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5 feb 2014

Los cuatro jinetes de la Apocalipsis.


Releer esta obra o leerla por vez primera, pero leerla solos, sin nadie que te haga distraer la conversación que con ella te está llevando por el caminos acariciado por el suave viento que te acerca a la noche que pasaras sólo, contigo, sin nadie.

NOTA.- Cuando cerramos el Servicio de Urgencias del Hospital General de Asturias para trasladarnos a la Residencia Sanitaria de la Ciudad Sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, leí esta obra. Lo hice sólo en la habitación del Médico de Guardia. Me quede sólo tras cerrar las puertas de aristas que le daban entrada por el túnel de entrada de ambulancias.

Todos nos negábamos. Me levanté y anime a trasladarnos: es una nueva etapa. Hemos de seguir trabajando. No olvidaros de este Centro.

Pensé que el traslado, el llamado "proceso de fusión de hospitales" respondía a una planificación de la asistencia sanitaria. Por este motivo anime siempre a que se hiciera. Entendía que iba a mejorar notablemente la asistencia y el trabajo. En poco tiempo conocí la mentira: no había plan, ni el fin era el que pensaba. La falta de competencia de quienes hacían aquel proceder no me parecía que iba a tener consecuencias apocalípticas.

Hoy, se está procediendo de igual modo al que se hizo con la creación del Servicio de Salud del Principado de Asturias. Sabemos bien que aquel que no tiene memoria está condenado a repetir circularmente el fatídico destino, de caminar sin propósito, sin reconocer el camino.

Cuando leía este domingo la obra de Javier Rodríguez Muñoz, titulada "la memoria borrada de Nepociano" y publicada en La Nueva España, me hizo pensar en tan desdichada y caprichosa acción devastadora que ha sido la "fusión de hospitales"


Los cuatro jinetes de la Apocalipsis
Vicente Blasco Ibáñez



IEn el jardín de la Capilla Expiatoria
Debían encontrarse a las cinco de la tarde en el pequeño jardín de la Capilla Expiatoria, pero Julio Desnoyers llegó media hora antes, con la impaciencia del enamorado que cree adelantar el momento de la cita presentándose con anticipación. Al pasar la verja por el bulevar Haussmann, se dio cuenta repentinamente de que en París el mes de Julio pertenece al verano. El curso de las estaciones era para él en aquellos momentos algo embrollado que exigía cálculos.

Habían transcurrido cinco meses desde las últimas entrevistas en este square que ofrece a las parejas errantes el refugio de una calma húmeda y fúnebre junto a un bulevar de continuo movimiento y en las inmediaciones de una gran estación de ferrocarril. La hora de la cita era siempre las cinco. Julio veía llegar a su amada a la luz de los reverberos, encendidos recientemente, con el busto envuelto en pieles y llevándose el manguito al rostro lo mismo que un antifaz. La voz dulce, al saludarle, esparcía su respiración congelada por el frío: un nimbo de vapor blanco y tenue. Después de varias entrevistas preparatorias y titubeantes, abandonaron definitivamente el jardín. Su amor había adquirido la majestuosa importancia del hecho consumado, y fue a refugiarse de cinco a siete en un quinto piso de la rue de la Pompe, donde tenía Julio su estudio de pintor. Las cortinas bien corridas sobre el ventanal de cristales, la chimenea ardiente esparciendo palpitaciones de púrpura como única luz de la habitación, el monótono canto del samovar hirviendo junto a las tazas de té, todo el recogimiento de una vida aislada por el dulce egoísmo, no les permitió enterarse de que las tardes iban siendo más largas, de que afuera aún lucía a ratos el sol en el fondo de los pozos de nácar abiertos en las nubes, y que la primavera, una primavera tímida y pálida, empezaba a mostrar sus dedos verdes en los botones de las ramas, sufriendo las últimas mordeduras del invierno, negro jabalí que volvía sobre sus pasos.

Luego, Julio había hecho un viaje a Buenos Aires, encontrando en el otro hemisferio las últimas sonrisas del otoño y los primeros vientos helados de la pampa. Y cuando se imaginaba que el invierno era para él la eterna estación, pues le salía al paso en sus cambios de domicilio de un extremo a otro del planeta, he aquí que se le aparecía inesperadamente el verano en este jardín de barrio. 

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