Mi estado de ánimo no es bueno o, mejor, no es el deseado.
He tenido una semana de trabajo con pacientes resultado de una asistencia médica muy mala durante los últimos cuarenta años.
Desde qué comencé mi participación social como médico, he de decir que aprecio, objetivamente, una mejor calidad de la asistencia. Sin embargo, la salud no mejora, empeora, siendo ahora, cuando se ha conseguido alargar la vida, cuando apreció que su cálida esta precarizada por la no asistencia a la SALUD.
Si deseáis conocer el estado de ánimo de un recién licenciado en Filosofía en los años treinta del siglo XX, para compararlo con el actual, os recomiendo la lectura sosegada y muy crítica de esta obra primera de Cioran.
En las cimas de la desesperación
Cioran
(Dice Cioran que escribió este libro a los 22 años de edad, allá por 1933)
"SER LIRICO
¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos?
¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo
contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? ¿No sería
más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez interior, sin ningún afán de
objetivación, limitándonos a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas?
Experiencias múltiples y diferenciadas se fusionarían así para engendrar
una efervescencia extraordinariamente fecunda, semejante a un seísmo o a
un paroxismo musical. Hallarse repleto de uno mismo, no en el sentido del
orgullo sino de la riqueza interior, estar obsesionado por una infinitud
íntima y una tensión extrema: en eso consiste vivir intensamente, hasta
sentirse morir de vivir. Tan raro es ese sentimiento, y tan extraño, que
deberíamos vivirlo gritando. Yo siento que debería morir de vivir y me
pregunto si tiene sentido buscarle una explicación a este sentimiento.
Cuando el pasado del alma palpita en nosotros con una tensión infinita,
cuando una presencia total actualiza experiencias soterradas y un ritmo
pierde su equilibrio y su uniformidad, entonces la muerte nos arranca de las
cimas de la vida, sin que experimentemos ante ella ese terror que nos
acompaña cuando nos obsesiona dolorosamente. Sentimiento análogo al
que experimentan los amantes cuando, en el súmmun de su dicha, surge
ante ellos, fugitiva pero intensamente, la imagen de la muerte, o cuando, en
los momentos de incertidumbre, emerge, en un amor naciente, el
presentimiento del final o del abandono.
Demasiado raras son las personas que pueden soportar tales
experiencias hasta el fin. Siempre es peligroso refrenar una energía
explosiva, pues puede llegar el momento en que deje de poseerse la fuerza
para dominarla. El desmoronamiento será originado entonces por una
plétora. Existen estado y obsesiones con los que no se puede vivir. La
salvación, ¿no podría consistir en confesarlos? Conservadas en la
conciencia, la experiencia terrible y la obsesión terrorífica por la muerte
conducen a la devastación. Hablando de la muerte salvamos algo de
nosotros mismos, y sin embargo algo se extingue en el ser. El lirismo
representa una fuerza de dispersión de la subjetividad, pues indica en el
individuo una efervescencia incoercible que aspira sin cesar a la expresión.
Esa necesidad de exteriorización es tanto más urgente cuanto más interior,
profundo y concentrado es el lirismo. ¿Por qué el hombre se vuelve lírico
durante el sufrimiento y el amor? Porque esos dos estados, a pesar de que
son diferentes por su naturaleza y su orientación, surgen de las
profundidades del ser, del centro sustancial de la subjetividad, en cierto
sentido. Nos volvemos líricos cuando la vida en nuestro interior palpita con
un ritmo esencial. Lo que de único y específico poseemos se realiza de una
manera tan expresiva que lo individual se eleva a nivel de lo universal. Las
experiencias subjetivas más profundas son así mismo las más
universales, por la simple razón de que alcanzan el fondo original de la
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