Siempre me ha gustado releer como comienza "Madame Bovary", de Gustave Flaubert -por su fuera necesario me recuerda mi llegada al colegio:
"Nos encontrábamos en clase cuando entró el director, seguido de un nuevo alumno con atavío de aldeano y de un bedel cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban despertaron y todos se incorporaron, afectando haber sido sorprendidos en pleno trabajo.
El director hizo seña de que nos sentásemos, y dirigiéndose al maestro, le dijo en voz baja:
—Le recomiendo a este alumno, señor Roger; debe entrar en la clase quinta. Pero si su aplicación y su con- ducta lo merecen, pasará a los mayores, como corresponde a su edad.
Arrinconado tras la puerta, apenas visible, el novato era un chico rústico, de unos quince años, más alto que ninguno de nosotros. Tenía un aire tímido y caviloso, y su cabeza, rapada a punta de tijera, parecía la de un sochan- tre de aldea. Aunque no era ancho de espaldas, su chaqueta de paño verde con negra botonadura debía de molestarle en las sisas, y las cortas bocamangas dejaban ver sus des- nudas muñecas, curtidas a la intemperie. Surgían sus piernas, envueltas en medias azules, de unos pantalones ama- rillentos, rígidamente sujetos por los tirantes, y calzaba gruesos zapatos, nada lustrosos, remachados por clavos"
"Nos encontrábamos en clase cuando entró el director, seguido de un nuevo alumno con atavío de aldeano y de un bedel cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban despertaron y todos se incorporaron, afectando haber sido sorprendidos en pleno trabajo.
El director hizo seña de que nos sentásemos, y dirigiéndose al maestro, le dijo en voz baja:
—Le recomiendo a este alumno, señor Roger; debe entrar en la clase quinta. Pero si su aplicación y su con- ducta lo merecen, pasará a los mayores, como corresponde a su edad.
Arrinconado tras la puerta, apenas visible, el novato era un chico rústico, de unos quince años, más alto que ninguno de nosotros. Tenía un aire tímido y caviloso, y su cabeza, rapada a punta de tijera, parecía la de un sochan- tre de aldea. Aunque no era ancho de espaldas, su chaqueta de paño verde con negra botonadura debía de molestarle en las sisas, y las cortas bocamangas dejaban ver sus des- nudas muñecas, curtidas a la intemperie. Surgían sus piernas, envueltas en medias azules, de unos pantalones ama- rillentos, rígidamente sujetos por los tirantes, y calzaba gruesos zapatos, nada lustrosos, remachados por clavos"
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