo despacho, cuyo único adorno se limita, por el momento, a un ramo de flores. Todo el equipo de la Comisión Europea capitaneado por Jean-Claude Juncker —y la alta representante como figura a medio camino entre el Ejecutivo y las capitales— tomó el relevo el pasado sábado.
La jefa de la diplomacia cree que puede marcar una diferencia en la política europea hacia Oriente Próximo. Sin referirse a su antecesora, Catherine Ashton, Mogherini transmite voluntad de reformular por completo el perfil de su cargo. “Por primera vez siento que hay una necesidad de que la Unión Europea esté presente allí para que haya avances. Puede que no haya sido así en el pasado, pero la política exterior europea tiene ahí un enorme potencial y es uno de los ámbitos en los que puede ser fácil hablar con una sola voz”.
Los sucesivos fracasos que han obtenido las políticas de paz en la región han impulsado a algunos países a trascender las directrices comunitarias. Suecia se convirtió la semana pasada en el primer país de la UE que reconoce a Palestina como Estado. Pocos días antes, el Parlamento británico y el Senado irlandés habían pedido lo mismo a sus primeros ministros. Mogherini no esconde sus preferencias, pero resta importancia al gesto del reconocimiento. A la pregunta de si aspira a lograr ese reconocimiento en sus cinco años de mandato, responde: “Mi objetivo sería tener un Estado palestino”.
Para ilustrarlo, utiliza la metáfora del dedo que señala la luna: se puede contemplar el dedo, pero lo importante es dirigir la mirada hacia la luna. “Lo interesante no es cuántos Estados habrán reconocido a Palestina en los próximos años, sino si en cinco años tendremos un Estado palestino. Todo lo que sea útil para ese objetivo puede ayudar, pero lo que tenemos que preguntarnos es cómo alcanzar la luna”. Esta socialdemócrata italiana, que hizo su tesis sobre la relación entre política y religión en el islam, reconoce cierto agotamiento en la opinión pública europea por la falta de avances en Oriente Próximo. La UE es el principal donante en la región, pero su influencia es limitada. “Puede haber una sensación de frustración entre los contribuyentes europeos, en especial en tiempos de crisis. No se puede ser contribuyente sin ser actor político”, admite.
El nuevo rostro de la política exterior europea responde con seguridad y aplomo a las preguntas que The Guardian, Süddeutsche Zeitung, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza y EL PAÍS le plantean durante hora y media. Sin papeles por delante, recurre a la sonrisa cuando detecta algún apuro en sus respuestas y despacha el escepticismo sobre los logros que puede alcanzar proclamando: “Soy una optimista”.
Para no minar ese optimismo, Mogherini elude la cuestión más directa sobre la amenaza que impone el Estado Islámico en Oriente Próximo y opta por enmarcarla en la situación general que vive la región, “probablemente la más difícil que ha experimentado nunca si tenemos en cuenta lo que ocurre en Siria, Irak, Líbano, Egipto, Libia...”. Reconoce, eso sí, que la ofensiva del Estado Islámico marca un antes y un después en el mundo árabe.
Aunque su primer viaje como vicepresidenta europea la lleve a Tel Aviv, Jerusalén, Gaza y Ramala durante poco más de dos días, Mogherini sitúa en el mismo escalafón de importancia la crisis de Rusia y Ucrania. En esas dos áreas sitúa las prioridades de su mandato, para el que fue insistentemente impulsada por el primer ministro italiano, Matteo Renzi, que en febrero de este año la nombró titular de Exteriores y en agosto ya logró el aval de los Estados miembros —pese a las reticencias de algunos de ellos— a su puesto comunitario.
Las primeras críticas aludían a su juventud (tiene 41 años, aunque acumula una larga experiencia en políticas relacionadas con la UE). No obstante, fue precisamente la actitud de tibieza hacia Rusia lo que le procuró numerosas enemistades en el Este europeo, muy fortalecido en el reparto de cargos europeos para esta legislatura. Italia ha sido, junto con España, el país más renuente a castigar económicamente a Moscú por su papel en el conflicto en Ucrania.
Mogherini ha tratado de revertir esa imagen desde que fue elegida para dirigir la diplomacia europea, y ahora admite que la actuación del presidente ruso, Vladímir Putin, pone en peligro los frágiles acuerdos políticos alcanzados el pasado 5 de septiembre, que propiciaron una tregua imperfecta en el este de Ucrania. “Aunque Rusia solo ha hablado de respeto por las llamadas elecciones [que han celebrado los separatistas en el este], no es una señal muy alentadora. No nos ponemos una venda en los ojos. Puede haber consecuencias políticas en las próximas semanas; tenemos que evaluar la situación con los ministros de Exteriores”, concede, en referencia a la validez que otorga Europa a esos acuerdos entre rusos y ucranios firmados en Minsk (Bielorrusia).
Aun así, Mogherini pide no dar por enterrado el proceso. “Todavía creo que hay voluntad política suficiente. Al menos en el lado ucranio. Y tenemos que ver también si en el lado ruso”. Para ello, la alta representante asegura que intentará contactar en los próximos días con Putin, cuya principal —y casi única— interlocutora en este conflicto ha sido la canciller alemana, Angela Merkel. Sobre el mayor castigo que la UE ha infligido a Rusia, las sanciones económicas que se aplican desde julio, la italiana prefiere no dar muchas pistas: pueden mantenerse, relajarse o endurecerse en función de lo que ocurra en el terreno.
Ninguno de los dossieres que la alta representante recibirá en su mesa resultarán sencillos, ni siquiera el que implica tratar conEstados Unidos, “el socio más relevante para la UE”. Mogherini supervisará el acuerdo de libre comercio que Bruselas negocia desde hace meses con Washington, con una creciente oposición en las opiniones públicas de ambos bloques. “Es crucial firmarlo, por razones políticas y económicas”, proclama la alta representante, que confía en ver el acuerdo ratificado bajo la Administración de Barack Obama.
El difícil reto de la inmigración
LUCÍA ABELLÁN | BRUSELAS
La inmigración es uno de los desafíos que pone a los líderes europeos contra las cuerdas: si la abordan sin prejuicios, corren el riesgo de ser rechazados por la opinión pública; si desatienden a los países más desfavorecidos, el problema se hace cada vez mayor. Federica Mogherini sabe que los movimientos migratorios tienen implicaciones para la política de fronteras, pero urge a ofrecer otra aproximación: “A largo plazo, son necesarias políticas de desarrollo; o consigues que los habitantes de esos países tengan una vida sostenible o siempre habrá que hacer frente a grandes flujos de inmigrantes, por motivos económicos o de derechos humanos”.
La nueva alta representante para la Política Exterior Europea tiene muy presente la experiencia de su propio país. Tras los naufragios vividos cerca de la isla de Lampedusa hace un año, con cientos de extranjeros que intentaban llegar a la UE fallecidos por el camino, Mogherini aboga más que nunca por una gestión europea de los flujos migratorios. “Puede que por razones internas y de comunicación no queramos reconocerlo, pero entonces tendremos que afrontar las consecuencias. Lo vemos en el Mediterráneo. Es mejor ir a la raíz del problema: es más barato y más eficaz. Tenemos que encontrar el tiempo y la energía para hacer de esto un discurso europeo”.
Más que falta de tiempo, Mogherini encontrará resistencias en los Estados miembros, que por un lado reducen sus presupuestos de cooperación para ahorrar y por otro dedican más dinero a fortificar sus fronteras, como ha hecho España en Ceuta y Melilla.
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