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8 sept 2014

Mi hermana cumple quince años.





Cuando mi hermana cumplió 15 años nos fuimos a San Antolín de Sotiello donde asistimos a misa; era un día de semana. En la iglesia sólo estaba mi familia y fue con celebrada por tres curas: El de San Antolin, el de Villar de Veyo (Don Román) y otro, el más joven, que iba por casa con frecuencia y que no recuerdo pero que, probablemente era Don Vicente, quien estaba escribiendo la historia de la Familia). Con el abuelo íba mi hermana y mi madre. Con la tía María, ibamos mi padre, la prima Pachi y yo. En el asiento delantero, continuo, entre mi padre y el conductor de la tía, iba yo con las manos entre las piernas porque así no se tocaría el cambio de marchas como en una ocasión había hecho y que por ello, había recibido unas sacudidas y voces por el abuelo tras salir de entre sus piernas; era un lunes de vuelta al colegio tras pasar el fin de semana en casa.

Comulgaron las mujeres de la familia. Los dos hombres y el chiquillo no. Yo quería pero mi padre no, por lo que no me tragué la ostía seca que aquello de la comunión suponía.

Tras terminar la misa, el abuelo ordenó al cura que sacara una cesta de mimbre que estaba en el portamaletas. Muchas gracias, señor conde. No es para ti, sino para San Antolin. Si, si Don Augusto. Gracias en nombre de San Antolin.

Que arreglen la gotera que hay a la entrada y les pagas, ya te lo daré yo. Si, ya lo había pensado.

Augusto dale cinco duros, le dijo la tía María al abuelo. Con lo que le di ya está bien cumplido, contesto le pronto. Después del sermón que dio, demasiado cumplido.
Bah, vámonos.

Augusto, que le des los cinco duros al cura. Toma, dáselos tú.

Aquella misa había sido muy seria. En otras ocasiones no lo había sido.

Al llegar a casa estaba un furgón delante. Era el servicio de comidas del CT.

Manolo págales tu para que se tomen algo. El servicio ya lo pagaré yo cuando pase por el Club, como siempre. Y diles que no necesitamos que quede nadie. Que vengan más tarde a recoger todo.

Subimos al comedor de la galería acristalada que daba siempre al sol; desde el amanecer hasta la media tarde.

Después de comer y, mientras tomaban café, el abuelo se levantó y retornó de la biblioteca de la capilla portando varias cajas en una bandeja.

Para ti Marina, los pendientes de Amalia que habían sido de mi madre y que debieran haber sido para Maria Josefa. Ahora eres tu la hija.

Don los pendientes de mamá Augusto. Si, los de mamá. Recuerdas que ella se los dio a Amalia el día de su petición de mano.

Para la niña, este anillo, el que yo le regalé en la petición de mano.

Para ti, Manolo, mi anillo. Me lo regaló el día de la petición. Me hubiera gustado que Amalia y María Josefa estuvieran hoy aquí. De verdad, Manolo. De verdad, tu lo sabes.

Al pronto dijo la tía María, Augusto, para Agustito no hay nada. Si, toma chico, abre esta caja.

Me quedé sorprendido. Gracias abuelo, la guardaré siempre.

Será para ti, cuando tu padre lo decida. Te la doy a ti, porque el campesino de tu padre ya me la rechazó. Sé que un día tu le convencerás que la debe de llevar hasta su muerte en prueba de fidelidad a la Familia que cuando yo muera tendrá que conducir a su destino.

Y la conservo. Es mi deseo que mis hijas y mis sobrinos la abran cuando me muera.

La última vez que la abrí ha sido en el Campo de San Jorge, este 14 de Agosto. Ha sido una promesa cumplida. Allí renové mi palabra de Lealtad y Fidelidad a la Familia, teniendo por testigos a José y Violeta, amigos fieles y leales que siempre me han sido, en representación de todos los que son, serán y lo han. El día 14 de Septiembre, nuevamente la abriré como símbolo de Lealtad y Fidelidad a la Familia Grande Asturias, haciendo mi nueva jura en el Campo de Alfonso II, mal llamado "plaza"



Aquel día escuché lo que nunca había escuchado y que sería repetido por el abuelo en Febrero de 1962 cuando, al despedirse de mi antes de acudir por última vez a la "Casa de Chamberí"

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