LAS MOCEDADES DEL CID
En tiempos del rey don Fernando, llamado el Magno1, comenzó a adquirir fama un mancebo
llamado Rodrigo de Vivar, que era muy esforzado, de buenas costumbres y muy bien quisto2 de todos por
dedicarse a defender la tierra de los moros. Conviene que sepáis de quién descendía. Cuando murió el rey
don Pelayo quedó Castilla sin señor, por lo cual eligieron dos jueces, el uno llamado Nuño Rasura y el otro
Laín Calvo. De Nuño Rasura vino el emperador don Alfonso; de Laín Calvo, Rodrigo de Vivar. Laín Calvo
casó con Elvira Núñez, que era hija de Nuño Rasura y que fue también llamada doña Vello, por ser muy
vellosa. Tuvo de ella cuatro hijos, al mayor de los cuales llamaron Fernán Laínez; de éste, que pobló Faro,
descendían el Cid Campeador y los de Vizcaya. Del segundo, llamado Laín Laínez, vienen los Mendoza. Del
tercero, cuyo nombre era Ruy Laínez y que pobló Peñafiel, proceden los Castro. Del menor, Bermudo Laínez,
descendía la madre del Cid Ruy Díaz.
Quiero que sepáis que Diego Laínez, trasbisnieto de Laín Calvo y padre del Cid, siendo aún soltero,
un día de Santiago, en que iba a caballo, encontró a una villana que llevaba comida a su marido, que estaba
en la era. Forzando a la villana, la dejó preñada.
Llegada a la era, su marido yogó con ella, aunque le contó lo que le había pasado con el caballero, y
también la preñó. A la hora del parto nació primero el hijo de don Diego, que recibió el nombre de Fernando
Díaz, el cual casó luego con una hija de Antón Antolínez el burgalés, de la que tuvo, andando los años, a
Martín Antolínez, a Fernán Alfonso, a Pedro Bermúdez, a Alvar Salvadórez y a Ordoño el menor, que fueron
los únicos sobrinos del Cid, quien no tuvo nunca otro hermano ni hermana.
Después del episodio de la villana, Diego Laínez casó con doña Teresa Núñez, hija del conde Nuño
Álvarez de Amaya. De este matrimonio nació Rodrigo. Fue su padrino un clérigo llamado don Pedro
Pringos. A este su padrino le pidió él un día le regalara un potro. El padrino le llevó adonde estaban muchas
yeguas con muchos potros para que él eligiese el que prefería. El muchacho entró en el corral, del que hizo
salir a todas las yeguas con sus potros, sin elegir ninguno de ellos. Al final salió una yegua con un potro muy
feo y sarnoso. Dijo el muchacho:
—Éste quiero yo.
Su padrino le contestó entonces enfadado: —Babieca, qué mal has elegido. Replicóle Rodrigo:
—Éste será un caballo muy bueno y tendrá por nombre Babieca. Efectivamente así sucedió y con él ganó el
Cid muchas batallas. Un día Rodrigo, andando por Castilla, se peleó con el conde don Gómez, señor de
Gormaz, con el que tuvo un duelo, en el que le mató. Poco después entraron por Castilla cinco reyes moros.
Pasaron más allá de Burgos, Montes de Oca, Carrión, Belorado, Santo Domingo de la Calzada, Logroño y
Nájera y cogieron muchos cautivos y mucho ganado. Volviendo ellos con su botín, Rodrigo de Vivar, que
había hecho que se armaran todos los cristianos, les salió al encuentro en Montes de Oca, los derrotó, les
quitó el botín, hizo prisioneros a los cinco reyes y se fue con ellos donde estaba su madre. Allí repartió el
botín y los moros cautivos entre los que participaran en la batalla. Todos quedaron muy contentos de él y le
elogiaron mucho. Después de haber agradecido a Dios esta victoria, dijo Rodrigo que no estaba bien que los
reyes moros quedaran cautivos y les permitió volver a sus tierras, lo que ellos hicieron colmándole de
bendiciones. Al llegar a sus tierras le mandaron tributó y se reconocieron vasallos suyos.
Estando el rey don Fernando en León, sosegando este reino, le llegaron noticias de la victoria que había
logrado Rodrigo contra los moros. Poco después se le presentó Jimena Gómez e hincados los hinojos ante él
le dijo:
—Señor: yo soy la hija menor del conde don Gómez, que ha sido muerto por Rodrigo de Vivar. Os ruego que
me lo deis por marido, para que tenga que ampararme el mismo que me quitó el amparo de mi padre. Con él
estaré muy bien casada, pues estoy segura que ha de llegar más alto que ningún otro de vuestros vasallos.
Mucho os agradeceré que hagáis lo que os pido, pues será servicio de Dios, ya que así podré perdonar a
Rodrigo de Vivar el daño que me ha hecho.
Al rey le pareció que debía acceder a lo que doña Jimena solicitaba, por lo que escribió a Rodrigo,
mandándole que viniese a Valencia para hablar con él de cosas que redundarían en servicio de Dios y en
provecho suyo.
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