Lo que España aprendió del ébola
La crisis ha obligado al Gobierno a revisar prácticas sanitarias o de información
Pilar Álvarez/Elena G. Sevillano Madrid 25 Octubre 2014
Es un examen que nadie pensó que hubiera que pasar. El contagio de una auxiliar de enfermería en suelo español por tratar a un misionero repatriado enfermo de ébola puso a prueba al sistema sanitario, y también a las máximas autoridades sanitarias y políticas. El fracaso de las segundas ha quedado eclipsado por el éxito de la curación de Teresa Romero. Con la mujer fuera de peligro y a punto de ser dada de alta, se ponen en evidencia las rectificaciones que han motivado una crisis del ébola que nadie previó.
Protocolos. Hasta el contagio de la auxiliar, los protocolos internacionales calificaban a los sanitarios que trataban a pacientes de ébola como contactos de bajo riesgo. Bastaba con que se tomaran la temperatura dos veces al día e informaran en caso de fiebre. Fiebre alta. Romero llamó, pero como no superaba el umbral de los 38,6 grados —quizá porque estaba tomando paracetamol, un antitérmico—, el protocolo no se activó hasta que la enfermedad se manifestó con todos los síntomas y, por consiguiente, el riesgo de contagio. El protocolo se modificó. Todos los contactos directos de pacientes con ébola, entre ellos los sanitarios, pasan a ser considerados de alto riesgo. El umbral de fiebre para definir un caso como sospechoso pasa a 37,7 grados.
Centro especializado. El hospital Carlos III tuvo que adecuarse en apenas unas horas para recibir al primer misionero repatriado, Miguel Pajares, en agosto. La sexta planta, con habitaciones especiales de aislamiento, llevaba meses cerrada porque la Comunidad de Madrid había desmantelado este antiguo centro de referencia de enfermedades infecciosas para convertirlo en una suerte de geriátrico para pacientes con largas estancias. Tras la muerte del segundo misionero, Manuel García Viejo, el consejero de Sanidad madrileño anunció que el Carlos III no volvería a atender un caso de ébola porque estaba previsto llevarlos al hospital militar Gómez Ulla. Sin embargo, cuando Romero se contagió, fue trasladada al Carlos III, como todos sus contactos de alto riesgo. En plena crisis, la Comunidad no solo cambió su discurso —el presidente regional admitió que si el Gobierno lo pedía, y lo pagaba, dejaría este hospital como centro de infecciosos—, sino que hizo obras de urgencia para crear mejores habitaciones de aislamiento. El futuro del centro sigue en el aire.
Con un ojo puesto en África
Han pasado siete meses desde que la Organización Mundial de la Salud decretó la alerta por ébola en marzo. Y casi tres desde la repatriación del primero de los dos misioneros fallecidos por el virus en España, Miguel Pajares. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dijo el viernes que además de tomar medidas en países occidentales es necesario “atacar el problema” en África occidental. Añadió que el ébola “tiene un impacto directo en la economía y en la seguridad de nuestros vecinos africanos”.
Médicos Sin Fronteras solicitó también el viernes un impulso a los tratamientos y vacunas para los profesionales que trabajan en África con “más inversión e incentivos” a la investigación, el desarrollo y la producción, según señaló el director médico de la ONG, Bertrand Draguez, en declaraciones recogidas por la agencia Europa Press.
La orden de San Juan de Dios, a la que pertenecían los dos misioneros españoles fallecidos por el virus del ébola, lleva desde agosto preparando la reapertura del hospital San José de Monrovia (Liberia), donde se contagió Pajares. “Queremos reforzar el equipo con personal sanitario experto en enfermedades infecciosas y técnicamente preparados para afrontar el ébola”, explica un alto representante de la orden. “La situación sanitaria de estos países es dramática, la gente muere de parto, de malaria, de patologías banales, sin que haya suficientes estructuras sanitarias abiertas. Pero hay que prevenir por todos los medios nuevos contagios antes de reabrir
Equipos de protección. El médico de urgencias del hospital de Alcorcón Juan Manuel Parra trató durante horas a Romero, ya enferma, con un EPI (equipo de protección individual) corto de mangas. Tras conocerse el contagio de la auxiliar, todos los hospitales.
solicitaron buzos adecuados. A muchos no se les han podido servir las cantidades solicitadas por problemas de suministro. Incluso en el Carlos III, donde los profesionales médicos —no así los de enfermería, cuyo Consejo General ha criticado su calidad— aseguran que el equipo siempre cumplió los estándares de bioseguridad, se mejoraron partes del traje, como las calzas.
solicitaron buzos adecuados. A muchos no se les han podido servir las cantidades solicitadas por problemas de suministro. Incluso en el Carlos III, donde los profesionales médicos —no así los de enfermería, cuyo Consejo General ha criticado su calidad— aseguran que el equipo siempre cumplió los estándares de bioseguridad, se mejoraron partes del traje, como las calzas.
Formación. “Dos personas en un escenario se ponían los trajes mientras el resto mirábamos desde el patio de butacas”. Así explicó —el 7 de octubre, un día después del ingreso de Romero— cómo era el curso de formación el representante del sindicato Satse en el Carlos III, Juan José Cano. Duró “20 minutos” y no hubo simulacros. El 15 de octubre, con la crisis abierta, se “reforzó el entrenamiento” de los profesionales del Carlos III que ya tenían formación previa, según Cristóbal Belda, director de la Escuela Nacional de Sanidad. Duraban seis horas, de las que dedicaron cinco a “ponerse y quitarse” el traje. Lo hicieron 369 personas, con ayuda de personal sanitario militar.
El 19 de octubre comenzó un segundo curso, aún en marcha, abierto a las autonomías y organismos como Salvamento Marítimo. Es formación para formadores. Duran tres días y tienen un 65% de contenido “práctico”, según Belda. Durante 13 horas, los alumnos se visten y desvisten. Permanecen hasta una hora y 40 minutos con el traje puesto. “Cuando se sienten cómodos, pueden trabajar con el traje más de una hora; los primeros días apenas aguantan 10 minutos”, añade Belda. Lo han hecho 110 personas.
Comunicación. Los máximos responsables de la crisis han mostrado un perfil público que, en el caso de la ministra Ana Mato, no ha contribuido a generar confianza y, en el del consejero de Sanidad, Javier Rodríguez, ha indignado a muchos. Sus perlas: “No tengo ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta”. “Para explicar a uno cómo quitarse o ponerse un traje no hace falta un máster”. “Tan mal no debía estar para ir a la peluquería”.
La ministra protagonizó una primera rueda de prensa sin información. Fue relegada a un segundo plano cinco días después, cuando el Gobierno creó un comité de crisis que incluía un equipo científico. Para entonces, la psicosis estaba instalada entre muchos sanitarios y vecinos de Alcorcón. El Gobierno trató de comunicar mejor: creó una web, una cuenta de Twitter y dio ruedas de prensa en las que hablaban técnicos. Rectificó, aunque sin alcanzar la transparencia prometida.
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