Ese «conflicto entre varios países europeos» que todos venían preparando y nadie se atrevía a declarar, sólo necesitó de un pretexto para catalizar las tensiones políticas, económicas y sociales acumuladas. Y el terrible enfrentamiento armado de aquellos años, lejos de resolverlas, no hizo más que acentuarlas. Tensiones que se prolongarían en la revolución rusa y la consecuente guerra civil, en el nacimiento del fascismo y su mitología imperial y expansionista o del nazismo, sistematizador de odios, dispuesto a reescribir con sangre la historia. Y por fin la Guerra de España, laboratorio de ideologías, de armas, de tácticas y de rencores, prólogo de la inevitable segunda parte de ese «conflicto» iniciado en 1914 y que no se acabaría, como quisieron los vencedores, en 1945.
Todavía no se había alzado la bandera roja sobre el Reichstag en ruinas, ni el fotógrafo Rosenthal inmortalizaba aún al grupo de marines con la enseña americana en Iwo Jima, cuando los supuestos aliados preparaban una paz tan falsa como esas dos amañadas instantáneas convertidas en icono de las victorias sobre la Alemania nazi y elImperio Japonés. Yalta, pero sobre todo Potsdam, significaron el inicio de una nueva fase del «conflicto entre varios países». Una fase tan terrible que ninguno de los principales contendientes se atrevió a materializar de una manera directa. Los nuevos campos de batalla serían entonces países periféricos, Corea, Vietnam, Oriente Medio, el subcontinente indio, las nuevas naciones del África poscolonial… o, en América, Cuba, donde en octubre de 1962 estuvo a punto de llegarse a la temida y definitiva fase de esta larga guerra del siglo XX, la nuclear, la guerra ya no mundial, sino planetaria, de neutrales imposibles, en donde pereceríamos todos, incluso los supervivientes.
A lo largo de esos 75 años, las alianzas se rehicieron una y otra vez en un continuo puzle. Quienes se combatieron encarnizadamente en una fase lo hacían juntos, en el mismo bando, en la siguiente, para enfrentarse a los viejos aliados de unos o de otros. Cambiaron los contendientes, los escenarios de los combates se desplazaron de continente, las nuevas armas exigieron nuevas tácticas y estas llevaron a variar las estrategias.Los países dominantes quedaron subordinados a las nuevas potencias que emergieron precisamente con la guerra. Los motivos y causas de tantos odios, de tantas muertes, de tanta destrucción, de tantos miedos fueron quedando relegados, o incluso olvidados, cuando no falseados, de fase en fase. Sólo un hilo conductor se mantuvo a lo largo de esos insoportables 75 años de nuestra historia: el enfrentamiento entre dictadura y democracia, entre dos visiones antagónicas del hombre y de la sociedad. Y se impusieron en definitiva las democracias.
Sólo un hilo conductor se mantuvo a lo largo de esos
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