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17 ene 2014

El Papa no es quien dice ser.


Francisco ha perdido una oportunidad

Benedicto XVI se decía rodeado de lobos. Su sucesor, Francisco, menos ingenuo, quizás logre abatirlos o, al menos, devolverlos al monte. Lo ocurrido ayer no lo presagia. Su arzobispo ante el Comité de Derechos del Niño lanzó este desafiante mensaje, una especie de “y tú más” que no deja en buen lugar a su superior. “Se encuentran abusadores entre los miembros de las profesiones más respetadas y, más lamentablemente, incluso entre miembros del clero”. Ha sido su primera deposición oficial ante el comité, pero no el primer indicio de esa actitud. En 2009, se defendió negando la mayor, con el argumento de que la mayoría de los clérigos pederastas “no son pedófilos sino homosexuales tentados por adolescentes provocativos”. El portavoz del Vaticano, el jesuita Lombardi, tampoco estuvo fino cuando quiso reforzar lo oído en Ginebra: “Nadie ama y acaricia a los niños como el Papa. ¿Qué jefe de los 193 Estados del comité puede representar mejor testimonio que Francisco y su amor tan fuerte por la infancia?”. Bonita manera de regar fuera de tiesto.
Se creyó por la mañana que el Vaticano iba a pedir perdón por este pasado de suciedad. Habría sido la nonagésima novena petición de perdón. Juan Pablo II proclamó las 98 anteriores en su largo pontificado, la mayoría con motivo del Jubileo del 2000. “Perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia y reconocimiento, ante Dios y los hombres, de las faltas pasadas y presentes”, dijo.
Pero el perdón no sustituye a la justicia. “No podemos seguir adelante como hasta ahora”, clamó Benedicto XVI en 2010, acosado por el caso Maciel, encubierto tozudamente por el Vaticano, entre otros muchos en otros países. “De pronto, tanta suciedad. Ha sido como el cráter de un volcán del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y lo ensució”. Añadió esta terrible observación, sobre la vergüenza. “Algunos sacerdotes ya no se atreven a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños”.
Se cree que Ratzinger luchó para erradicar esa vergüenza, sin paños calientes. Si lo hizo, no pudo. ¿Lo logrará Francisco? Ha perdido una oportunidad. En todo caso, más que pedir perdón por pecados y delitos del pasado, haría mejor en evitar los del presente, para no tener que arrepentirse dentro de 100 años, o en siglos, como suele ocurrirle a la Iglesia romana: marginación de la mujer, ataque inmisericorde a los homosexuales, oposición a los métodos anticonceptivos, miedo a la ciencia, insultos a las personas abocadas al aborto... Acaba de decir el cardenal electo Fernando Sebastián: “Las mujeres que abortan quieren quitarse de en medio al hijo para disfrutar de la vida”. ¿Quién pedirá perdón por tamaña barbaridad?

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