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30 oct 2014

Que hablen los hechos.

En el ejercicio de la asistencia médica no se puede recurrir a culpar del estado del paciente a la actuación de otros compañeros y/o al propio paciente y/o de su familia. La vida del paciente o la del órgano afectado requiere actuar sobre él, no de corregir los motivos que le ocasionaron las lesiones; eso ha de ocupar un segundo tiempo.

Hay que priorizar, secuencia e las actuaciones. Actuaciones que, en ocasiones, requieren la prudencia de hacerlas en más de un tiempo.

Es habitual cuando se trata de hablar sobre un tema que afecta a una actuación o a una lesión de una asociación política que el la persona no educada, defienda con vaguedades, o distracciones, como el culpar a otra asociación de tener el mismo mal. Es como si el paciente tiene fiebre el médico le diga que también tiene fiebre la paciente que ha visto anterior a ella. Si el médico te contesta: si, tiene fiebre, pero también la tiene la señora que vino antes que usted". Supongo que, si aún tiene capacidad para descarriarse, o reaccionar con perplejidad, ante tal manifestación del médico, pierda el tono muscular del cuello y, como mínimo, sienta malestar general, sensación de pérdida de la atención o, incluso, caerse al suelo, no de bruces sino de cabeza.

Ayer, escuchando al jefe del Poder Ejecutivo y al jefe del Poder de la Oposición (jefe en el sentido del dux, oposición en el sentido de optar, u opositar y ejecutivo, en el sentido de aplicación de soluciones a los problemas "comunes" - tras parlamentar y acordar con quienes opositan), aprecio que no tienen hábito de resolver problemas y, como consecuencia, corren uno tras otro alrededor de un fanganal hediento. Mientras hablan sin mirarse a los ojos, sino para la grada mediata, o mediática, el paciente se muere.

Recuerdo una situación similar. Estaba un médico, jefe del servicio, acompañado del séquito de aprendices de brujo, en torno a un paciente que yacía en camastro singular retorciendose de dolor. El dicho médico puso se a preguntar a los aprendices y a reprender sus respuestas. Cansado de la escena, el paciente sentose en la cama y tras ponerse los pantalones y vestirse, msrchose. No fue hasta dar el portazo que aquellos mentecatos se apercibieron de la actitud " la educada" del paciente ante tales titanes, cuanto menos, diciéndole: oiga, ¿que hace?, ¿donde va?. Respondioles mirándoles a la cara y no al culo como habían hecho ellos: donde me sale de los cojones. Y tras una reflexión, volvió para decirles que a donde va no hay imbéciles. Ante tal respuesta, el dios que dirigía la cohorte de titanes, ordenó les a estos: ¡consulta al psiquiatra. No está bien de la cabeza!. Toda esta escena la contemplé en silencio mientras hacia la cura a mi paciente. E indolente, como siempre, le dije a Francisco: el paciente psiquiátrico sois todos vosotros. No tenéis educación para poder entender mis palabras. ¿Qué dices?, preguntó el papa Francisco. Respondí le: "que y es faltosu". Tranquilo Luis, nun pasa na. Tu comprendes. Hasta luego que seguiremos hablando en el valle que el Otero está repleto.






Que hablen los hechos

El enésimo “y tú más” en el Congreso no sirve. Los partidos han de ser eficaces ante la corrupción

El País, 30 Octubre 2014
Utilizar el Parlamento para martillearse mutuamente con los casos de corrupción es un derecho al alcance de la oposición y del Gobierno, pero de ese pozo se saca poca agua. Mariano Rajoy se encuentra en desventaja en este tipo de debates, porque ha sido y es responsable de un partido afectado por muchos escándalos, mientras que Pedro Sánchez parte con la ganancia anticipada de no haber desempeñado papel alguno en las direcciones anteriores del PSOE. Aun así, ambos representan a siglas políticas mezcladas con casos de corrupción y de abusos, de forma que ninguno de ellos está en condiciones de mejorar sus posiciones simplemente sobre la base de enzarzarse en reproches mutuos.
El peligro de cegar la búsqueda de soluciones eficaces es que se produzca una explosión de ocurrencias para la galería y sin verdadera efectividad práctica. La responsabilidad de sanear la vida pública corresponde a todos los partidos parlamentarios y singularmente a los dos más importantes. El jefe del Ejecutivo no puede rehuir una explicación amplia respecto a los asuntos que afectan a su partido —que preside desde hace 10 años—, ni tampoco la limpieza interna de su organización. Pero ahí no se agotan las tareas pendientes del PP ni las del PSOE, principales responsables de los asuntos de gobierno —junto con algunos partidos nacionalistas—, y los primeros necesitados de ganarse la confianza de los ciudadanos.
Este periódico ha sugerido que las Cortes constituyan una comisión independiente para diagnosticar a fondo las razones por las que la corrupción se cuela con tanta facilidad en la política. El tantas veces evocado “pacto anticorrupción” —el PP se lo ha ofrecido a la oposición— debería referirse al compromiso de adoptar las medidas emanadas de esa comisión y transformarlas cuanto antes en legislación eficaz y en órganos de aplicación y control despolitizados.
Entretanto, los partidos tienen la ocasión de demostrar su verdadera voluntad de cambio desterrando el método de recuperar a los implicados por corrupción en las próximas candidaturas electorales. Mientras se mantenga el sistema de listas cerradas y bloqueadas, en las que los ciudadanos no pueden cambiar nombre alguno, es un verdadero abuso afirmar que las urnas absuelven o blanquean a los sospechosos. El político no solo tiene que ser honrado, sino que ha de merecer la confianza de los electores; cualquier duda fundada sobre esto obra en contra de su continuidad en la vida pública, sin perjuicio del respeto a la presunción de inocencia y del restablecimiento en sus funciones si es exculpado.
Que la política se aplique a cerrar las brechas por las que se cuelan los corruptos implica también continuar con la investigación de los casos descubiertos. Si los partidos no facilitan la tarea de los jueces, decepcionarán más a la ciudadanía y darán facilidades a la antipolítica.

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