Cuando los miserables de hoy reptan por el humus, la memoria de aquellas personas que fueron fusiladas por negarse a ser felones, se hace APARENTE: el dolor y el sufrir de la evolución del Hombre.
Tras visitar los campos de batalla de la I Guerra Mundial, el escritor Geoff Dyer explicó que los monumentos a los muertos en aquel conflicto nos impresionan tanto porque adelantan lo que iba a ocurrir durante el siglo XX: la era de la violencia política a gran escala, del Holocausto y de las purgas de Stalin, el tiempo de los que se van y no regresan. La desaparición, la mezcla de soledad y horror, es lo que marca el libro de fotografías de Chloe Dewe Matthews Shot at dawn(Fusilado al amanecer), que acaba de publicar Ivory Press con prólogo del propio Dyer. Cuando recibió el encargo por parte de la Rushkin School (el equivalente a la facultad de bellas artes) de la Universidad de Oxford para realizar una exposición relacionada con el centenario de la Gran Guerra, que celebra este año, esta fotógrafa británica decidió explorar uno de los episodios más terribles del conflicto (y nunca totalmente cerrado): los fusilados por negarse a combatir.
"No tenía muy claro qué hacer y recorrí varios campos de batalla, investigué diferentes ideas y al visitar In the Flandes Fields, un museo cerca a Ypres, hablé con su director, Piet Chielens, que es experto en los fusilados. Era una historia que conocía mal y que me dejó muy impresionada. Es uno de los aspectos menos conocidos de la I Guerra Mundial, porque además los documentos no se hicieron públicos hasta los años ochenta", explica en una conversación por Skype Chloe Dewe Matthews (Londres, 1982). Durante 12 meses se dedicó a investigar diferentes casos de soldados británicos, franceses y belgas fusilados en los campos de batalla del frente occidental y luego localizó los lugares donde fueron ejecutadas las sentencias.
Tomó las fotografías en el mismo momento del año y a la misma hora. Las imágenes arrastran todavía una luz devastadora y fría; muchas, como indica el propio título del libro, están tomadas en los primeros momentos del día, aunque en algunos casos la hora de la ejecución no figura en el expediente. "Lo más difícil ha sido documentarme", explica Chloe Dewe Matthews, que colaboró estrechamente con varios expertos en los fusilados durante el conflicto para realizar su trabajo, que ha sido expuesto en diferentes lugares de Europa. "El problema con la información ha marcado todo el proceso, por eso solo aparecen 23 escenarios diferentes. Hubo otros casos sobre los que tenía muchos datos, los nombres de las víctimas, la ciudad donde se produjeron los fusilamientos, pero me faltaba la ubicación del lugar exacto y por eso no pude incluirlos en mi proyecto".
Los fusilados reflejan el absurdo de aquel conflicto y centran la película más influyente sobre la I Guerra Mundial, Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, inspirada por la historia real de un motín de tropas francesas en 1915 que fue sofocado a golpe de paredón. Uno de los generales del filme pronuncia una frase que resume muy bien la actitud de muchos oficiales: "La única prueba de que hubiesen cumplido las órdenes serían sus cadáveres en tierra de nadie". En aquella época no se había investigado el estrés del combate, ni naturalmente se tenía en cuenta. En Francia hubo entre 600 y 700 casos y en el Reino Unido unos 350; puede parecer una minucia si se compara con los millones de muertos que produjo el conflicto, pero da una idea no sólo la brutalidad de la guerra sino de la forma en que los soldados fueron tratados como pura carne de cañón.
En Reino Unido, se decretó en 2007 una rehabilitación de los "fusilados al amanecer" (los ejecutados son conocidos en su conjunto así) e incluso cuentan con un monumento. Sin embargo en Francia se trata de un asunto que todavía no ha sido cerrado, pese a que sus familiares esperaban una rehabilitación global con motivo del centenario de 2014. El historiador Antoine Prost dirigió un informeencargado por el Gobierno en el que afirmaba que las ejecuciones tenían un efecto disuasorio sobre la tropa para evitar motines (de hecho en Francia, los ejecutados se conocen como "los fusilados para dar ejemplo") y mantenía que "existe un amplio consenso en la sociedad que estima que no eran cobardes". Pero, finalmente, el Gobierno se ha pronunciado contra un perdón global por la imposibilidad de separar los que fueron fusilados acusados de cobardía y los que lo fueron por diferentes delitos, como asesinato, violación o pillaje, aunque sí se han hecho numerosas declaraciones oficiales pidiendo perdón. "En Francia y en Bélgica argumentan que no solo hubo casos de cobardía ante el enemigo, sino también de asesinatos o violaciones. Pero todo eso puede formar parte de la locura de la guerra", explica la fotógrafa.
Cada imagen está acompañada por el nombre del lugar, el día y la hora (cuando la información está disponible) y los nombres de las víctimas. Sin embargo, Dewe Matthews decidió no incluir las historias que cada una de esas fotografías esconde, pese a que en muchos casos las conocía. "Algunas de las historias las conozco, otras no. Pero no quería que fuese un proyecto exclusivamente histórico, sino también artístitico. Es sobre la historia, pero también es sobre paisajes. Al final, aunque era una decisión difícil, preferí simplificar", afirma. "La inmensa mayoría de la gente no sabe lo que ocurrió ahí, salvo dos casos en los que se trata de prisiones. A diferencia de los campos de batalla, que reciben miles de visitantes cada año, son lugares muy poco frecuentados y nada señalizados".
En un bosque nevado, cerca de Verbraden-Molen, fueron ejecutados a las cinco de la tarde del 15 de diciembre de 1914 cuatro soldados tunecinos: Ali Ben Ahmed Ben Frej Ben Khelil, Hassen Ben Ali Ben Guerra El Amolani, Ahmed Ben Mohammed El Yadjizy y Mohammed Ould Mohammed Ben Ahmed. Seguramente fueron muchos más, pero sus nombres no figuran en ningún documento. Se trata de uno de los casos más terribles que aparecen en el libro Chloe Dewe Matthews: eran soldados tunecinos de la 38 división de infantería que se negaron a combatir y fueron, literalmente, diezmados. Uno de cada diez soldados de la decimoquinta compañía fue fusilado para dar ejemplo, algunos historiadores mantienen que por orden directa del mismísimo general Folch.
El soldado James Crozier tenía 16 años cuando se alistó. Su madre le acompañó a la oficina de reclutamiento y el oficial, que tenía el mismo apellido aunque no eran familiares, le dijo a su madre que se ocuparía de que nada malo le pasase e hizo la vista gorda con su edad. Crozier sobrevivió dos años a las trincheras pero en febrero de 1916 no se presentó en su puesto y fue sometido a consejo de guerra por deserción. En su defensa alegó que no recordaba lo que había hecho durante los días en que estuvo desaparecido. Sin embargo, fue condenado a muerte. Frank Crozier, el mismo oficial de la oficina de reclutamiento, fue consultado sobre si la sentencia debía ser conmutada y no tuvo la más mínima duda, debía ser ejecutada, aunque pidió que se le permitiese llegar completamente borracho ante el pelotón. Tuvo que ser atado al poste porque, literalmente, se caía cuando fue fusilado a las 07.05 del 27 de febrero de 1916. Chloe Dewe Matthews nos muestra un paisaje cubierto por la escarcha cuya gélida soledad resume uno de los momentos más terribles de nuestra historia.
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