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7 oct 2014

Ser o no ser del tiesto

To bee or not to bee. El guiño al soliloquio de la obra cumbre de la literatura inglesa adorna un tiesto con plantas de cardamomo a la entrada al teatro de Todmorden. La alusión al dilema filosófico pretende concienciar de la trascendencia de las abejas —bee, en inglés— como agente polinizador vital en horticultura, y en la agricultura en general. Como éste, otros maceteros e inscripciones evocando la importancia de la ecología y la alimentación saludable inundan la ruta verde en torno a este pequeño municipio de Yorkshire, al norte de Reino Unido.
Productos orgánicos frescos crecen por doquier, en lo que sus creadores llamanjardinería de guerrilla. Hierbas aromáticas en la esquina de la parada de tren, menta y otras especias germinando en el parking público, tomates madurando frente al supermercado, un jardín de boticario junto al centro de salud o verduras delante del colegio. Incluso jardines los privados y los pórticos de las casas se han convertido en florecientes oasis de de comida natural; fruto del trabajo colectivo de una población de 15.000 habitantes entre las ciudades de Leeds y Manchester, y al proyectoIncredible Edible.
“Creemos que si cambiamos la vía pública en la que pasean los ciudadanos, transformaremos su comportamiento”, explica Pam Warhust, economista y fuente de inspiración de la iniciativa Comestibles Increíbles. Desde 2007, los habitantes del pequeño pueblo británico se han involucrado en el cultivo de productos alimenticios autóctonos para su recolección gratuita, lo que beneficia a la economía local. Pam, galardonada con la medalla aComendadora del Orden Británico (CBE) por su trabajo por el medio ambiente, se apasiona al describir el proyecto: “Esta es nuestra respuesta a la cumbre de Río —en relación al cambio climático, gestión de recursos y desarrollo sostenible—. Hemos encontrado el medio para cambiar la forma de pensar y actuar de todos. Un lenguaje común independiente al sexo, la religión o el interés particular y político. Y el lenguaje es la comida”. El lema es: Si comes, contamos contigo.

Como gustéis

Pam Warhust, voz y cara más conocida de la iniciativa ecológica, explica que fue el distanciamiento de la gente hacia el medio ambiente lo que puso la semilla del proyecto: “Pero cuando empezamos, no hablábamos de sostenibilidad o ecología. Sino de comida, que a todo el mundo le gusta. Todos cocinamos, compramos o comemos. Supone un nivel de compromiso muy básico”. Pam fue directora de la Comisión Forestal de Reino Unido y conoce las dificultades del sistema burocrático: “Llegados a un punto, puedes contemplar lo que sucede mientras terminas tu ginebra con tónica, o puedes ofrecer alternativas. Así que empezamos a plantar semillas en los espacios públicos y a compartirlas con los vecinos. Sin rellenar informes ni pedir permiso a nadie. Simplemente lo hicimos, porque la calle es de la ciudadanía”. Comestibles Increíbles germinó para facilitar que los propios vecinos tomasen control de su comunidad mediante la participación cívica.
El carácter voluntario del proyecto se ha mantenido desde sus inicios, haciendo que el nivel de implicación ciudadana haya sido a gusto de cada cual. “No todos tienen que cultivar. Se puede contribuir cocinando, organizando eventos o simplemente recogiendo y recolectando; que es el fin último”, explica Estelle Brown, encargada de la coordinación de eventos y guía de la ruta verde de Todmorden. Las visitas guiadas son una fuente de financiación que también sigue el mismo ideario: “Si tu compañía tiene mucho dinero, entonces danos mucho dinero. Si no tiene muchos ingresos, danos menos. Pero si no tienes dinero, trae una bolsa de semillas. Y si no tienes ni eso, entonces trae una sonrisa”, cuenta Estelle. Y lostours han dado sus frutos; más de 1.000 personas e instituciones reservaron visitas guiadas en 2013, dejando unos beneficios de 10.000 libras (12.800 euros) para la economía local.
Los primeros esfuerzos del equipo de Comestibles Increíbles se centraron en la plantación de árboles frutales, llegando al presente millar de florecientes arbustos extendidos por la ciudad. Pero el crecimiento del proyecto llegó por la financiación por parte de compañías como Northern Gas  (empresa energética) que donó 5.000 libras (6.400 euros) en madera para los maceteros de plantas medicinales que sustituyeron a los cardos junto al centro médico local. “El objetivo era continuar con el cultivo mientras transformábamos el pasto para vacas en leche; y conseguir que Todmorden fuese autosostenible”, explica Nick Green, miembro del colectivo y encargado de la granja a las afueras del pueblo. El doctor en bioquímicas por la universidad de Oxford se encarga de mantener una finca de 1,5 hectáreas para el cultivo de todo tipo de verduras, que se venden a precios de mercado en los comercios locales. La granja creada con politúneles y sin uso de fertilizantes ha permitido establecer una compañía sin ánimo de lucro en la que todos los beneficios se destinan al mantenimiento del proyecto ecológico. La iniciativa atrae a escuelas de toda la comarca. “Nuestro foco está puesto en la comida, pero durante estos años nos hemos dado cuenta de lo difícil que es conseguir alimentar a todo el pueblo”, concede el doctor de mejillas sonrosadas.

¿Mucho ruido y pocas nueces?

Pese a no alcanzar el hito de la autosostenibilidad, Comestibles Increíbles ha conseguido involucrar a la comunidad en la educación ecológica. “Mucha gente no reconoce una verdura si no viene envuelta en plástico y con etiqueta. Nuestra idea ha hecho que los chicos tomen conciencia de la producción local y de la alimentación saludable”, cuenta Tony Mulgrew, cocinero de instituto de Todmorden. Las lecciones de los profesores ahora incluyen ecuaciones con el peso de las legumbres del pequeño huerto de la escuela o la historia de los productos locales. Los estudiantes también aprenden a encurtir alimentos, a diseñar espacios naturales mediante la permacultura o los secretos de laacuaponia.
El cultivo de productos locales ha incrementado la venta en los comercios, haciendo resurgir un pueblo en crisis. Después del colapso de la industria textil de Todmorden, una de las más ricas de Europa en los años cincuenta, su población se redujo a la mitad. “La pobreza y la depresión económica también afectan al Reino Unido y cultivar puede no ser la solución, pero alivia. La gente se da cuenta de la diferencia de calidad y precio entre lo que cultivado aquí, y lo que fue recogido hace un mes y ha tenido que ser transportado”, razona Estelle Brown. Ella recuerda cómo la gente entró en pánico durantela crisis aérea que produjo el volcán islandés en 2010, “Nadie podía entender que los mercados locales y los supermercados estuviesen vacíos. La razón era que mucha comida era importada”. El proyecto también ha contribuido a que se mejore el etiquetado de los alimentos. Los vendedores del mercado de Todmorden cuentan que sus actividades no se vieron dañadas por escándalo de la carne de caballo que afectó a Gran Bretaña a principios de 2013. Al contrario, vecinos de pueblos aledaños se acercaron a comprar allí porque tenían la certeza de la procedencia de los productos.
El éxito ecológico de Todmorden ha traspasado fronteras y se ha extendido por una veintena de países. “El movimiento ha crecido de una forma exponencial. Hay 82 grupos en Gran Bretaña y han surgido más de 500 comunidades de todo el mundo; desde Canadá hasta Filipinas, pasando por España, Francia, Nueva Zelanda o Sudáfrica”, explica Tanya Wall, encargada de la red internacional de grupos Comestibles Increíbles. El único requisito es el de trabajar con la comunidad, enseñar el cultivo y producción natural de productos frescos y ecológicos, y contribuir al crecimiento de la economía local. “Todo con el objetivo de fomentar resiliencia —cohesión entre los miembros de la comunidad para sobreponerse a la crisis—”, añade Tanya.

A buen fin no hay mal tiempo

Mary Clair, otra de las creadoras de Comestibles Increíbles, explica la importancia de estrechar los lazos de los vecinos de Todmorden como motor principal de la idea: “Recibimos una llamada del encargado de la estación de tren, preocupado porque el vendedor local de The Big Issue —periódico distribuido por personas sin recursos similar a La Farola— se había llevado todos las patatas plantadas en el huerto cercano. Y yo contesté: ‘Fantástico, ¿quién mejor que él para darles buen uso?’. Teníamos que plantar más.” La trabajadora social también está muy contenta de que las mujeres musulmanas del pueblo ahora conversen más con los vecinos sobre temas culinarios cuando se paran a recoger menta y otras especias enpollination street —calle de la polinización, junto al mercado local—.
“Estas actividades no han ocasionado ningún conflicto. Al contrario, creo que la gente está más feliz y dispuesta a colaborar por el bien común. Y eso no hace que nuestro trabajo sea más fácil”, cuenta el oficial de policía Matt Hamilton mientras revisa el macetero rebosante de maíz dulce que adorna la entrada a la comisaría de Todmorden. Las autoridades no sólo han facilitado el trabajo de los voluntarios del proyecto sino que donan los equipos incautados en las redadas contra cultivos de cannabis para una iniciativa que consideran más lícita. Natalie Barrass, vecina de Todmorden, cuenta lo que supone para ella Comestibles Increíbles mientras selecciona unos ruibarbos para su restaurante: “Esta idea va más allá de la comida o el cultivo. Se trata de involucrar a la gente. Por ejemplo, hace un par de días estaba recogiendo unas cuantas hojas de albahaca y gracias a ello hablé por primera vez con un vecino de mi calle después de 10 años de convivencia sin saludarnos”.
El proyecto educativo de comida es una respuesta a problemas como la falta de sostenibilidad medioambiental o la crisis económica. Pero es también una pequeña demostración de que no hay que decirle a la gente lo que tiene que hacer para producir cambios, sino enseñar cómo el cambio se puede producir. “Cuando creemos en nosotros mismos, podemos hacer cosas asombrosas. Comestibles Increíbles demuestra que se puede transformar nuestro espacio público y las relaciones con nuestros vecinos mediante acciones muy elementales". Pam Warhust insiste: “De alguna forma el estado del bienestar nos ha convertido en víctimas, haciéndonos creer que no podemos ser agentes del cambio si no hay dinero o si no pedimos permiso. Pero se trata de tener voluntad para mejorar nuestras formas de vida”. Ser o no ser partícipe del cambio. Esa es la cuestión.

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