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19 abr 2014

Cuando se escribe para hablar con los amigos.



Cuando se escribe es para ser leído por los que diciendo ser sus amigos, no le escuchan. Y, para leer y escuchar a los que entiende son sus amigos.

Los amigos traicionan. Cuando sientes el calor fluir de tu pecho y tu mano se llena de sangre, miras al frente, sales al encuentro de los ojos de aquel que era tu amigo. Sus ojos encuentras extraños, están fuera de la caverna que antaño os dio cobijo a los dos. Ahora, al salir, la luz del día cegó tu pasado, y el presente te es bárbaro.

Cuando nací a Lughonia ha sido por tí. Deseó sentir la mirada amiga que siempre había supuesto en tí. No ha sido así, no te he tenido, no te tengo y ya sé que no te tendré a tí.

Nunca llegaré a estar a la diestra de Lugh. Me resisto a estar debajo. No me arrastraré, siempre erguido permaneceré. Más allá de Britania está el Nuevo Imperio que me hará crecer. No regresaré a Roma. He cambiado de forma al haberme alejado tanto de Roma que no me retraeré.

¿La edad me ha deformado?. No. Me ha conformad, he adoptado una nueva forma y con ella viviré sin esperanza de encontrar la amistad.


Escribió para que le quisieran sus amigos

"Su pérdida significa para mí, antes que nada, la ausencia de un amigo entrañable"

El País, Juan Luis Cebruán 18 Abril 2014

Fidel Castro, Gabriel García Márquez y Juan Luis Cebrián, en un vuelo de La Habana a Managua en 1985.

García Márquez fue, sin lugar a dudas, el escritor en lengua castellana más importante del siglo XX y uno de los más universales de toda la Historia. Su pérdida es hoy sentida por millones de personas. Para mí significa, antes que nada, la ausencia de un amigo entrañable, insustituible. Recorrimos juntos los lugares míticos de Cartagena de Indias en donde se desveló El amor en los tiempos del cólera. Departimos largas noches con Fidel Castro en Cuba, y juntos viajamos a Nicaragua para asistir a la primera posesión de Daniel Ortega al frente del gobierno triunfante en la revolución sandinista. Con Carlos Fuentes, Alvaro Mutis, José Saramago, Sergio Ramírez, Hector Aguilar, Angeles Mastretta, Julio Ortega y tantos y tantos otros amigos entrañables, escritores y periodistas, políticos y empresarios, departimos durante noches sin fin en México, en Nueva York, en Barcelona, en Madrid. Nos bañamos juntos en las aguas cristalinas de Menorca y participé junto a él en decenas de actos universitarios. Compartimos acuerdos y discrepancias con Felipe González, Adolfo Suárez, Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso, Julio Maria Sanguinetti; me presentó a Carlos Salinas recién encaramado este a la silla del Águila; corrigió con desmesurada paciencia la biografía que de él publiqué en el Círculo de Lectores; me dejó compartir caminatas, conversaciones, lecturas. Viví la ensoñación de participar de algún modo en sus andanzas. Conocí su bondad inigualable, su timidez oculta, su generosidad sin límites. No creo haber respetado ni admirado tanto a ningún otro artista de cuantos he conocido. Alcanzó la inmortalidad mucho antes de que le sobreviniera la muerte física. Tuvo una buena vida, una mujer inigualable y una familia hermosa. Siempre dijo que escribía sobre todo para que le quisieran más sus amigos. Hoy me siento inmensamente agradecido por haber tenido el inmenso privilegio de poder contarme entre ellos.

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