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28 ene 2014

Siglo XX, guerras como solución. El siglo del nedecans

Guerra de Siglo XX, 1914-1989 (I)

La Larga Guerra del siglo XX

Armando Fernández-Xesta, ABC, 20/01/2014

Este mismo año, hace un siglo que un periódico del País Vasco abría una nueva sección en su primera página bajo el título «Conflicto entre varios países» para referirse a la que hoy llamamos Primera Guerra Mundial y que sus contemporáneos denominaron la Gran Guerra. Una guerra que todos los contendientes esperaban de corta duración y que, en realidad, con la perspectiva que da el paso del tiempo, vemos que se extendió a lo largo de casi todo el siglo XX: durante los 75 años que median entre la cascada de movilizaciones y declaraciones de guerra que siguieron al asesinato del archiduque Francisco Fernando enSarajevo y la caída del Muro de Berlín, símbolo del fin del enfrentamiento entre bloques, el mundo vivió uno de los periodos más terribles y angustiosos de la humanidad. Quienes nacimos y vivimos en el pasado siglo, somos aún poco conscientes de lo que supusieron las enormes carnicerías, sin parangón en la historia, vividas en la primera mitad de esa centuria. O, como ocurrió en la segunda mitad, lo que fue sentir colectivamente por primera vez la posibilidad de que se acabara la vida en el planeta en un holocausto para el que sobraban miles de las armas nucleares con las que nos apuntábamos los unos a los otros.
Ese «conflicto entre varios países europeos» que todos venían preparando y nadie se atrevía a declarar, sólo necesitó de un pretexto para catalizar las tensiones políticas, económicas y sociales acumuladas. Y el terrible enfrentamiento armado de aquellos años, lejos de resolverlas, no hizo más que acentuarlas. Tensiones que se prolongarían en la revolución rusa y la consecuente guerra civil, en el nacimiento del fascismo y su mitología imperial y expansionista o del nazismo, sistematizador de odios, dispuesto a reescribir con sangre la historia. Y por fin la Guerra de España, laboratorio de ideologías, de armas, de tácticas y de rencores, prólogo de la inevitable segunda parte de ese «conflicto» iniciado en 1914 y que no se acabaría, como quisieron los vencedores, en 1945.
Todavía no se había alzado la bandera roja sobre el Reichstag en ruinas, ni el fotógrafo Rosenthal inmortalizaba aún al grupo de marines con la enseña americana en Iwo Jima, cuando los supuestos aliados preparaban una paz tan falsa como esas dos amañadas instantáneas convertidas en icono de las victorias sobre la Alemania nazi y elImperio JaponésYalta, pero sobre todo Potsdam, significaron el inicio de una nueva fase del «conflicto entre varios países». Una fase tan terrible que ninguno de los principales contendientes se atrevió a materializar de una manera directa. Los nuevos campos de batalla serían entonces países periféricos, Corea, Vietnam, Oriente Medio, el subcontinente indio, las nuevas naciones del África poscolonial… o, en América, Cuba, donde en octubre de 1962 estuvo a punto de llegarse a la temida y definitiva fase de esta larga guerra del siglo XX, la nuclear, la guerra ya no mundial, sino planetaria, de neutrales imposibles, en donde pereceríamos todos, incluso los supervivientes.
A lo largo de esos 75 años, las alianzas se rehicieron una y otra vez en un continuo puzle. Quienes se combatieron encarnizadamente en una fase lo hacían juntos, en el mismo bando, en la siguiente, para enfrentarse a los viejos aliados de unos o de otros. Cambiaron los contendientes, los escenarios de los combates se desplazaron de continente, las nuevas armas exigieron nuevas tácticas y estas llevaron a variar las estrategias.Los países dominantes quedaron subordinados a las nuevas potencias que emergieron precisamente con la guerra. Los motivos y causas de tantos odios, de tantas muertes, de tanta destrucción, de tantos miedos fueron quedando relegados, o incluso olvidados, cuando no falseados, de fase en fase. Sólo un hilo conductor se mantuvo a lo largo de esos insoportables 75 años de nuestra historia: el enfrentamiento entre dictadura y democracia, entre dos visiones antagónicas del hombre y de la sociedad. Y se impusieron en definitiva las democracias.
Sólo un hilo conductor se mantuvo a lo largo de esos

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