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19 oct 2014

De Marx a Kugmann

Carta a
LUDWIG KUGELMANN

En Hannover



Londres, 11 de julio de 1868
...En cuanto al Centralblatt[1], el autor del artículo me hace la mayor concesión posible admitiendo que si se atribuye el menor sentido al valor, se debe admitir mis conclusiones. El infeliz no ve que incluso si en mi libro no hubiera ningún capítulo acerca del «valor»[2], el análisis de las condiciones reales que yo hago contendría la prueba y la demostración de relaciones reales de valor. La cháchara acerca de la necesidad de demostrar la noción de valor se basa únicamente en la ignorancia más crasa, tanto del tema en cuestión como del método científico. Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar. Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social. Es self evident[3] que esta necesidad de la distribución del trabajo social en determinadas proporciones no puede de ningún modo ser destruida por una determinada forma de producción social; únicamente puede cambiar la forma de su manifestación. Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y sólo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan. Y la forma en la que esta distribución proporcional del trabajo se manifiesta en una sociedad en la que la interconexión del trabajo social se presenta como cambio privado de los productos individuales del trabajo, es precisamente el valor de cambio de estos productos.
La tarea de la ciencia consiste, concretamente, en explicar cómo se manifiesta la ley del valor. Por tanto, si se quisiera «explicar» de golpe todos los fenómenos que aparentemente se contradicen con la ley, habría que hacer que la ciencia antecediese a la ciencia. Esta es justamente la equivocación de Ricardo cuando, en su primer capítulo sobre el valor[4], supone dadas todas las categorías posibles, que deben ser aún desarrolladas, para demostrar su conformidad con la ley del valor.
De otro lado, como usted acertadamente supone, la historia de la teoría demuestra que la concepción de la relación de valor.
pág. 443
ha sido siempre la misma, más o menos clara o más o menos nebulosa, más o menos envuelta en ilusiones o más o menos científicamente precisa. Como el propio proceso discursivo dimana de determinadas relaciones, como es un proceso natural, el pensamiento que concibe realmente puede ser sólo uno, distinguiéndose únicamente en cuanto a su grado, en cuanto a la madurez de su desarrollo y, consiguientemente, en cuanto al grado de desarrollo del propio órgano pensante. Todo lo demás es puro devaneo.
R1 economista vulgar no tiene ni la menor idea de que las actuales relaciones cotidianas de cambio no pueden ser directamente idénticas a las magnitudes de valor. Todo el quid de la sociedad burguesa consiste precisamente en que en ella no existe a priori ninguna regulación consciente, social, de la producción. Lo razonable, lo naturalmente necesario no se manifiesta sino bajo la forma de una media, que actúa ciegamente. Pero el economista vulgar cree que hace un gran descubrimiento cuando contra la revelación de conexión interna proclama orgullosamente que las cosas tienen una apariencia completamente distinta. De hecho, se enorgullece de reptar ante la apariencia y toma ésta por la última palabra. ¿Qué falta puede hacer entonces la ciencia?
Pero la cosa tiene un segundo fondo. Una vez se ha penetrado en la conexión de las cosas, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del actual orden de cosas, se viene abajo antes de que dicho estado de cosas se desmorone prácticamente. Por tanto, las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes cuya última carta científica es afirmar que en la Economía política está prohibido razonar?
Pero, satis superque[5]. En todo caso, se ve cuán bajo han caído esos sacerdotes de la burguesía, pues los obreros, y hasta los fabricantes y los comerciantes, han comprendido mi libro[6] y se han orientado en él, y sólo esos «sabios escribas» (!) se quejan de que exijo demasiado de su cerebro...

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