Como en un buen espectáculo de magia, hay dos maneras de afrontar este libro: la primera es dejarse llevar y disfrutarlo sin más; la segunda es escrutar atento cada movimiento de manos, cada pliegue de la ropa en busca de ese truco que sabes que está, pero que no encuentras. El problema es que algunos no podemos evitar hacerlo de ambas maneras. Aunque —no teman— el efecto es el mismo: el asombro, el aplauso final.
La habitación de Nona es un libro rico y chispeante que trastoca y sorprende, que tensa la distancia entre lo que queremos y lo que tenemos, entre lo que tememos y la realidad. El regreso de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) a su medio natural, el cuento, después del silencio en el que la sepultó la muerte de su marido y del que solo salió momentáneamente y con seudónimo, es una buena noticia para la literatura española. Lo hace con soltura, espolvoreando dosis contenidas de misterio y desconcierto, de ternura y crudeza, y jugando al despiste con tal profusión de magia que, sin parecerlo, le da siempre la vuelta (o las vueltas) al planteamiento. ¿En qué momento lo hizo, en qué párrafo, en qué palabra, en qué letra? No se sabe.
Como a un buen mago, hay ganas de preguntarle: “¿Cuál es el truco?”.
Pero es demasiado pronto, demasiado obvio, ella nunca lo revelará. Por eso empezaremos por el principio, o al menos por un buen principio: Edgar Allan Poe.
PREGUNTA. Allan Poe consideraba el cuento un buen género para crear y transmitir un sentimiento, una “unidad de efecto” en el lector. ¿Y usted? ¿Qué es para usted el cuento?
RESPUESTA. Yo ya no lo sé (ríe), me siento como el conductor que va metiendo marchas sin pensar, pero el cuento tiene mucho de misterio y es a la vez un género misterioso por excelencia. El lenguaje del cuento es como el de la tribu de los wasi-wanos de mi libro: tiene tanta importancia lo que se dice como lo que se oculta.
P. ¿Se siente miembro de una secta?
R. Sí, miembro de una hermandad, y eso me gusta. Es un género no despreciado, pero sí desconocido. Mucha gente cree que es un meritoriaje, como el corto que haces mientras esperas la oportunidad de hacer el largo, pero no es así. Me fascina.
P. ¿Por qué ha costado tanto en España, frente a la tradición en toda América?
R. Ha costado, aunque tenemos maestros excelentes como Emilia Pardo Bazán, por ejemplo. Ahora se ha vencido bastante este prejuicio y el cuento renace, ha despertado.
Cristina Fernández Cubas nos recibe en un hotel de Barcelona para hablar de La habitación de Nona (Tusquets), su primer libro de cuentos tras la recopilación que publicó en 2008. Por el camino abandonó el género, su género, creó un alter ego y publicó una novela en 2013.
P. ¿Infidelidad?
R. Había escrito un par de novelas anteriormente, pero esta vez me inventé un nombre, extranjericé mi apellido (Fernández Cubas se volvió Fernanda Kubbs) y cambié de registro. Lo necesitaba porque rompía la verosimilitud que guardo siempre en mis cuentos. La narradora se ve encerrada en una bola de vidente. Era una propuesta totalmente distinta y entendí que si firmaba con mi nombre iba a confundir a los lectores. Debía decirles: cuidado, soy yo, pero vamos por otro camino, y por eso firmo Fernanda Kubbs. La verosimilitud es de Cristina y, como tal, cuanto más raro es lo que quieres contar, más verosímil tiene que parecer.
P. En ese momento estaba superando la muerte de su marido (Carlos Trías, fallecido en 2007) y dejó los cuentos. ¿Con La habitación de Nona podemos creer que ha vuelto a su lugar?
R. He vuelto, creo que he vuelto, he vuelto. Estuve mucho tiempo sin escribir cuentos, ni poder leer, ni cuentos, ni nada, no podía retener. Le ocurre a mucha gente que sufre una pérdida, no es un caso único, y por eso le tengo tanta simpatía a Fernanda Kubbs, porque me permitió salir de esa bola de cristal en la que yo estaba metida y meterme en otra, una de ficción. Tras acabar esa novela supe que podía volver.
Sobre el papel las cosas nunca son como uno habría imaginado. Has dado la palabra a un personaje y la utiliza. Es una aventura
Fernández Cubas suele decir que cada cuento sigue un impulso diferente y que cada libro de cuentos es una unidad, una especie de buque en el que cada viajero puede entrar por proa o por popa, colocarse en un puente o a estribor, pero el autor es siempre el responsable de estabilizar la nave. Su nuevo buque lleva un rumbo claro: los buenos siempre podemos ser malos; los cuerdos, locos, y la cámara, ¡alehop!, acaba enfocando algo que no parecía estar ahí. Dos de los relatos además dialogan de tal forma entre sí que el eco de ese juego acaba reverberando largo rato en la memoria del lector.
P. ¿Cuál fue el impulso aquí?
R. Cada cuento es muy distinto del otro, pero hay algunas ventanas y pasadizos secretos, como habitaciones distintas de la misma posada. El impulso de Hablar con viejas, por ejemplo, es algo que me pasó a mí. Cruzaba la calle París y una viejecita muy amable vestida de flores me dijo: “Niñaaa, es usted tan amaaable de ayudarme a cruzar? [arrastra la a como si leyera un Hansel y Gretel barcelonés]. Es que no distingo los semáforos…”. Me agarró muy fuerte, la acompañé, y en su portal me invitó: “Yo vivo aquí. ¿Quieres subir a tomar algo?”. Yo no subí a aquella casa, pero subí escribiendo y cedí el paso a la joven del cuento que sube, no diré más. Lo inesperado acecha en cada esquina, y por qué no en una casa del Ensanche.
P. ¿Todo bueno alberga un malo en su interior?
R. Nadie lo es todo. Nadie es completamente bueno ni completamente malo, hay grises. Y luego están las circunstancias. En una situación normal, si interviene un elemento ajeno que enrarece la atmósfera, puede ocurrir cualquier cosa.
P. Mientras leía su libro se produjo el accidente del avión en los Alpes y pensé: ese piloto podría ser su personaje. Una de esas situaciones en las que las cosas se dan la vuelta.
R. Tendría que pasar mucho tiempo porque lo he vivido mal, ha sido horroroso, pero como cuentista me gusta que los factores se alteren. Yo creo que la cotidianidad no es tan apacible como parece.
P. En sus cuentos hay madrastra de hoy, hijastras atemorizadas; o una niña con capucha roja que no teme al lobo, sino a sus padres. ¿Escribe para conjurar los miedos?
R. A veces sí, otras veces no. Puede ocurrir que algún temor o alguna pesadilla se la enjaretas a un personaje y la disfrutas. A mí lo que más me gusta de la escritura es el proceso de escritura. Crees que vas a contar una cosa y puedes lograrlo o no, porque suceden muchísimas cosas en el proceso de escritura. A los personajes les das la palabra y resulta que la utilizan. Naturalmente eres tú el que se la has dado, pero si te has metido en una atmósfera determinada hay un momento en que puedes empezar a seguirles a ellos y olvidarte de lo que tú pensabas escribir para ir por otros caminos. O pararte antes de donde pensabas llegar. O ir más allá. Todo puede ocurrir.
P. ¿Es su proceso en general? ¿No cuadra la realidad con lo que usted ha planificado?
R. Exacto no. No es un calco. Si fuera un calco, supongo que no me gustaría, siempre hay algo más. Sobre el papel las cosas no son como uno las ha imaginado. Y a mí me gusta mucho la aventura sobre el papel, el viaje.
P. ¿Y qué elige o planifica? ¿La historia, el argumento, los personajes, la sensación, como Allan Poe? ¿A qué se agarra?
R. El impulso puede venir de muchas cosas, es un chispazo. Estoy muy abierta a las posibilidades que puedan aparecer en cada momento.
P. ¿Vive el cuento como una novela corta, como poesía larga o como algo distinto?
R. Como cuento. Un género en sí mismo. Con la poesía tiene en común la intensidad, y con la novela, la narrativa, pero es distinto. El cuento es tiránico, no te perdona un párrafo malo; una novela quizá te perdona un capítulo que no esté demasiado bien, pero en un cuento no te puedes saltar una línea. En ella puede haber tal cantidad de información, tal intensidad y concisión que el lector de cuentos es un lector activo al que no le da ningún reparo volver a las primeras páginas. Y a veces el cuento continúa en su cabeza, y eso me encanta.
Ocurre en el juego ya mencionado entre dos cuentos y ocurre en La nueva vida, un relato negro y doloroso en el que el pasado invade el presente, o eso parecía hasta que es el presente el que se convierte en invasor molesto. Le cuesta tanto hablar de él que, de forma muy parca, confiesa que lo grabó en un magnetofón en los momentos más duros de su pérdida y necesitó varios años para recuperarlo. Para escribirlo. “Y más no quiero hablar”.
Ese cuento es pura magia, y por eso la pregunta finalmente se abre paso: “¿Cuál es el truco?”.
Ella ríe y calla, como ese buen mago tras la exhibición. O dice algo así como: “No lo sé; si soy una ilusionista, lo hago sin darme cuenta”.
Pero como remate, como bis espectacular tras el cuento negro en el que evoca la pérdida, sitúa el que cierra el libro: Días entre los wasi-wanos, una historia que aplaude la vida y la imaginación.
“Es esperanzador. Espero que el lector sepa que siempre nos quedarán los wasi-wanos”.
Y, como los indígenas de su tribu amazónica, Fernández Cubas se marcha dejando las palabras en el aire: las que ha querido decir; y las que ha querido ocultar.
La habitación de Nona. Cristina Fernández Cubas. Tusquets. A la venta el 7 de abril de 2015
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