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25 feb 2015

A mis compañeros.





Con cierta irregularidad (si se puede decir. Y, si no se puede decir, mídaseme el motivo por el cual lo digo) los que nos acompañamos unos de otros en el Centro Médico en el cual participamos del saber de los ciudadanos que a nosotros acuden en busca del saber sobre las causas de sus "dolencias" y, participar en darles cumplidas soluciones, anoto que nos reunimos con el fin de transmitirnos nuestro saber y de ello disfrutar al sentirnos como un individuo necesitado de comunicarse y participar de la sociedad que nos mece en el placer de sentirnos hermanos, o comunes.

No estuve yo satisfecho este último sábado. Y, ayer mientras escuchaba lo que se arrojaban unos a otros aquellos que dicen estar al servicio de "lo público", recordaba las opiniones que los ciudadanos griegos manifestaban acerca de la situación de la que gozaba lo "público de ellos". Y, lo que más me interesó es ver como cuando uno hablaba, otro le escuchaba y, si coincidían en el tiempo dos a darle respuesta, ambos hacían silencio y con un gesto facial se otorgan mútuamente el derecho a responder. Y, en este diálogo a más de dos no se apreciaba ruido alguno ni gesto alguno, sólo la mirada atenta hacia quien hablaba al que consideraban por ofrecer sin contraprestación alguna su opinión. Nada más y nada menos que su opinión.

Por consideración y agradecimiento a la sociedad griega, he releído a Platón para ayudarme a comprender la realidad -física, claro está-. Y, es mi deseo compartir el placer singular de leer a Platón en el diálogo - a más de dos- de Timeo, uno de la tríada de la nombrada "doctrina física de Platón". Y, teniendo en cuenta que la anotó en torno a sus setenta años, que mejor placer para mi que compartir diálogo, ya que soy nivolesco personaje, o unamuniano personaje que anoto esta bajo la densa nivola de Gijón mientras hago espera del regreso de mi sobrino Augusto desde Madrid, ciudad a la que acudió para arrancar con sus propias manos aquellas raíces que no hace mucho tiempo le descubrí.

Pongamos, para propiciar un camino sin fatiga, un comienzo del diálogo Timeo, que forma parte de una hermosa trilogía, para poder comprender la naturaleza del Estado y, como, cuanto menos, los jueces vueltos idiotas si antes lo hubieran sido políticos, han mostrado su necedad. Sobremanera entender que al manifestar que el cobro en "B" -como ahora se dice y, siempre se dijo usura, o robo sin violencia física, aunque de lo imposible se quiere obtener lo posible sin tener en cuenta a Lavoisier, como ya en notas anteriores referí- lo ha sido en base a su ignorancia que lo fuera. Y, eso que con harta asiduidad apoyan su fiel sobre el principio que la ignorancia de un precepto no exime al ciudadano de ser condenado. Es decir, los jueces se auto condenan y los idiotas dedicados a la política les penan como revisión tras su ausencia, o presencia física, allá para cuando sus formas se confundan con el humus del cual proceden como fertilizante de esta población no corrupta sino invertebrada.


Timeo, o de la Naturaleza.
Platón



Sócrates, Critias, Timeo y Hermócrates.
Sócrates.
Uno, dos, tres. Pero, mi querido Timeo, ¿dónde está el cuarto de los que fueron ayer mis convidados y que se proponen hoy obsequiarme?

Timeo.
Precisamente debe estar indispuesto, Sócrates, porque voluntariamente de ninguna manera hubiera faltado á esta reunión.

Sócrates.
A tí, pues, j á todos vosotros os corresponde ocupar su lugar, y desempeñar su papel á la par que el vuestro.

Timeo.
Sin dificultad; y haremos todo lo que de nosotros dependa. Porque no seria justo que, después de haber sido tratados ayer por ti como deben serlo los que son convidados, no lo tomáramos con calor nosotros, los que aquí estamos, para pagarte obsequio con obsequio.

Sócrates.
¿Recordareis qué cuestiones eran y qué importantes, las que comenzamos á examinar?

Timeo.
Sólo en parte; pero lo que hayamos podido olvidar, tú nos lo traerás ala memoria. O más bien, si esto no te desagrada, comienza haciendo un resumen en pocas palabras, para que nuestros recuerdos sean más precisos y más exactos.

Sócrates.
Conforme. Ayer os hablé del Estado, y quise exponeros muy particularmente lo que debe ser, y de qué hombres debe componerse, para alcanzar lo que, en mi opinión, es lo más perfecto posible.

Timeo.
Es, en efecto, eso mismo lo que dijiste, y que nos satisfizo cumplidamente.

Sócrates.
¿No separamos en el Estado desde luego la clase de labradores y de artesanos de la gente de guerra?

Timeo.
Sí.

Sócrates.
¿Y no hemos atribuido a cada uno, según su naturaleza, una sola profesión y un sólo arte?
¿No hemos dicho, que los que están encargados de combatir por los intereses públicos, deben ser los únicos guardadores del Estado y que si algún extranjero o los mismos ciudadanos producen algún desorden, deben tratar con dulzura a los que están bajo su mando, por ser sus amigos naturales, y herir sin compasión en la pelea a todos los enemigos que se pongan a su alcance?

Timeo.
Seguramente.

Sócrates.
Hé aquí, por qué hemos dicho, que estos guardadores
del Estado debían unir á un gran valor una grande sabiduría, para mostrarse» como es justo, suaves para con los unos y duros para con los otros.

Timeo.
Sí.

Sócrates.
Y en cuanto á su educación, ¿no hemos resuelto, que debia educárseles en la gimnasia, en la música y en todos los conocimientos que puedan serles convenientes?
Timeo.
Sin duda.

Sócrates.
Además hemos añadido, que una vez educados de esta manera, no deben mirar como propiedad suya particular ni el oro, ni la plata, ni cosa alguna; sino que, recibiendo estos defensores de los que protegen un salario por su vigilancia, salario modesto, cual conviene á sabios, deben gastarle en común, porque en comunidad tienen que vivir, sin correr con otro cuidado que el cumplimiento de su deber, y despreciando todo lo demás.

Timeo.
Es lo mismo que dijimos, y de la manera que lo dijimos.

Sócrates.
Respecto á las mujeres, declaramos, que seria preciso poner sus naturalezas en armonía con la de los hombres, de la que no difieren, y dar á todas las mismas ocupaciones que á los hombres, inclusas las de la guerra, y en todas las circunstancias de la vida.

Timeo.
Sí, también eso se dijo, y de esa misma manera.


SÓCRATES.
¿Y la procreación de los hijos? ¿No es fácil retener lo que se dijo á causa de su novedad: que todo lo que se refiere á los matrimonios y á los hijos sea comim entre todos; que se tomen tales precauciones, que nadie pueda conocer sus propios hijos, sino que se consideren todos padres, no viendo más que hermanos y hermanas en todos los que puedan serlo por la edad, padres y abuelos en los que hayan nacido antes, hijos y nietos en los que han venido al mundo más tarde?

Timeo.
Sí, y todo eso es fácil retenerlo, por la misma razón que tá das.

Sócrates.
y para conseguir en todo lo posible hijos de im carácter excelente, ¿no recordamos haber dicho, que los magistrados de ambos sexos, deberían, para la formación de los matrimonios, combinarse secretamente, de manera que, haciéndolo depender todo de la suerte, se encontrasen los malos de una parte, los buenos de otra, unidos á mujeres semejantes á ellos, sin que nadie pudiese experimentar sentimientos hostiles hacia los gobernantes, por creer todos que los enlaces eran obra de la suerte?

Timeo.
De todo eso nos acordamos.

Sócrates.
¿Y no hemos dicho también, que seria preciso educar los hijos de los buenos, y trasladar, por el contrario, en secreto á una clase inferior los de los malos? ¿Después, cuando se hayan desarrollado, examinar con cuidado á unos y á otros, para exaltar á los que sean dignos, y enviar á donde convenga á los que se hiciesen indignos de permanecer entre vosotros?

Timeo.
Es cierto.

Sócrates.
Y bien, todo lo que ayer se expuso, ¿no lo hemos recorrido ahora, aunque sumariamente? ¿Ó acaso, mi querido Timeo, se nos ha olvidado algo?

Timeo.
De ninguna manera; hemos recordado loda la discusión, Sócrates.

Sócrates.
Escuchad ahora cuál es mi parecer y lo que creo respecto del Estado, que acabamos de describir. Mi opinión es poco mas ó menos la misma que se experimenta, cuando, considerando preciosos animales representados por la pintura, ó si se quiere, reales y vivos, pero en reposo, se desea verlos ponerse en movimiento, y entregarse á los ejercicios que requieren sus facultades cor- porales. Hé aquí precisamente lo que yo experimento respecto al Estado descrito. Tendría mucho gusto en oir contar, respecto á estas luchas que sostienen las ciudades, que el Estado que hemos descrito las arrostra contra los demás, marchando noblemente al combate, y mostrándose durante la guerra digno de la instrucción y de la educación dada á los ciudadanos, sea en acción sobre el campo de batalla, sea en los discursos y en las negociaciones con las ciudades vecinas. Seguramente, mis queridos dos Critias y Hermócrates, me confieso incapaz para alabar dignamente, como se merecen, tales hombres y tal Estado. En mí no es esto extraño; pero me imagino que lo mismo sucede á los poetas de los antiguos tiempos y los poetas de hoy día. No es que desprecie yo la raza de los poetas; pero es una cosa sabida por todo el mundo, que la clase de imitadores imitará fácilmente y bien las cosas en que ha sido educada; mientras que respecto á las cosas extrañas al género de vida que ha observado, es difícil reproducirlas en las obras, y más difícil aún en los discursos. En cuanto á la raza de los sofistas, los tengo por gentes expertas en muchas clases de discursos y en otras cosas muy buenas; pero temo que, errantes como viven de ciudad en ciudad, sin domicilio fijo, no pueden dar su parecer sobre lo que los filósofos y los políticos deban hacer ó decir en la guerra y en los combates, y en las relaciones que tienen con los demás hombres , ya en cuanto á la acción, ya en cuanto á la palabra. Resta la raza de los hombres de vuestra condición, que participan por su carácter y por su educación de los unos y de los
otros. ¿Hay en la culta Locres, en Italia, un ciudadano que supere por la fortuna ó el nacimiento á Timeo, que ha sido revestido con los más importantes cargos las mayores dignidades de su patria, y que en mi opinión ha subido también á la cima de la filosofía? Con respecto á Critias, ¿quién de nosotros ignora que está familiarizado con todos los asuntos de estas conversaciones? En cuanto á Hermócrates, su carácter y su educación hacen que esté al alcance de todas estas cuestiones, y de ello tenemos numerosos testimonios. En esta persuasión accedí ayer con gusto á la súplica que me hicisteis de que hablara del Estado, convencido de que cada uno de vosotros podía, si quería, tomar parte en la discusión. Porque ahora que hemos puesto nuestra república en estado de hacer noblemente la guerra, sólo vosotros, entre todos los hombres de nuestro tiempo, podéis acabar de darle todo lo que la con- viene. Ahora que he concluido mi tarea, á vosotros toca llevar á cabo la vuestra. Habéis convenido y concertado obsequiarme con un discurso en cambio del que yo os dirigí, y heme aquí pronto y completamente dispuesto á recibir lo que queráis ofrecerme.

Hermócrates.
Sin duda, como ha dicho Timeo, mi querido Sócrates, nosotros no buscamos falsos pretextos, ni queremos más que hacer lo que tú exijas. Desde ayer al salir de aquí, aun antes de haber llegado á la casa de Critias, durarnte todo el camino, examinamos de nuevo esta cuestión. Critias nos refirió entonces una historia de los antiguos tiempos. Repítela, Critias, para que Sócrates vea si se refiere ó no a nuestro asunto.






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