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17 feb 2015

Con JFK, el FBI espiaba al afro-americano.


    Hace apenas unos meses, William Maxwell, profesor de Inglés y Estudios Afromericanos en la Universidad de Washington (San Luis), estaba inmerso en la edición de la obra poética completa de Claude McKay (1889-1948). Tras descubrir la existencia, a través de un colega de la universidad, del archivo que el FBI elaboró en su momento del escritor jamaicano, pionero del Renacimiento de Harlem, Maxwell decidió solicitar una copia de dicha documentación a la Oficina Federal de Investigación. Lejos de negarse, el FBI envió al profesor 193 páginas que detallaban cómo el poeta, al que calificaban de «negrata revolucionario de mala reputación», había sido «perseguido de forma agresiva hasta Moscú».

    Las fobias que el autor del famoso soneto «If we must die»despertaba en la institución que entonces dirigía J. Edgar Hoover (1895-1972) llevaron a Maxwell a una investigación más amplia. En sus pesquisas, todas avaladas por la política aperturista de la Administración estadounidense, el académico descubrió que al menos 51 escritores (los archivos de 49 de ellos pueden ser consultados onlineaquí) afroamericanos fueron espiados entre 1919 y 1972, años, respectivamente, de la entrada de Hoover en el FBI y de su falecimiento. Entre ellos, grandes de la literatura del siglo XX como el mencionado McKay, Langston Hughes, Richard Wright, Lorraine Hansberry, Ralph Ellison, James Baldwin y Amiri Baraka, entre otros. Algunos de los archivos «sólo» contenían tres páginas; otros, 1.884.

    Con toda la documentación recopilada, William Maxwell ha escrito «FB Eyes: How J Edgar Hoover’s Ghostreaders Framed African American Literature», libro que sale a la venta mañana en Princeton University Press y que toma su título de un poema de Richard Wright(«Every place I look, Lord /I find FB eyes/I’m getting sick and tired of gover’ment spies», escribió el autor de «Chico negro»). «En algunos casos, las únicas acciones consistían en lecturas reservadas de los poemas, ensayos y novelas de los escritores. ¡El FBI tenía su propia biblioteca nacional en Washington y encargaba críticas literarias internas!», explica el profesor de la Universidad de Washington en conversación vía e-mail con ABC. Pero, en otros casos, las acciones del FBI en su afán por controlar a los escritores afroamericanos eran «graves y escandalosas». No obstante, J. Edgar Hoover, «fascinado por la cultura negra», no dudaba en establecer una incuestionable (y en su opinión peligrosa) conexión entre negros y comunistas, como demostró con su enfrentamiento público con Martin Luther King (1921-1968).

    Vigilancia

    Así, por ejemplo, además de vigilar las idas y venidas de todos los autores señalados, las autoridades se incautaron del pasaporte de W. E. B. Du Bois y emitieron notificaciones para impedir el «retorno fácil» a Estados Unidos de Claude McKay desde la Unión Soviética. Pero la vigilancia de la Oficina Federal de Investigación no se detenía en el rastro físico: libros como «Un lunar en el sol», de Lorraine Hansberry (1930-1965), o «El hombre invisible», de Ralph Ellison (1914-1994), fueron revisados antes de su publicación y, finalmente, contaron con el visto bueno de la patrulla de Hoover. Además, 27 de los escritores espiados fueron colocados en una lista secreta de «Privación de Libertad» por la que podían ser detenidos en caso de emergencia nacional. «Afortunadamente», como señala William Maxwell, «esas listas nunca llegaron a ser usadas contra ellos».

    Como contrapunto a toda la violencia administrativa contenida en los miles de documentos hoy desclasificados, el profesor de la Universidad de Washington destaca cómo el saberse vigilados potenció la imaginación de muchos de los escritores, que alcanzaron durante esos años sus más altas cotas creativas. Pero lo que, sin duda, más sorprendió a Maxwell fue descubrir que la misión del FBI fracasó en su propio núcleo interno. Y es que, según las críticas conservadas,muchos de los «lectores fantasmas» (así definidos por el autor del libro) de la Administración terminaron sucumbiendo a las bondades literarias de los escritores hasta identificarse con ellos. «¿Ha visto la película ‘La vida de los otros’, de Florian von Donnersmarck? Algunos de los miembros del FBI eran como los agentes de la Stasi del filme: fueron reclutados para espiar y arruinar la vida de sus objetivos, y terminaron admirándoles e imitándoles», remata Maxwell.

    La carta para Martin Luther King: «Escucha, repugnante, animal antinatural»

  • (instituciones)

Un nuevo libro documenta cómo la Oficina Federal, con J. Edgar Hoover al frente, controló sus actividades hasta 1972

Hace apenas unos meses, William Maxwell, profesor de Inglés y Estudios Afromericanos en la Universidad de Washington (San Luis), estaba inmerso en la edición de la obra poética completa de Claude McKay (1889-1948). Tras descubrir la existencia, a través de un colega de la universidad, del archivo que el FBI elaboró en su momento del escritor jamaicano, pionero del Renacimiento de Harlem, Maxwell decidió solicitar una copia de dicha documentación a la Oficina Federal de Investigación. Lejos de negarse, el FBI envió al profesor 193 páginas que detallaban cómo el poeta, al que calificaban de «negrata revolucionario de mala reputación», había sido «perseguido de forma agresiva hasta Moscú».

Las fobias que el autor del famoso soneto «If we must die»despertaba en la institución que entonces dirigía J. Edgar Hoover (1895-1972) llevaron a Maxwell a una investigación más amplia. En sus pesquisas, todas avaladas por la política aperturista de la Administración estadounidense, el académico descubrió que al menos 51 escritores (los archivos de 49 de ellos pueden ser consultados onlineaquí) afroamericanos fueron espiados entre 1919 y 1972, años, respectivamente, de la entrada de Hoover en el FBI y de su falecimiento. Entre ellos, grandes de la literatura del siglo XX como el mencionado McKay, Langston Hughes, Richard Wright, Lorraine Hansberry, Ralph Ellison, James Baldwin y Amiri Baraka, entre otros. Algunos de los archivos «sólo» contenían tres páginas; otros, 1.884.

Con toda la documentación recopilada, William Maxwell ha escrito «FB Eyes: How J Edgar Hoover’s Ghostreaders Framed African American Literature», libro que sale a la venta mañana en Princeton University Press y que toma su título de un poema de Richard Wright(«Every place I look, Lord /I find FB eyes/I’m getting sick and tired of gover’ment spies», escribió el autor de «Chico negro»). «En algunos casos, las únicas acciones consistían en lecturas reservadas de los poemas, ensayos y novelas de los escritores. ¡El FBI tenía su propia biblioteca nacional en Washington y encargaba críticas literarias internas!», explica el profesor de la Universidad de Washington en conversación vía e-mail con ABC. Pero, en otros casos, las acciones del FBI en su afán por controlar a los escritores afroamericanos eran «graves y escandalosas». No obstante, J. Edgar Hoover, «fascinado por la cultura negra», no dudaba en establecer una incuestionable (y en su opinión peligrosa) conexión entre negros y comunistas, como demostró con su enfrentamiento público con Martin Luther King (1921-1968).

Vigilancia

Así, por ejemplo, además de vigilar las idas y venidas de todos los autores señalados, las autoridades se incautaron del pasaporte de W. E. B. Du Bois y emitieron notificaciones para impedir el «retorno fácil» a Estados Unidos de Claude McKay desde la Unión Soviética. Pero la vigilancia de la Oficina Federal de Investigación no se detenía en el rastro físico: libros como «Un lunar en el sol», de Lorraine Hansberry (1930-1965), o «El hombre invisible», de Ralph Ellison (1914-1994), fueron revisados antes de su publicación y, finalmente, contaron con el visto bueno de la patrulla de Hoover. Además, 27 de los escritores espiados fueron colocados en una lista secreta de «Privación de Libertad» por la que podían ser detenidos en caso de emergencia nacional. «Afortunadamente», como señala William Maxwell, «esas listas nunca llegaron a ser usadas contra ellos».

Como contrapunto a toda la violencia administrativa contenida en los miles de documentos hoy desclasificados, el profesor de la Universidad de Washington destaca cómo el saberse vigilados potenció la imaginación de muchos de los escritores, que alcanzaron durante esos años sus más altas cotas creativas. Pero lo que, sin duda, más sorprendió a Maxwell fue descubrir que la misión del FBI fracasó en su propio núcleo interno. Y es que, según las críticas conservadas,muchos de los «lectores fantasmas» (así definidos por el autor del libro) de la Administración terminaron sucumbiendo a las bondades literarias de los escritores hasta identificarse con ellos. «¿Ha visto la película ‘La vida de los otros’, de Florian von Donnersmarck? Algunos de los miembros del FBI eran como los agentes de la Stasi del filme: fueron reclutados para espiar y arruinar la vida de sus objetivos, y terminaron admirándoles e imitándoles», remata Maxwell.

La carta para Martin Luther King: «Escucha, repugnante, animal antinatural»

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