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3 nov 2014

Muertes de perro

Estaba al despertar recordando el motivo por el cual me acerqué a Barcelona. 

Muertes de perro
Francisco Ayala


Estamos demasiado acostumbrados hoy día a ver en el cine revoluciones, guerras, asaltos y asonadas, todas esas espectaculares violencias, en fin, donde la bestia humana ruge; pero quien sólo en el cine las haya visto mal podrá —pienso yo— imaginarse la sencillez estupenda con que en la realidad se desenvuelven cuando por desgracia le toca a uno —como a mí, ahora— presenciarlas de veras. Transcurrido el tiempo, acontecimientos tales serán sin duda admiración de las generaciones nuevas; y el que los ha vivido pasará a sus ojos, sin otro motivo, por un héroe. En cuanto a mí, desde luego renuncio a semejante gloria, y me aplico a preparar este relato con el desengaño de la pura verdad. Instalado siempre en mi sillón de ruedas, testigo de tanto y tan cruel desorden, aquí estoy, en medio del torbellino, sin que hasta el momento nadie me haya molestado. Si mi invalidez sigue valiéndome, si acaso no se le ocurre todavía a algún mala sangre divertirse a costa de este pobre tullido y meterme de un empujón en la grotesca danza de la muerte, es muy probable que lleguemos al final, y pueda contarlo…

Porque esto ha de tener un final; y será menester que alguien lo cuente. Mientras tanto, mi nulidad me preserva. De mí, ¿quién va a ocuparse? Y hasta me sobra el tiempo y el sosiego para observar, inquirir, enterarme, averiguarlo todo, e incluso para hacer acopio de documentos; sí, juntar los papeles sobre cuyo valor documental habrá de fundarse luego la historia de este turbulento período. Por supuesto, no voy a alardear de tal servicio, ni es tampoco gran mérito dedicarme a recogerlos y coleccionarlos; pues ¿en qué mejor cosa podría ocuparme? Vástago de una familia de escribas, y clavado por añadidura a este sillón desde los días ya bastante remotos de la adolescencia, a mí me corresponde por derecho propio esta sedentaria tarea, cuando todos se afanan por matarse unos a otros. Cada cual a lo suyo, digo yo; y en esto no hay alarde, antes al contrario… Cierto es, lo sé bien, que mi condición no constituiría impedimento mayor para quien gustase de participar en las luchas de su tiempo; y no digamos, si por ventura poseía el genio de la política: ahí tenemos, no tan lejano, el caso de Roosevelt como ejemplo y espejo de paralíticos activos; y aun sin irse a lo alto, ¿acaso este viejo Olóriz, lisiado ya y no menos impedido que yo, medio imbécil de senilidad, no es quien está, en cierto modo, dirigiendo ahora entre nosotros, con su mano temblona, la horrible zarabanda? ¿No es él quien decreta... 

1 comentario:

  1. Hola Augusto: El otro dìa le escribì, pero cuando luego cuando quise mirar como me habìa, quedado despuès de enviarlo , ya no habìa nada escrito , sòlo constaba mi nombre, no sè si a usted le llegò o no .Le contaba cosas mias , porque como no me dejan ò tal vez sea usted el que no quiere que pase a verlo, pues aprovecho, cuando me armo de valor y me arriesgo a escribirle ,sin saber si le agrada o no,y contarle cosas que me suceden , pero en èsta ocasiòn quiero preguntarle como se encuentra usted, lo de la silla de ruedas que leì , se refiere a su persona , me gustaria tanto, tener una conversaciòn con usted , es tan gratificante y agradable oirle hablar ,yo en mis oraciones, siempre pido a Dios que le de mucha salud , pero me temo, que no tengo vara alta con nuestro Señor.Si alguna vez le apetece , que hablemos un rato , bueno supongo, que tendrà personas màs interesantes que yo, pero no con màs ganas .Un saludo muy afectuoso y no me niegue su amistad, sabe que yo le tengo gran cariño y muchisima admiraciòn.Hasta que usted quiera y se lo dice una persona que sale de casa 15 minutos diarios, alrededor de casa a sacar al perro .

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