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5 jul 2015

Cuando España sembró Occidente





Cuando España sembró Occidente.
ABC,  Robert Gooowin, 05-07-15




En vísperas de Todos los Santos de 1519 atraca en Sanlúcar la Santa María, la primera embarcación que arriba a Europa desde costas mexicanas. "No iba otro lastre en el navío sino oro", se contó. Era el primer tesoro azteca remitido a la Corona española. Para Carlos I aquello fue el maná. El joven Rey acababa de comprar cara su elección como Emperador del Sacro Imperio Romano y, aunque el tesoro de Montezuma no era suficiente para abonar a sus banqueros ni la décima parte  de los 360.000 ducados que cobraron los siete electores, tan abundó so tesoro pregonaba que él era también  "Rey de la nueva tierra de oro", en palabras del obispo Fonseca de Burgos. Durante siglo y medio, esa promesa de riqueza americana inagotable aseguró que los entusiasmados financieros prestasen dinero a cinco generaciones de Habsburgos españoles para la defensa de sus territorios europeos.

Castilla se convirtió en eje de dos imperios: una costosa cruz cristiana heredada; el otro un orbe Novo, lleno de expectativas, de oro y almas sin bautizar, que prometía glorias y sueños... Y muchísima riqueza. Los españoles alcanzaban una expansión realmente global: miles viajaron por el mundo  y miles de extranjeros acudieron a la cosmopolita Sevilla. Todo tipo de españoles se encontraban en un emocionante cruce entre recuerdos medievales y novedades extraordinarias.Fueron tiempos a la vez de aventuras caballerescas coloniales y descubrimientos intelectuales y espirituales barrocos: la Humanidad empezó a pisar el umbral de la modernidad y España se hizo centro del mundo y apadrinó cinco siglos de supremacía de Occidente.

Sobra destacar las mil maravillas de bellas artes y letras producto de esta época brillante, conocida por el mundo anglosajón como el Spanish Golden Age, una larga lista de estrellas, de cuyo nombre no quiero acordarme por no ser prolijo. Pero en este año en que Inglaterra celebra el octavo centenario de su Magna Carta me atrevo a afirmar que el imperio de la ley define la civilización moderna. La función más básica de la democracia es proteger la justicia y cuajar las leyes que rigen la relación elemental entre el individuo y el Estado. Y, damas y caballeros, la España de los Austrias era la sociedad más litigiosa de la historia. Había corrupción  y chanchullos , eso si,  como el caso del abogado Aguiar, castigado por representar a las dos partes en el pleito Luis de Toledo v. Ávila; y el procedimiento  poddía ser lentísimo, como Toledo v. belalcázar, que duró 130 años. No obstante, todos -la Nobleza y los campesinos, hasta mujeres esclavas- se fiaban de los tribunales y audiencias y se atrevían a demandar. Que el humilde abuelo de Cervantes ganara su largo pleito al duque del Infantado en un tribunal del mismo señorío ducal es prueba de una monarquía modernizan te, donde reinaba la justicia.

 Sanlúcar" por "atraca el Mercado Común Europeo en España", el resto nos sirve.

Esa justicia dependía  del apoyo de la Corona y un capital humano  de jueces y abogados, en su mayoría hidalgos humildes y villanos educados en universidades de creciente importancia. Aquella sociedad entregada al Derecho se originaba en el equilibrio de poder que emergió como secuela de la rebelión de los Comuneros, una reacción patriótica de la pequeña nobleza y plebe, celosas de la soberanía española contra los cortesanos flamencos que se adueñaban de España en los primeros años del reinado de Carlos I, un aviso contundente para un Rey joven: el poder real provenía  de las soberanías  españolas y no al revés.

Este fascinante ambiente  predemocrático fomentó uno de los episodios más impactantes de las historias imperiales: espoleados por Bartolomé de las Casas,  que documentaba libremente y sin respirar las barbaridades de los conquistadores. Francisco de Vitoria y otros integrantes de la Escuela de Salamanca empezaron a cuestionar la moral y legal del imperio y a abogar por los derechos indígenas. El Rey ordenó suspender las campañas militares en las Indias mientras una junta de teólogos y juristas debatía la cuestión en Valladolid. 

Allí, en 1550, en el corazón de Castilla, sembraron la actual cosecha de derecho internacional y derechos humanos. Está documentado que en el siglo XVIII El gran lexicógrafo londinense Samuel Johson -que había mamado la leyenda negra anglosajona de un imperialismo español salvaje- se emocionó exclamando: "Yo amo a Salamanca, porque cuando los españoles tenían dudas sobre lo legal de sus conquistas... declararon en Salamanca que eran ilegales". 

Es verdad que el Imperio Español tenía su faz tremendamente negra, perpetrando matanzas y destruyendo culturas (no nos equivoquemos, ni el buen padre Las Casas quería más que imponer  su religión  de manera relativamente suave). Lo más destructivo  del trágico pero inevitable encuentro entre los dos mundos fue la epidemia. Los indígenas no tenían resistencia natural a las enfermedades europeas: la viruela mata a hasta un 90 por ciento de la población sin inmunidad. En realidad todos los imperios, al unir gentes, dañan las culturas y sociedades colonizadas. Lo realmente injusto de la politizada leyenda negra protestante no son las exageraciones polémicas, sino la hipocresía... Éramos igual de malos.

De hecho erró Johson, porque la Junta de Valladolid nunca alcanzó una conclusión definitiva. Mas la fama de Salamanca en el Londres de Enlightenment refleja lo impresionante que es que el hombre más poderoso del mundo suspendiera por motivos morales la misma conquista de que dependía para mantener sus imperios. Lo hizo como custodio de las almas de sus súbditos  indígenas y obsesionado por su propia mortandad, temía que Dios no le perdonase la pérdida celestial de tantas sin bautizar.

Aquí nos encontramos con los límites de la soberanía castellana. Cuando la Corona intentó suprimir el sistema brutal de repartimiento de indios, los encomenderos del Perú se rebelaron invocando los Comuneros. Un nuevo virrey socorrista tuvo que negociar La Paz, porque en los márgenes del imperio mandaban los colonizadores. La monarquía aparentaba unas intenciones sumamente loables, pero no tenía capacidad gubernamental para imponer su ley en ultramar como hacía en Castilla. Ya al comienzo olía América al espíritu individual e independiente del conquistador.

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Si cambiamos "atraca en Sanlúcar" por "atraca el Mercado Común Europeo en España", o "Comunidad Económica Europea", el resto nos sirve.

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