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26 oct 2014

España y Castilla desde Aljubarrota a hoy.

Desligar el concepto de España confundido con el de Castilla, sin tener en cuenta la Batalla de Aljubarrota, es un error. 

Desligar el conflicto entre clanes políticos de Cataluña y clanes políticos de España, no se puede entender sin tener en cuenta la Batalla de Aljubarrota.

Podemos analizar el trabajo que anoto a continuación.

He de anotar que he tenido que responder en múltiples ocasiones al motivo por el cual anotaba sobre esta batalla. Aunque hay razones personales relacionadas con una tesis doctoral, está que anoto hoy, también lo es. No se puede entender el Imperio de Castilla y de Portugal si tener en cuenta los motivos, el desarrollo y las consecuencias políticas, sociales y eclesiásticas en la península Ibérica 

Aljubarrota vista por los Castellanos.
José Luis Martín Martín
ISBN: 978-989- 95080-8-8
Fundação Batalha de Aljubarrota, 2008
70 pags.

[...]
4. Consecuencias de la guerra.
4.1. Militarización de la sociedad.
Un conflicto tan largo y vivido con tanta intensidad necesariamente tuvo repercusiones profundas en la sociedad de la época. Es más, produjo cambios que se dejaron sentir en épocas posteriores, motivo por el que Aljubarrota, y todos los enfrentamientos que precedieron y siguieron a esa batalla, tienen considerable relevancia histórica. Algunos de ellos, como la liquidación de la crisis política con la consolidación del nuevo monarca portugués y el revés al proyecto de concentración de los reinos bajo la Corona de Castilla, u otros de carácter más personal, como las consecuencias vitales y económicas para determinados personajes y familias, ya han sido apuntados. Pero es conveniente señalar otras transformaciones relevantes que todavía no han sido comentadas en este trabajo.

Una de las más importantes es la del desarrollo que se produjo en prácticas e instituciones militares o, más aún, la de la ampliación  a toda la sociedad castellana de la militarización habitual e la zona fronteriza con los musulmanes. La población volvió en estas décadas a considerar la guerra como un elemento central de su actividad, y se preparó para hacer frente a las eventualidades propias de una situación bélica.

Las primeras medidas las presentó Juan I a las Cortes de Valladolid, celebradas inmediatamente después de la derrota. Con ellas pretendía reaccionar ante el desastre y la previsible continuidad de la guerra. En el aspecto militar se ordeñó que todos los varones con edades comprendidas entre los veinte y los sesenta años, incluidos los clérigos, dispusieran de armas para hacer frente a los enemigos, lo que significaba implicar en la defensa a toda la sociedad, que debería participar en la medida de sus recursos. Para ello se dividió a la población según sus bienes, comenzando por las personas de condición acomodada -aquellas que tenían un patrimonio superior a los 20.000 maravedíes-, a las que se les exigía adquirir un equipo militar completo. En el caso de los vecinos de las poblaciones andaluzas, en zona más peligrosa, esto significaba que cada uno aportaría un hombre armado a la jineta. Los que no alcanzaban ese nivel de riqueza, pero superaban los 3.000 maravedíes, deberían disponer de lanza, dardo, escudo, espada y otros complementos militares. Y de ahí para abajo también se tendrían que armar adecuadamente, pues incluso a los más pobres se les exigía luchar, siempre que estuvieran sanos; en el peor de los casos, podrían al menos aportar una hyonda para lanzar piedras, lo que constituía un recurso nada desdeñable y eficaz en los combates de la época. 
Las autoridades municipales se encargaban de publicar estas normas en las poblaciones de realengo y los señores, tanto laicos como eclesiásticos, deberían hacerlo en los territorios bajo su jurisdicción. Para tener un control más directo de su cumplimiento decretó que se desarrollaran alardes cada dos meses y que se sancionara severamente a quienes no acudieran con lo dispuesto.

También en territorio portugués se produjo una militarización paralela de la sociedad, aunque de una manera más espontánea y siguiendo un proceso quizá un poco más confuso, por el periodo de interregno que vivió el país en los meses previos a Aljubarrota. Pero no cabe duda que el pueblo portugués se armó, en la medida de sus posibilidades, y que se implicó intensamente en la defensa de su territorio. [...]

5.2. El reforzamiento de la frontera.
5.3. El nuevo mapa eclesiástico.

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